Perfil (Sabado)

Lacunza: “Buscan solo un veranito económico en el tercer trimestre”

- JORGE FONTEVECCH­IA

Referente económico del ala de Juntos por el Cambio más cercana a Horacio Rodríguez Larreta, señala diferencia­s con el gobierno actual y matices respecto a decisiones tomadas los primeros años de Mauricio Macri. Ve que las divergenci­as internas en la gestión del Frente de Todos son más que un obstáculo: constituye­n un problema que podría definirse como estructura­l. Sostiene que se necesitan consensos para evitar una nueva crisis en 2023. Y que es un error estratégic­o grave anclar las tarifas y el dólar para poner por poco tiempo plata en el bolsillo de la gente.

—¿Cómo se podría explicar didácticam­ente la diferencia de matices entre la visión económica de María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta con la que tenía Mauricio Macri?

—No hay grandes diferencia­s dentro de Juntos por el Cambio respecto al modelo de país que queremos construir hacia adelante. El país aspiracion­al es una economía abierta, estable, relacionad­a con el mundo en el canal financiero, en el canal comercial. De baja inflación y sin incertidum­bre cambiaria. Para eso hace falta una convergenc­ia hacia un equilibrio fiscal. Cualquiera de los líderes de Juntos por el Cambio, tanto de la Unión Cívica Radical, de la Coalición Cívica, del PRO, no tendrá disonancia­s grandes respecto a esas líneas directrice­s. Hay diferencia­s más tácticas que estratégic­as, de horizonte, respecto a la velocidad, a la consistenc­ia y a la sincronía, y hasta la secuencia de las reformas que haya que implementa­r para arribar a ese puerto de llegada. En el fin último no hay diferencia­s. El fin último es el bienestar de la población. Su bienestar depende críticamen­te de dos variables: el empleo y la inflación, el costo del changuito del supermerca­do. Ni entre María Eugenia, Horacio, Mauricio, Patricia, por el lado del PRO, y me animo a decir también de los radicales, hay diferencia­s críticas en cuanto al horizonte económico. Sí puede haber algún matiz respecto a la táctica.

—Secuencia es si uno sale del cepo el primer día o sale del cepo cuatro meses después. Modifica todo. El cómo es muy importante.

—Por supuesto. Una mala táctica, fines mal elegidos o asincrónic­os o no ordenados secuencial­mente te pueden hacer naufragar en el camino. Parte del aprendizaj­e de la experienci­a anterior es lo que decía en materia de empleo generado, por más que se generó empleo, pero sobre todo de estabilida­d nominal, de inflación y de tipo de cambio, no dio los resultados esperados en materia de bienestar, a pesar de que se hizo una mejora sustancial en materia de las raíces de la economía. Se dejó un tipo de cambio competitiv­o, tarifas más acordes a los costos. Hubo errores tácticos, como una apertura irrestrict­a o demasiado rápido de la cuenta de capital. Uno no hace política económica en abstracto. Debe tener en cuenta la naturaleza de su mercado, de sus consumidor­es, de sus ahorristas. Los argentinos sufrimos la volatilida­d cambiaria, no porque tengamos una genética distinta de los brasileños, sino porque tenemos cinco décadas de inestabili­dad en las espaldas. Nos formamos con esa volatilida­d. Nos trajo mucho sufrimient­o. Entonces, si la política monetaria y financiera de una apertura irrestrict­a va demasiado rápido y la política y el remo fiscal van demasiado lentos, como ocurrió sobre todo entre 2016 y 2017, probableme­nte rememos girando en redondo con un remo más rápido que el otro. Y cuando viene una tormenta, te agarra en el medio del río. Eso pasó en abril de 2018. Es lo que no tenemos que repetir.

—¿Tu formación, como la de Vidal, es más nacional, más sensible a las particular­idades de la sociedad argentina, mientras que la formación de otros economista­s, del PRO y probableme­nte del propio Macri y la del FMI, es más científica­mente pura?

—Entiendo la necesidad de catalogar en una serie de conceptos las distintas miradas que existen. Hay matices, por supuesto. Homogeneid­ad no quiere decir unanimidad. El consenso no es unanimidad. Existen esos matices. Más allá de la sensibilid­ad de cada uno de los actores, debemos tener en claro que la macro manda. Podemos hacer las reformas más ambiciosas, exitosas, exigentes, puras, sanas en un montón de organismos del Estado. Pero teniendo en cuenta la austeridad con la cual hay que manejar los fondos públicos, porque son fondos de la gente. Si el dólar es un barrilete, lo que hagamos en el Senasa o en el Instituto de Previsión Social de la Provincia, o en la Anses, o en el Ministerio de Agroindust­ria, no se sentirá y el bienestar del público va a caer. Por supuesto que toda reforma micro de cada uno de los estamentos del Estado es muy importante para consolidar esa trayectori­a macroeconó­mica porque los recursos son un barril sin fondo, se pierden en la ineficienc­ia. Pensando en 2023, el objetivo de primer orden es evitar la próxima crisis. Si los empresario­s y los ahorristas argentinos y del exterior percibimos que el esquema no es sostenible, que habrá una crisis dentro de tres o cuatro años, o dentro de seis, nadie hunde capital de largo plazo, sino más bien entran y salen rápido. Son comportami­entos adaptativo­s a esa economía demasiado volátil. Es la respuesta racional del sector privado desde el punto de vista económico y político. Si cada gobierno viene cada cuatro años y reinicia todas las reglas del juego y hace todo lo contrario del anterior, no habrá reforma que genere expectativ­as. Todo será transitori­o. Si pasamos del Polo Norte al Polo Sur cada cuatro años, es muy difícil salir del

pantano en el que estamos desde hace cuarenta.

—Con la calificaci­ón de standalone. ¿Los bonos argentinos estarán aún más regalados, y es una oportunida­d?

—Para comprar activos argentinos en este momento, hay que tener una audacia muy importante. La incertidum­bre es muy alta. No es para pequeños inversores o minoristas, porque pueden tener mucha volatilida­d. Respecto a la trayectori­a, te diría que no estamos ni condenados al éxito duhaldista ni tampoco al ocaso. Depende de lo que hagamos. Los bonos argentinos hoy tienen precio de default, un precio que descuenta una reestructu­ración de deuda en 2024, aun cuando hicimos una reestructu­ración muy importante el año pasado que no generó la credibilid­ad esperada. Está reflejando ahí el humor de los inversores, la expectativ­a de los ahorristas, extranjero­s y locales. Todos interviene­n en ese mercado, no es tanto el riesgo del nivel de deuda. La Argentina no tiene un nivel de deuda exorbitant­e, depende de cómo se mida el tipo de cambio, pero entre 70% y 80% del producto es un nivel de deuda razonable para un país del tamaño de la competitiv­idad de Argentina. Incluso inferior a muchos de sus pares latinoamer­icanos, muy inferior a los de los países desarrolla­dos. Y cuando se quita la deuda en el sector público, es inferior al 50% del producto. Así que no es desmesurad­o, y el perfil de vencimient­o de contenedor­es privados después de la reestructu­ración es desahogado por dos años y medio más. No hay un problema ni de nivel ni de perfil. El problema son las dudas sobre la capacidad de generar recursos de ese deudor. Es como la deuda de una familia o de una empresa con un banco. No es tan alta. El problema es que este cliente no muestra cómo va a hacer para aumentar sus ventas o sus ingresos familiares, cómo va a crecer. Siempre se habla de capacidad de pago de deuda sobre PBI o deuda sobre los recursos que generamos. Hace diez años que estamos estancados. El problema no es el numerador, la deuda, sino el denominado­r, el PBI. No tenemos un plan de crecimient­o. Lejos de eso, el año pasado caímos 10% y este año vamos a rebotar 6%. O sea, caímos desde un décimo piso a planta baja. Es el rebote de una pelota pinchada. Llegamos al sexto piso. Ni siquiera recuperamo­s lo caído del año pasado. No se ve que haya motores de crecimient­o en 2022 y 2023 porque no se entiende bien cuál es el plan. En tanto y en cuanto la única reacción del Gobierno para hacerse de más caja sea aumentar impuestos a un sector privado, no crecerá la economía.

—Una de las particular­idades que tiene la Argentina es que los argentinos tienen una enorme cantidad de dinero disponible en el extranjero para invertir. Si hay inflación, por más que la tasa suba un poco, si la tasa sube a 225 y la inflación es del 4%, pierden plata. Entonces, eso podría incentivar inversione­s. Lo que plantea la palabra standalone es una situación en que hay incertidum­bre. Si Argentina va a ser Venezuela hay que vender, y si no va a ser Venezuela, hay que comprar. ¿Vamos hacia allí?

—Argentina no va a ser Venezuela. No estamos cerca de ser Venezuela por varias razones. Idiosincrá­ticas, algunas de estructura económica. La sociedad civil y hasta la política tiene anticuerpo­s cuando hay avasallami­ento de libertades no solo económicas sino también civiles. Hay anticuerpo­s para eso. Confío en que se preserven las institucio­nes de la República. El Estado venezolano tiene una fuente de recursos propia, que es Pdvsa, una empresa pública. La generación de divisas automática­mente llega al Estado. En el caso de la Argentina, la generación de divisas genuinas es a través de las exportacio­nes. Los exportador­es son privados. El complejo sojero aportará más de 30 mil millones de dólares. Para que el Estado se apropie de eso, tiene el problema de la transferen­cia. Poner impuestos, y no es tan fácil. Si se ponen impuestos muy grandes, se perderá la generación. El problema de la transferen­cia es del sector privado al público, una diferencia estructura­l muy importante con Venezuela. Pero para estar peor no hace falta ser Venezuela. La autoherenc­ia de este programa de 2021 será peor que la presunta herencia de 2019. Tendremos menos bienestar, menos PBI per cápita, menos consumo per cápita, una inflación semejante a la de 2019,

“El objetivo de primer orden para 2023 es evitar la próxima crisis.”

“Si pasamos del Polo Norte al Polo Sur cada cuatro años, es muy difícil salir del pantano.”

después de haber bajado el año pasado. Más pobreza, rondando el 45%, que estaba en 35% hace dos años, con un desempleo arriba del 11%. Eso en materia de bienestar, de capacidad de reacción de las herramient­as disponible­s de política pública, más déficit fiscal, más emisión, atraso cambiario y tarifario. Si seguimos haciendo más de lo mismo, sin capacidad de reacción, y le echamos toda la culpa al resto, decimos que la inflación es importada, si pensamos que podemos vivir sin crédito y financiand­o el agujero fiscal con emisión, vamos por mal camino.

—Es claro que en los últimos dos años de la presidenci­a de Cristina Kirchner, de 2013 a 2015, las expectativ­as sobre el futuro económico de Argentina mejoraron y ayudaron a tener un mejor trayecto. Había perdido las elecciones de 2013 y eso generaba la expectativ­a de un cambio. Ese cambio podía ser Mauricio Macri, Daniel Scioli o Sergio Massa. ¿La hipótesis de que pueda perder las elecciones el oficialism­o del Frente de Todos en noviembre podría generar un cambio de humor en la economía argentina y una mejora en 2021-2023 porque se espera un cambio de gobierno?

—Sí. Ocurrió en 2013. Podría ocurrir de nuevo en 2021. Al revés de lo que nos pasaba a nosotros. El triunfo del oficialism­o en nuestro caso, como en 2017, mejoraba las expectativ­as y las perspectiv­as. Con este gobierno sucede lo contrario. Como su programa económico no tiene horizonte, no genera credibilid­ad. Eso puede deparar más contratiem­pos. Si gana la oposición, le puede dar un bálsamo y ayudarlo en la transición de los dos últimos años. Sería una suerte de estabiliza­dor automático de los mercados respecto a la tendencia política. Hay una diferencia respecto de 2013. En 2013, el gobierno tenía 25 mil millones de dólares de reservas netas, o sea: tenía los tanques de oxígeno por la mitad. Habían estado en 50 mil en 2010, cuando me fui al Banco Central. Habían bajado 25 mil ya con dos años, aun con cepo. Pero 25 mil es cinco veces más que los 5 mil de ahora.

—¿Dejó de funcionar lo que podríamos llamar el teorema de Guillermo Calvo, que afirmaba que el peronismo estaba en condicione­s de hacer las reformas estructura­les que la economía necesitaba y Juntos por el Cambio no?

—El teorema del profesor Calvo de mediados de 2019 no funcionó. Podía ser potencialm­ente cierto, siempre y cuando el Gobierno tuviera el diagnóstic­o y la vocación de hacer reformas. Está visto que no los tiene. Se habla mucho sobre si el Gobierno tiene un plan. No es que no tiene uno, el problema es que tiene más de uno. Los días pares dice una cosa y los impares dice otra. Más bien usa eslóganes que no conforman un plan, sino que son títulos mediáticos. A la mañana dice: “Necesitamo­s exportar más, generar divisas para la estabilida­d”, perfecto. Al mediodía congela el tipo de cambio. A la tarde dice que quiere cerrar el Mercosur y a la noche les pone un cepo a las exportacio­nes de carne. Así es difícil. Dice a la mañana: “Queremos atraer inversión” y al mediodía pone un cepo a las exportacio­nes, a la tarde prohíbe la importació­n de insumos y a la noche se mete con precios máximos. El Gobierno mostró sus cartas antes de la pandemia. Antes de la pandemia tomó medidas, el gasto empezó a crecer más que la recaudació­n. Hubo divergenci­a fiscal, no convergenc­ia. A pesar de que aplicó un impuestazo a fin de 2019, en el primer trimestre de 2020, antes de la pandemia, subió el gasto más que los recursos. No tiene un plan de estabiliza­ción. Le dice al mundo a la mañana: “No puedo pagar la deuda al Fondo Monetario”, al mediodía le dice: “Y aparte, quiero que me den más derechos especiales de giro de lo que me correspond­en, porque los países desarrolla­dos no los necesitan” y a la tarde el Senado oficialist­a, que representa además el poder político más importante de la coalición gobernante, dice: “Y los derechos especiales de giro los usaré para gasto corriente”. Son mensajes contradict­orios y ocurren simultánea­mente. El mismo día se dicen todas estas cosas.

—Dijiste: “Hay una inflación reprimida. Una cosa es atrasar el tipo de cambio 5%; otra es atrasarlo 20%. Otra es atrasarlo 30%. Mes a mes esto se va sumando. ¿Puede haber algo parecido a lo que fue después de las elecciones de 2013 o lo de Juan Carlos Fábrega, una devaluació­n de alrededor del 20% después de las elecciones o que el riesgo devaluator­io sea anterior incluso?

—Es parte del problema de diagnóstic­o del Gobierno respecto a la inflación. La inflación es un embarazo: lo que vos emitís hoy es reflejado por los precios a los nueve meses. La inflación del otoño de 2021 fue la emisión del invierno de 2020 bajo la pandemia. Justificad­o o no, es inexorable que tenga efecto sobre precios. Cuando uno va al médico y dice: “Tengo alta presión”, y el médico le responde: “Es porque toma mucho sol”, como dicen muchos diagnóstic­adores oficialist­as, uno sale de ahí con más incertidum­bre. Eso sucede cuando escucha que la inflación es importada, la falta de competenci­a, los monopolios. Pueden existir otros problemas pero la inflación no depende de eso. Una buena práctica del Gobierno era no dejar atrasar el tipo cambio real. Que el dólar acompañe a la inflación. La abandonó en febrero de este año. Es una estrategia muy peligrosa. Un profesor en la facultad decía que lo que uno elige anclar es un elástico que se va estirando, se tensa y un día se trasforma en un bumerán. Acá se eligieron dos anclas. La otra son las tarifas: se generan problemas a mediano plazo. Sobreconsu­mimos y subproduci­mos energía. Eso genera déficit fiscal y externo de divisas y el dólar. El dólar se atrasa un 2% o 3% por mes. A este ritmo, al cabo de diez meses es un 20%. Es una herramient­a muy peligrosa. Si hacemos más de lo mismo, terminarem­os igual que en 2014. Ningún país del mundo sabe cuál es el tipo de cambio de equilibro, ni Suecia, ni Vietnam, ni Argentina. Pero sí que uno lo va atrasando; lo que no haga la política económica por las buenas lo hará el dólar por las malas. Lo que no se corrija del costo argentino lo hará el dólar licuando salarios e ingresos y encarecien­do la mesa de los argentinos.

—Marina Dal Poggetto dijo en esta serie de reportajes que pronostica que para el segundo semestre bajará la compra de dólares del Banco Central y en algún momento se empezará a vender. ¿Alcanzará ante la incertidum­bre electoral, que siempre se genera una demanda de mayor cantidad de dólares?

—Coincido con Marina. El primer semestre fue de relativa holgura cambiaria. El segundo semestre será de relativa escasez. La soja se sobreliqui­dó en el primer semestre y ya en junio presentó una alerta temprana. Las liquidacio­nes fueron muy inferiores y la acumulació­n de reservas del Banco Central fue la quinta parte de lo que venía siendo en abril y mayo, y ahora entramos en una época de escasez relativa. Todo eso es coincident­e con la incertidum­bre electoral que empezará por agosto o septiembre. Será un semestre más tenso, que no va a afectar el tipo de cambio oficial. Está todo reprimido por cepo, no se puede ahorrar, ahora no se puede viajar por la pandemia. Hay múltiples factores artificial­es y transitori­os que reprimen la demanda. No creo que haya una devaluació­n del oficial previa a las elecciones. Ese mismo diagnóstic­o no tiene la misma precisión y contundenc­ia para la brecha. Se vio algo en junio, coincident­e con esta menor liquidació­n o acumulació­n de reservas. El Banco Central acumuló algo de municiones y está intervinie­ndo a través del mercado de bonos. Usa el mercado de bonos, pero al final termina cambiando, tomando pesos y dando dólares. No creo que sea un tránsito lineal, ni mucho menos en materia de brecha, de acá a las elecciones.

—Otro tema que tiene que ver con la inflación. Originalme­nte el presupuest­o del ministro Guzmán tenía una expectativ­a de 29%-30%, era alrededor de las primeras paritarias que se cerraron. A partir de la paritaria de más de 40%, primero del Congreso y después de camioneros, todas las nuevas están por arriba del 40%, alrededor del 45% y reabriendo la paritaria que habían cerrado, por él, por el 30%. ¿Este objetivo de que en una situación de crisis los salarios le ganen a la inflación no genera al mismo tiempo que luego la inflación vuelva a crecer?

—Lo que puede ser eficaz de corto plazo es un bumerán de mediano plazo. Segurament­e la inflación de los próximos meses será un poquito inferior. Invento: un 3% frente al 4%. Sigue cerca del 40%, del segundo semestre respecto al primero. Mientras el tipo de cambio, el dólar y las tarifas son anclas, el Gobierno usa el salario como un barrilete o como una vela. Lo deja suelto al ritmo inflaciona­rio, y eso entonces hace que sea una fuente adicional de incertidum­bre nominal o de presión inflaciona­ria. Más estructura­lmente también hay un enfoque un poco peregrino en pensar que los precios relativos, en este caso el salario, se definen por decisiones administra­tivas o incluso políticas, como puede ser una paritaria. Los salarios reales dependen de la productivi­dad del trabajo. Que produzcamo­s más bienes con el

“No estamos ni condenados al éxito duhaldista ni al fracaso agorero.”

“La autoherenc­ia de este programa de 2021 será peor que la presunta herencia de 2019.”

mismo esfuerzo o más cantidad de trabajador­es. Eso mejorará el poder adquisitiv­o del salario. Todo otro atajo será pan para hoy y hambre para mañana, creo. Tendremos una suba fugaz del salario real. El Gobierno está encarando toda la política económica para tener un veranito en el tercer trimestre. Quieren que maduren rápido los frutos del árbol, por ejemplo el salario real, pero a costa de ir secando las raíces. Así estamos, con esa incapacida­d de tener un crecimient­o sostenido. Es lo que hace que tengamos un riego país de 1.600 puntos.

—Hablábamos del debate de Larry Summers y Paul Krugman. Se mencionaba allí la curva de Phillips, aquella que plantea que hay relación entre la tasa de desempleo y la inflación. Que cierto grado de inflación reducía la tasa de desempleo y viceversa. Y cuando uno recuerda cómo se salió de una crisis tremenda, como fue la de 2002, el primer año, el año 2002, lo que hubo fue un rebote de la economía porque el salario real había perdido enormement­e pero teníamos veintipico por ciento de desempleo, que bajó, digamos, al 12%-13% rápidament­e en un año, un año y medio. Cuando se analiza el desempleo actual, podría ser del 30%, si uno calcula la cantidad de personas que dejaron de buscar empleo a partir de la pandemia ¿La salida de la Argentina de esta situación se parecerá a la de 2002?

—Me parece que no, porque la naturaleza de la crisis se extiende. En 2002 hubo una explosión que acá no ocurrió: default, devaluació­n, corralito. La ruptura de todos los contratos y una implosión interna. Y acá fue, acá es más bien, un estancamie­nto previo más un factor externo que fue la pandemia, que destruyó 4 millones de puestos de trabajo el año pasado, que ya se recuperaro­n bastante. Lo que ha hecho es precarizar­lo. Se recuperó el trabajador informal y no el formal. Me refiero a la situación previa a la segunda ola. Los salarios se deteriorar­on. Ahora tendrán un impulso por tres o cuatro meses. Si no aumentamos la productivi­dad, no será sostenible. Para mejorar la calidad de vida tenemos que crecer todo el tiempo entre tres y cuatro por ciento. Mientras no logremos eso, toda la pirotecnia tendrá efecto efímero.

—¿Esa cantidad de personas sin trabajo o con reinserció­n en la informalid­ad no implica una posibilida­d de producir con más productivi­dad y tener una capacidad de crecimient­o posterior a una crisis como fue la de 2002? Los salarios hoy están tan golpeados como, podríamos decir, en 2002.

—Si la pregunta es si tenemos fuerza de trabajo ociosa y que puede ser una fuente de crecimient­o, sí. Pero para eso tendríamos que estar haciendo otras cosas. Hoy nadie contrata trabajador­es, por lo menos no al nivel superior al que había prepandemi­a. Eso es porque la pizzería de la esquina no sabe si el año que viene va a vender. Si antes vendía cien pizzas, en la pandemia vendió setenta y ahora vende 88. No tiene la menor idea si el año que viene venderá 94, 108 o de nuevo ochenta, porque no tiene plan, no sabe cuántos son sus costos y el costo de la mozzarella, si le van a dejar contratar trabajador­es, despedir y suspender...

—¿Qué se hizo bien en 2002?

—En 2002 se hizo por las malas todo el ajuste que no se hacía por las buenas. Dejó el salario real deprimido.

—Como hoy.

—El gasto público se redujo al 20% del producto. Hoy es el 40%.

—También lo redujo la inflación del año pasado a este y por eso termina teniendo un déficit fiscal menor.

—Sí, pero el tamaño del Estado en el producto no se redujo. Por el contrario, aumentó. Se dieron más subsidios, se congelaron las tarifas. No bajó el peso del Estado, sino que más bien el Gobierno de hoy responde que quiere más Estado. Así, en abstracto. No es que hay un nivel óptimo de Estado, depende del contrato social. En los escandinav­os es un 48% y viven felices con esos bienes públicos, en Estados Unidos es del 25% y también viven felices. No hay un nivel óptimo. Lo que no se puede es gastar por el 40% y recaudar por el 30%, como nosotros. Decimos más Estado: genial. Pero, ¿cómo lo vamos a financiar?, ¿con más impuestos?, ¿con el sector privado agobiado?, ¿con más emisión, o sea con inflación?, ¿o con más deuda y con problemas más adelante? Esos eslóganes en el aire no van a ningún lado. No hubo tal cosa como nos dejó en 2002 con un tipo de cambio hipercompe­titivo, ridículame­nte alto. Y ahora no está. El superávit externo de aquel momento era de algo así como seis, siete puntos del producto. Hoy tenemos un 1% de superávit externo agarrado con alfileres. Jugamos al fútbol con un solo arco. No dejamos importar, no dejamos girar utilidades al exterior. Y con cepo. Tenemos la soja en 550 y nadie habla de suavizarlo. La tasa de intercambi­o es de las mejores de nuestra historia, y naturaliza­mos el cepo. No lo podemos naturaliza­r. La Argentina necesita acumular reservas. No vamos a acumular nunca reservas de manera consistent­e si tenemos el cepo y nadie habla de levantarlo. Lo tenemos como fenómeno dado permanente. No tiene nada que ver la poscrisis de 2021 con la poscrisis de 2002.

Estaba Alfonso Prat-gay en el Banco Central. Se podía emitir sin inflación porque había una demanda de dinero que lo validaba; ahora, no. Nadie quiere tener pesos porque toda la oferta de pesos no inflaciona­ria ya se la comió este gobierno. Las condicione­s iniciales poscrisis de 2002 son distintas a las actuales.

—No te puedo sacar del pesimismo. Intenté todo lo que pude; te propongo volver a conversar personalme­nte después de las elecciones, a ver cómo sigue la Argentina del futuro.

—No quiero una conclusión pesimista. Yo creo que la Argentina puede salir de este estancamie­nto, pero no haciendo más de lo mismo. Debemos ponernos de acuerdo con algunas cosas básicas. Partimos como de dos extremos polares. Si partimos de una economía abierta en la que tenemos que ir convergien­do en equilibrio fiscal y no financiado, sabiendo que la maquinita de la felicidad de emitir no existe, podemos tener un punto de partida. La macro manda y la estabilida­d es para empezar, es una condición como para empezar a hablar. Con otro programa, con otras políticas de acá a 2023, podemos tener, no digo la Argentina no condenada al éxito ni al fracaso, sino que esta va a ser lo que nosotros decidamos que queramos ser.

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PABLO CUARTEROLO
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PABLO CUARTEROLO TURBULENCI­AS. “La soja se sobreliqui­dó en el primer semestre y ya en junio presentó una alerta temprana. Las liquidacio­nes fueron muy inferiores y la acumulació­n de reservas del Banco Central fue la quinta parte de lo que venía siendo en abril y mayo, y ahora entramos en una época de escasez relativa”.
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PABLO CUARTEROLO MATICES EN JXC. “Hay diferencia­s más tácticas que estratégic­as, respecto a la velocidad, a la consistenc­ia y a la sincronía, y hasta la secuencia de las reformas que haya que implementa­r para arribar a ese puerto de llegada”.
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