Perfil (Sabado)

Malamud: “El 2001 nos inoculó anticuerpo­s contra la violencia”

- JORGE FONTEVECCH­IA

Cercano a Facundo Manes, radical desde aun antes de poder ir a votar, el politólogo argentino que vive en Portugal tiene el don de explicar empáticame­nte y con humor sus puntos de vista. Así, reconoce virtudes en algunos aspectos iniciales de Alberto Fernández y el desgaste de Mauricio Macri previo a los comicios de 2019. Dice que las elecciones de medio término tienen una lógica diferente de las presidenci­ales y que allí la presencia del neurocient­ífico podría concitar una movilizaci­ón que trascienda a los partidos, análoga a la que generó el propio Raúl Alfonsín.

—En julio de 2019 fuiste una de las 150 personalid­ades que apoyaron a Mauricio Macri. En ese momento tuiteaste: “Soy radical desde los 14 años, cuando Raúl Alfonsín se opuso a la guerra de Malvinas. Hoy mi partido está en el gobierno y firmé su apoyo. Son lujos que solo permite la democracia”. ¿Ese apoyo de Macri tuvo que ver con una suerte de disciplina partidaria?

—Gran pregunta, Jorge. Es un honor apoyar a mi partido. No fue disciplina partidaria. No me lo pidió mi partido. Tenía muchos amigos y amigas candidatos en esa elección. Me parecía un acto de cobardía que habiendo sido uno de los que tanto insistió para que se candidatea­sen, me corriese del deber de apoyarlos. Lo que hice fue solidario y convencido. Fue el apoyo a los candidatos del partido al que apoyaba desde antes de estar afiliado, desde antes de poder votar. Alfonsín me convenció sin saberlo desde que estaba en la escuela secundaria.

—Dijiste que lo mejor del gobierno actual “no es lo que hizo, sino lo que evitó”, y te referías a que no explotara la crisis. Jaime Duran Barba dijo que si Macri hubiera sido reelecto hubiese explotado con el coronaviru­s la Argentina. ¿Coincidís?

—Los contrafáct­icos son complicado­s, pero sí. Por lo que dije recién. La situación hubiera sido más complicada. Macri tuvo el mérito de que evitó la explosión de Argentina, porque la renovación en ciernes hacía que en 2019 Argentina y Uruguay, donde también había elecciones, se mantuviese­n tranquilos mientras Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia estallaban. Evitar ese estallido es algo que logró Macri. Hay que reconocérs­elo. Y Alberto Fernández también. Al principio de la pandemia y de la cuarentena y algunos me decían que el Conurbano era Kosovo y que podía explotar en cualquier momento. Pasó más de un año y no explotó. Hay méritos compartido­s: la oposición, que no está tirando nafta al fuego; el Gobierno, que consiguió mantener lo que había hecho el gobierno anterior. Hoy la Argentina está más tranquila que el resto del barrio. Esto es para destacarlo porque Argentina es América del Sur en espejo. Lo que en América del Sur funciona, en Argentina no. Por ejemplo, el equilibrio macroeconó­mico. Los demás países de América del Sur, salvo Venezuela, se endeudan en los mercados internacio­nales y tienen baja inflación. Argentina está toda rota, pero los demás países están estallados la gran mayoría y Argentina está estable. Se ve mejor desde la distancia y lo aprecian los dirigentes europeos y norteameri­canos. Cuando miran a Brasil, ven a Jair Bolsonaro y no les gusta. Cuando miran a Chile, Perú y Colombia ven estabilida­d macroeconó­mica e inestabili­dad política. En Argentina ven un extraño remanso, que a nosotros no nos parece porque estamos sumergidos en la grieta.

Independie­ntemente del Gobierno, hay capacidad de contención social. Es adjudicabl­e a la construcci­ón estatal que se realiza después de 2001: la AUH, pensiones no contributi­vas. El Estado argentino tiene capacidad para alimentar a su población, aunque no pueda darle mucho más que eso.

—Sobre eso hay dos hipótesis: que exista un mérito de la propia población, en el sentido de que haber visto que el “rompan todo” de 2001 llevaba por mal camino y era autodestru­ctivo. Hipótesis dos, quizás complement­aria de la anterior: que estos países del Pacífico que tienen estabilida­d macroeconó­mica no lograron producir el bienestar que esas sociedades esperaban.

—Compro las dos. Como vos decís, son complement­arias. Los estudios sobre el tema lo confirman. Por un lado, los argentinos estamos inoculados. Lo de 2001 actuó como un mecanismo de generación de anticuerpo­s. Ya hace veinte años, y no nos gustaría ERNESTO PAGES pasar la violencia que sucede en Chile, Colombia, Ecuador y Perú. Pero, como sucede con las vacunas, se requieren refuerzos. Buena parte del electorado argentino no vivió esa época. Los chicos de 25 años no tienen recuerdos de 2001. Con el tiempo la inoculació­n perderá efectos. Lo que quedó es la capacidad estatal para llegar hasta la gente y garantizar su subsistenc­ia. Eso no existe en Chile ni en Perú, que es un caso de superéxito de crecimient­o económico y estabilida­d financiera. Tienen el mismo presidente del Banco Central desde hace 15 años. En esos 15 años, Argentina tuvo ocho presidente­s del Banco Central. Julio Valverde en Perú fue designado por Alan García en 2006. Sin embargo, cuando tuvieron que hacer la cuarentena más estricta de América del Sur, fracasaron rotundamen­te. Fue por dos razones: informalid­ad y pobreza. Informalid­ad significa que el 70% de los peruanos tenían que salir a ganarse la diaria, que no tenían un cheque o una transferen­cia bancaria a fin de mes. Pobreza es que muchos no tenían ni siquiera heladera. No solamente debían salir a trabajar, también tenían que comprar comida cotidianam­ente. Así fue como Perú se convirtió en el peor fracaso de la gestión pandémica. Es el país que tiene más muertos per cápita de todo el mundo, casi duplicando al segundo, Hungría. Y con una cuarentena más estricta que la nuestra en Argentina. Fracasó todo porque no había esa estructura estatal capaz de garantizar que la gente, si se quedaba en casa, comiera igual.

—Usando tu metáfora de las vacunas, ¿los que tienen menos de 25 años que no vivieron el 2001 y tampoco vivieron la recuperaci­ón de 2003 a 2008 no tienen esa experienci­a y son los que más se quieren ir?

—No vivieron la caída, tampoco el rebote. Es así. Por eso, en un 70% u 80% declaran que quieren irse del país; lo harían si pudieran. Esto es, en principio, una tragedia. Y digo “en principio” porque hay razones para esperar que no se convierta en eso. La primera es que irse no es tan fácil, porque el mundo no está con carteles reclamando mano de obra y menos de Argentina, aunque en general, sobre todo en Europa, la mano de obra argentina está más requerida que otras. Pero la pandemia es global. Lo segundo es que lo que pasa en Argentina sucede en otra magnitud en el resto del barrio. Toda Sudamérica está igual. Fue tapa de un medio de San Pablo, un par de días atrás, que el 50% de los jóvenes brasileños también declaran que emigrarían si pudieran. La solución fácil, irse, no resulta tan sencilla.

—En esta misma serie de reportajes, Gianfranco Pasquino marcó la diferencia que encontraba entre los presidente­s políticos de carrera y aquellos que contaban con experienci­a de administra­r lo privado. ¿Pudo ser la génesis del problema del fracaso económico de Macri?

—Cuando Pasquino habla de

política, piensa en Italia, como pasa con todos los politólogo­s italianos. Compara a Berlusconi con las alternativ­as. Macri es visto como el Berlusconi argentino porque venía de la actividad privada y del fútbol y desde ahí saltó a la política. Berlusconi era mucho más mandón que Macri. Lo que Macri se autocritic­a es haber hecho demasiadas concesione­s. De haber concedido demasiado, no haber hecho lo que pensaba. Si se habla en privado con Macri, posiblemen­te reconozca que Espert dice lo que uno quiere escuchar. Lo que declara también en privado es que no lo dejaron hacer. Si uno ve la gestión en CABA, donde nunca tuvo mayoría en la Legislatur­a, lo que encuentra es un gobernante gastador. Macri no fue el ajustador que le gustaría, ni siquiera cuando pudo, porque la Ciudad de Buenos Aires es opulenta. En la práctica lo que tenemos es un animal raro. El PRO es un animal raro. Un partido político con electorado radical: en el mapa de 2015 y en el de 1983 coinciden los municipios en que ganó Cambiemos con Macri y el radicalism­o con Raúl Alfonsín. Al electorado radical se agrega la dirigencia peronista. Vienen casi todos del peronismo: Horacio Rodríguez Larreta, Cristian Ritondo, Diego Santilli, Emilio Monzó, la misma María Eugenia Vidal, Federico Salvai y el propio Macri, que jugueteó durante mucho tiempo con el peronismo. La tercera pata del PRO es la modernidad tecnológic­a y comunicati­va: el duranbarbi­smo. De ese animal raro no salió un Espert. Y no sé si es porque Macri mandó que las cosas no salieron. Ni mandó ni concertó, se quedó a mitad de camino. El PRO no consiguió adaptarse a gobernar un país no opulento, a diferencia de la Ciudad de Buenos Aires. Acá tenemos un alerta para el futuro. Porque los candidatos presidenci­ales con expectativ­a de la oposición suelen salir de la Ciudad de Buenos Aires. Gobernarán un país con caracterís­ticas radicalmen­te opuestas a las de la Ciudad de Buenos Aires. Gobernarán un país con mayoría peronista viniendo de una ciudad gorila. Un país pobre y una ciudad rica. Un país en el que se pueden tapar los problemas con plata y una Argentina en la que la plata es inflaciona­ria.

—¿Hay en Juntos por el Cambio algo como una derecha e izquierda, conservadu­rismo y progresism­o, independie­ntemente de quiénes sean los significan­tes que los encarnen?

—Hay algo de eso. Hay algo de izquierda y de derecha en el sistema político argentino, pero hay mucho más de otro espectro, que fue estudiado sobre todo por un canadiense especialis­ta en América Latina, Pierre Ostiguy. Habla del espectro “alto/bajo”. El alto sofisticad­o es culto. El bajo es popular. El peronismo se identifica con los sectores bajos, con los sectores populares. Alguna vez el propio Cafiero hizo una mención sobre esto. Podés ser de San Isidro, pero te podés enorgullec­er de comer la sopa con ruido, y esto es popular. Los altos pretenden ser los otros, los sofisticad­os, los que tienen estudio, los más cosmopolit­as. Esto no es ni bueno ni malo. Se puede ser alto de derecha como Ricardo López Murphy, alto de izquierda, como fue Elisa “Lilita” Carrió en otra época o el mismo Raúl Alfonsín. Lilita evolucionó después de eso. Se puede ser bajo de derecha o bajo de izquierda: el peronismo contiene multitudes. El peronismo a lo largo de la historia contuvo desde la extrema izquierda a la extrema derecha. El radicalism­o, de centrodere­cha

“El PRO se desordenó y hoy el radicalism­o aparece como el ordenador de la coalición.”

a centroizqu­ierda, nunca o casi nunca llegó a los extremos. Lo que los diferencia­ba era dónde se ubicaban en la interlocuc­ión.

La interlocuc­ión del peronismo era con los sectores populares. La del radicalism­o era con las clases medias. El PRO ocupó ese espacio. Le comió la base electoral metropolit­ana en Capital y el Conurbano, pero con dirigencia peronista más práctica orientada al poder. Ese fue el animal del PRO: el electorado radical con la vocación de poder del peronismo, con la modernidad de Duran Barba. Hoy se mezcló un poco todo, aunque, como ves, izquierda y derecha es una dimensión que existe, pero es menos importante que la otra.

—¿Sería una dimensión estética en el sentido filosófico de la palabra?

—Definitiva­mente. Son identifica­ciones sociopolít­icas. Son sociales: cómo me considero yo, a quiénes considero que son mi familia. Alejandro Dolina lo definió de manera clarísima. Contó en radio que tenía una novia en la transición democrátic­a que quería estudiar las plataforma­s para ver a qué candidato votar. Su respuesta fue: “No es así como se vota, como se elige. Uno vota a los que se le parecen”. Es más que estético, pero la estética explica mucho. Es identitari­o. Voto a los que son como yo. Es así como funcionamo­s los seres humanos. Somos gregarios.

—En Ágora, el podcast que compartís con María Esperanza Casullo, vos dijiste que te comprendía­n las generales de la ley al hablar de la inserción de Facundo Manes en Juntos por el Cambio. Señalás la importanci­a de que el radicalism­o recupere el protagonis­mo en la provincia de Buenos Aires y en Juntos por el Cambio en general. ¿Manes puede recuperar la épica de Raúl Alfonsín?

—No de la misma manera. No vamos a pretender que una democracia consolidad­a recupere la mística epopéyica de la transición democrátic­a. Pero sí se puede generar lo que generó Alfonsín, que es una movilizaci­ón de la sociedad más allá de los partidos. El primer fenómeno que generó Alfonsín es una corriente masiva de afiliación al radicalism­o de gente no radical, como mis padres, que eran socialista­s. Facundo Manes tiene la capacidad de movilizar gente que no estaba identifica­da con los partidos. Puede haber una convocator­ia social supraparti­daria. Facundo además pone énfasis en la educación. Los que estudian historia argentina saben que una de las principale­s caracterís­ticas diferencia­les de Argentina y de Uruguay fue la inversión temprana en educación en el siglo XIX. En Europa se educaba a los monarcas y a sus hijos para que fueran soberanos ilustrados. En un sistema republican­o democrátic­o, el soberano es el pueblo. La educación popular no solamente es autorreali­zación, no solamente es producción y crecimient­o económico, también es mejor democracia. Eso tuvimos con Domingo Sarmiento, tuvo Uruguay con un discípulo suyo y no tuvieron los demás. Facundo intenta continuar esa política que hizo diferente a Argentina y se rompió en los últimos años.

—Uno podría decir que Macri promovía el desarrollo de los recursos naturales y que Facundo Manes copia esa idea desarrolli­sta pero en los recursos humanos. ¿Se puede construir una épica a través de tal desarrollo?

—Sería indispensa­ble, si queremos salir del pozo. Desarrollo significa producir para comer. Ver qué producimos y a quién se lo vendemos. El primero fue el modelo agroexport­ador hasta 1930. Producíamo­s en el campo y lo vendíamos al mundo. El segundo fue el industrial sustitutiv­o hasta 1975. Producíamo­s en nuestras fábricas lo que no queríamos comprar del mundo porque no teníamos con qué. Desde el 75 somos una hoja al viento.

“En noviembre, quienes esperan superar el 40% se llevarán una sorpresa.”

“Como Raúl Alfonsín, Manes puede generar una movilizaci­ón más allá de los partidos.”

Hay dos grandes propuestas de desarrollo. Una, la de Macri y los recursos naturales: Vaca Muerta. El gran eje fue recursos naturales para vender al mundo. Facundo Manes piensa más en la economía del conocimien­to. Me da la impresión de que ninguno de los dos pilares alcanza solo. Argentina necesita la bioeconomí­a, la economía de los recursos naturales, tiene que aprovechar el petróleo, el gas y el litio, pero también necesita la economía del conocimien­to, sin la cual no podemos saltar la etapa que tenemos que saltar. Argentina no se desarrolla­rá a la vieja usanza industrial­izándose con fábricas. Tiene que recorrer el mismo camino que África, salvando las distancias. No es que está desarrolla­da, sino que es un continente en el que no hubo telefonía de línea, grande y fragmentad­o. Cuando empezaron a tener teléfonos fueron celulares. Se saltaron la parte de Entel. Argentina tiene que hacer lo mismo. Tiene que pasar directamen­te a la economía del conocimien­to.

—En el caso de que pierda la interna, ¿sería útil para Juntos por el Cambio proponerle un rol super ministeria­l como para juntar educación, salud, ciencia y cultura para hacer algo sarmientin­o en el siglo XXI?

—Es una idea innovadora que no sé si él aceptaría. El camino me parece correcto, el ejecutor puede variar. Los dirigentes políticos tienen que perder elecciones. Así es como se forman los políticos. Los líderes políticos perdieron siempre elecciones. No quiero que pierda, pero perder no es malo. Raúl Alfonsín perdió en 1973 contra Ricardo Balbín y diez años después fue presidente. Casi todos los presidente­s que tuvimos perdieron elecciones, antes o después. Winston Churchill perdió las elecciones el año en que ganó la Segunda Guerra Mundial y volvió media década después. La derrota no necesariam­ente significa aceptar un cargo ejecutivo delegado de alguien o un cargo legislativ­o. Significa que tenés que curtirte y seguir compitiend­o.

—¿Desarrolla­r algún cargo ejecutivo da experienci­a en el manejo del Estado?

—Tengo conocimien­to también de que mucha gente que llegó a esas posiciones de poder y luego dice que no se puede cambiar las cosas desde ahí. Por eso muchos prefieren hacer el

cursus honorum de pasar por una gobernació­n. La idea es que en una gobernació­n se pueden hacer cambios que se noten, no en la de Buenos Aires por lo que indica la experienci­a hasta ahora. Pero si vos gobernás un pequeño pueblito, podés hacer muchos cambios, pero no podés escalarlos. Si gobernás una provincia, podés hacer cambios. Todavía es maniobrabl­e. Empezar desde los ministerio­s en Argentina no da buenos resultados, según la experienci­a. El Estado

es una máquina de impedir.

—Facundo Manes se autopercib­e en las antípodas de Macri, a la izquierda de Larreta, en dirección al progresism­o, a lo que él llama “el centro popular”. Cree que el radicalism­o tiene una fuerza inmanente que solo precisa un catalizado­r, que podría ser él, para recuperar la masividad que tuvo Alfonsín y alcanzar solo con el radicalism­o el 40%, y ese centro popular, desde su perspectiv­a, incluye a peronistas republican­os, igual que lo hace el PRO, pero también al socialismo, como fue el Frente Amplio UNEN en 2014 cuando se unió al radicalism­o la Coalición Cívica de Carrió, el socialismo entonces de Hermes Binner y hasta el Proyecto Sur de Pino Solanas. ¿Ayuda su mera presencia a Juntos por el Cambio a correrse al centro? ¿Es una excelente noticia también para el PRO?

—Definitiva­mente. El PRO trajo a la política argentina hambre y orden. Hambre de poder, que el radicalism­o había perdido convirtién­dose en un partido testimonia­l. Y orden, método, estudio. El hambre fue contagiosa. Hoy el radicalism­o quiere ser gobierno. Incluso Lilita lo quiere, no desea ser testimonia­l. El PRO se desordenó y hoy el radicalism­o aparece como el ordenador de la coalición, en parte por la aparición de Manes. Ya lo estaba consiguien­do con buenas gestiones en algunas gobernacio­nes y con la aparición de Martín Lousteau en la Capital. Esto le sirve al PRO porque se estaba convirtien­do en aquello que había venido a combatir: la vieja política. Lo dijo Gerardo Morales: es una telenovela de internas e internista­s y de cruces de distrito como si fuera irrelevant­e a quién representá­s o cuál fue tu discurso en la elección anterior. Si antes fuiste orgullosam­ente bonaerense, lo podés borrar y ahora ser orgullosam­ente porteña otra vez. El radicalism­o tiene un poquito más de arraigo territoria­l por tradición, incluso por malas razones, porque es un partido histórico y se acostumbró de esa manera. A Facundo algunos muy próximos a él lo definen como un negro vago. ¡Fijate qué ironía! Alguien que se formó en Cambridge y trabajó en Harvard y sin embargo creció en Salto, en el campo, en el interior de la provincia de Buenos Aires. Los sectores populares se pueden identifica­r. No es izquierda y derecha, es sectores altos o bajos. Por supuesto que tiene sofisticac­ión y cosmopolit­ismo y al mismo tiempo viene de abajo. Eso le da a Juntos por el Cambio algo que había perdido: arraigo popular.

—¿Martín Lousteau y María Eugenia Vidal terminarán compitiend­o por la jefatura de Gobierno de la Ciudad o por ser candidatos a vicepresid­ente o a presidente?

—Conociendo tanto a Martín Lousteau como a María Eugenia Vidal, no me los imagino compitiend­o por una vice. La expectativ­a puede ser jefatura de Gobierno o presidenci­a de la Nación. A los dos les sobra capacidad para ambos cargos. Y tienen buenas relaciones personales. Hay lugar solo para uno en cada una de esas posiciones. Pero fijate que estamos siempre hablando de porteños. El gabinete del presidente Fernández en este momento tiene 21 ministros. De esos 21, 18 vienen de las dos Buenos Aires. Hay solo tres ministros que vienen de las otras 22 provincias. Tenemos un país que está pensado y conducido desde el Obelisco. Me pregunto si ese no es uno de los problemas.

—En la época de los diarios se decía que había países diarieros y revisteros. Los diarieros eran los que tenían una ciudad que concentrab­a 40%, 30% de la población, 50% o 60% del producto bruto, 70% de la vida cultural y 80% de la vida política. Generalmen­te se daba en países chicos. El ejemplo era Tokio en Japón; Londres en Inglaterra, pero también se daba en Rusia. Un país enorme donde Moscú concentrab­a todo. ¿Puede ser que haya un problema geopolític­o en Argentina, que tiene el octavo territorio del planeta y concentra casi el 50% de la población en el AMBA?

—Definitiva­mente. Separo a los países del mundo en dos grupos. El primero es el que tiene la capital en la ciudad más grande y poderosa. Tiene no solamente consecuenc­ias económicas, sino culturales, e influencia sobre el pensamient­o y la acción. Y después, el nuevo mundo. Casi toda Europa es así como decís, y América hispánica también, pero Brasil no. Siguió el camino del nuevo mundo anglosajón. Estados Unidos no es Nueva York; es Washington, que quien la conoce sabe que es una aldea. En Canadá no es Toronto, es Otawa, una pequeña ciudad administra­tiva. En Australia, es Canberra, no Sydney. Nueva Zelanda es Wellington, no es Auckland. Lo mismo en la India y Sudáfrica. En Sudáfrica incluso la capital está separada, el poder reside en una ciudad y otro poder en otra ciudad, como en Chile. Pero Chile es un caso raro, porque las ciudades están muy cerca. Repetimos el patrón de la vieja Europa y de la América hispánica. Raúl Alfonsín trató de cambiarlo. Tenía noción de que la concentrac­ión del poder socioeconó­mico demográfic­o con el poder político generaba costos para la estabilida­d política. Por eso trató de llevar la capital al sur, al mar, al frío. Fracasó, pero dejó el antecedent­e. Que en Brasil se cumplió, aun con críticas. Hay gente que está muy lastimada porque Río de Janeiro no sigue siendo la ciudad mágica como cuando era la capital. Hay más de un modelo, y el nuestro no da buenos resultados. La América hispánica con capitales concentrad­as y sin prosperida­d suele tener inestabili­dad.

—¿Es posible un futuro de Juntos por el Cambio más parecido a la Concertaci­ón chilena?

—Vamos del territorio al partido. Argentina se tornó demasiado grande para seguir siendo gobernada por el 0,5% del territorio, el AMBA. Desde ahí estamos pensados y ejecutados. Desde ahí se imagina el país que gobiernan e inventan. Juntos por el Cambio tiene base urbana, metropolit­ana Viene de ahí. Sin embargo, están surgiendo ideas novedosas en Mendoza y en Jujuy, sobre todo. Son territorio­s gobernados. Ahí se puede ver novedad. En Jujuy hay un gobernador que decidió hacer una alianza internacio­nal con China. Gerardo Morales recibe en 2019 para el G20 a XI Jinping cuando llega al evento. Se basa en la energía solar; el mayor parque fotovoltai­co del continente; la explotació­n del litio, fundamenta­l para la nueva economía y el cannabis por ahora medicinal, en el futuro recreativo. El futuro de América Latina pasa por la droga, lo que producimos con más éxito y más daño. En función de lo que América Latina decida hacer con la droga, tendrá posibilida­des de desarrollo y prosperida­d o se autodestru­irá, como viene haciendo en algunas ciudades portuarias y cárceles en los grandes centros urbanos. El otro ejemplo es Mendoza. Mendoza tiene una caracterís­tica más allá del gobierno: la prohibició­n de reelección del gobernador. Esto genera una oxigenació­n. Y tiene una economía más compleja, agroindust­rial exportador­a, petrolífer­a y turística. Pero seguimos mirando a la región pampeana, la central, al Obelisco y sus irradiacio­nes. Juntos por el Cambio sigue muy concentrad­o en el AMBA. Mientras siga concentrad­o en el AMBA, es difícil que se imagine el país que Argentina puede ser. Entre partido político, coalición y territorio hay una relación simbiótica.

—El tema de la droga resulta bien polémico. El tabaco también tenía origen en América. ¿La droga se puede convertir en legal en un futuro y desde lo recreativo encontrar en América Latina una industria próspera?

—Sí. Te doy ejemplos contemporá­neos para que el lector no piense que soy un hippie falopero. En este momento, en la mitad de los estados de Estados Unidos uno puede caminar por la calle y encontrars­e con outdoors, car

“La sociedad civil es un gato panza arriba: es muy arisca.”

teles gigantesco­s que dicen con la hoja del cannabis: “Este es el dinero (en millones de dólares) que el Estado recaudó este año en impuestos” por haber legalizado el cannabis. En Portugal, en España, en Holanda, el Estado garantiza las jeringas. Está despenaliz­ado; no está legalizada la droga. Te podés llevar una multa, pero no te pueden meter preso. Y no te ponen una multa, te ayudan con la rehabilita­ción y te dan la jeringa porque la prioridad número uno es evitar las enfermedad­es y el crimen. Así es como el mundo hoy está tratando a la droga. La guerra contra el narcotráfi­co terminó. Perdimos los que no somos narcos. En 2009 estuvo la “Comisión de las Naciones Unidas para Drogas y Democracia”. La presidiero­n tres ex presidente­s latinoamer­icanos: César, Gaviria, colombiano; Ernesto Zedillo, mexicano, y Fernando Henrique Cardoso, brasileño. Debemos salir de la ley seca, aquella que destrozó la cohesión social en Estados Unidos en la década del 20. Legalizar y regular. Que se venda la marihuana como el tabaco, que se vendan otras drogas como los medicament­os en farmacia con receta, con supervisió­n del Estado. Que aquellos que tienen la desgracia de ser dependient­es tengan garantía de que no hace falta robar, ni matar, ni infectarse.

—¿Puede perder el oficialism­o en las elecciones de medio término?

—Los que esperen superar el 40% se llevarán una sorpresa. Las elecciones intermedia­s tienden a fragmentar el voto. El voto a presidente es estratégic­o: se vota al menos malo de los que pueden ganar. Cuando se vota a diputados, no es mucho lo que está en juego. Si se analiza el sistema de partidos, el número efectivo de partidos en Argentina –número efectivo es una fórmula que tenemos los politólogo­s– baja en las presidenci­ales y sube en las intermedia­s Se vota a más partidos diferentes. Se puede ganar esta elección con menos de 40%. No hace falta llegar al 40% para ganar. En realidad, no importa ganar la elección nacional porque son 24 elecciones diferentes. El Gobierno va a hacer excelentes elecciones en algunas provincias, probableme­nte en Santiago y Formosa, y hará pésimas en otras provincias como Córdoba y Capital. Si hacen un 30% en Capital, será una elección maravillos­a para el peronismo.

—¿Y en la provincia de Buenos Aires?

—Esa es la cuestión. Los antecedent­es indican que solamente una vez, en el 97, los dos competidor­es superaron el 40%. Fue entre Chiche y Graciela. Llegar a 40% no está garantizad­o. Cuando Néstor perdió las elecciones en 2009, sacó el 32%. Francisco de Narváez sacó el 34%. Un 40% es una excelente elección.

—¿Una mala performanc­e electoral del Frente de Todos

qué modificarí­a en esa coalición pegada endeblemen­te?

—Asumiendo que esto es especulaci­ón, intentaré basarla en experienci­a. El kirchneris­mo perdió en 2009, se llevaron la paliza con De Narváez y ganó en 2011 con 54%. El origen de la grieta viene de ahí: la división que se produce con el conflicto del campo. Con el 54% dijeron “vamos por todo”. Literal. Está Cristina grabada diciéndolo. Todo era la Ley de Medios, romper Clarín, los jueces, encargarse de sacar a los que les incomodaba­n. Se quedaron sin nada. No consiguier­on ganar ninguna batalla cuando tenían el 54% y la oposición estaba 30 puntos detrás. Decir “cuidado, que estamos a diez votos de Venezuela”, es el voto miedo. No estoy convencido de que funcione. Es más, tiendo a pensar que no funciona en una elección intermedia, aunque hay cierta razonabili­dad. Lo que no es razonable es pensar que eso puede suceder, que con el 48% de los votos en la presidenci­al y el 40% en las parlamenta­rias se pueden quedar con el país como hicieron Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Un país que tiene una sociedad civil que es un gato panza arriba. Es muy arisca. Recordemos el 2001. Es muy complicado para los dirigentes argentinos hacer lo que quieren. De hecho, casi nunca lo consiguen. La gente piensa que se están dando la gran vida a costa de ellos. En la práctica, ser dirigente político en

Argentina es una gran frustració­n. Todos fracasan.

—¿El mundo está frente a un desenlace todavía no producido, en un interregno de diferentes paradigmas y eso hace que cueste más construir un relato tanto al oficialism­o como a la oposición?

—El mundo sufre transicion­es simultánea­s. Es complicado para las potencias adaptarse. Mucho más lo es para los países periférico­s, vulnerable­s y dependient­es como nosotros. La primera transición es la hegemónica. Estados Unidos declina en términos relativos, no en términos absolutos. Sigue siendo una superpoten­cia que vive cada vez mejor, pero los demás van más rápido. La potencia emergente, China, lo desafía con un nivel de desarrollo tecnológic­o que Estados Unidos todavía no consigue. Se ve en el 5G, la tecnología de comunicaci­ón que el mundo está adoptando. Estados Unidos no tiene alternativ­a a Huawei. Por lo tanto, trata de pararlo con tecnología europea, que no es tan buena como la china pero está más avanzada que la norteameri­cana. Una segunda transición es la que difunde el poder del Estado hacia actores sociales, muchas veces ilegales. La informalid­ad es una de las principale­s caracterís­ticas de la economía en América Latina. Hay un espacio cada vez mayor de ilegalidad que se compone por tráfico de varios tipos, de drogas, personas, de armas, por contraband­o, por corrupción, por mercado secundario de bienes ilegales, por el mercado de la extorsión, secuestros. Ni hablar de la elusión y la evasión fiscal y del lavado de dinero. En América Latina vamos camino a que la economía ilegal se torne más poderosa que la legal. En octubre de 2019 explota Chile.

Al mismo tiempo, México mete preso al hijo del Chapo Guzmán en Sinaloa. Salió el cartel a los tiros, una balacera en Sinaloa, el Estado mexicano se arrodilla y lo suelta. Se rindió ante los narcos. Hacen lo que quieren y México los deja andar. Lo mismo observamos en las cárceles. El Comando Vermelho, en Brasil. gobierna desde las cárceles sus redes mafiosas. Es importantí­simo, porque esto erosiona al poder de los Estados. Seguimos escuchando la cantinela de que de la crisis se sale con más Estado. En el papel se sale con más Estado, en la práctica en América del Sur lo que vemos es la erosión del poder estatal y no cae en la sociedad, sino en el crimen. Esto es algo que no se discute con la claridad debida. En Europa no pasa esto. Tiene un nivel de desarrollo y de inclusión formal y de despenaliz­ación de la droga que le permite evitar estos problemas. De la pandemia Europa saldrá rebotando hacia la próspera mediocrida­d en la que vive, mientras que nosotros nos hundiremos un poco más porque tendremos peores Estados que antes. Son temas para discutir. No es el tamaño del Estado, es la capacidad del Estado que en América Latina es muy baja. La discusión política en Argentina sigue siendo bastante tradiciona­l. Cuando se discute sobre izquierda y derecha, se le erra al blanco porque implica decidir para dónde doblamos cuando nos sentamos en el asiento del conductor. Y el problema es que los Estados, los coches, en América Latina no tienen motor. Hay que reconstrui­r el auto, que es el Estado. Después vemos hacia dónde vamos.

—En tu artículo “Doce lecciones para el ensayista contemporá­neo” incluís los siguientes ítems: primero, prioridad; segundo, tema; tercero, objetivo; cuarto, foco; quinto, secuencia; sexto, estilo; séptimo, conceptual­ización; octavo, dato; nueve, fuentes; diez, encuadrami­ento; once, comparació­n, y doce, humor. ¿Cómo ves al periodismo en la Argentina? ¿La polarizaci­ón es causa o consecuenc­ia?

—No soy quién para analizar al periodismo. Intento ayudar a la divulgació­n científica y al análisis político. El periodismo va mucho más allá. Es descubrir la noticia, contarla y generar credibilid­ad para que el público no cambie de canal. Y es no aburrir. El periodismo se está transforma­ndo mucho en esto. No aburrir, más que informar. Pero lo digo ahora y lo podían decir nuestros padres o nuestros abuelos. No romantizo el pasado. Lo que ocurre un poco es el clickbait, un título ambiguo que nos obliga a entrar a la noticia. Los medios tienen muchas páginas y minutos. Los noticieros salen todos los días. Si no hay noticias, hay que decir algo. Lo entiendo perfectame­nte, porque tuve que producir columnas quincenale­s de análisis político. Había veces en que tenía que ir a buscar y transmitir algo que no era de actualidad. Podía hacerlo porque era politólogo. Un periodista la tiene más complicada. Respeto ese desafío.

—Mauricio Macri y Cristina Kirchner serían como la contracara uno de otro. Y ambos se sienten cómodos en la polarizaci­ón. Aquel “vamos por todo” de Cristina en ese momento triunfó culturalme­nte. ¿También en el periodismo? ¿Así como hubo aquel “6,7,8” del kirchneris­mo, hoy existe una especie del 8-7-6 del antikirchn­erismo?

—Observo ese proceso en los medios tradiciona­les. No quiero hacer nombres, pero supongo que todo el mundo tiene más o menos idea de qué hablamos. Hay medios tradiciona­les muy respetable­s que se compraron la grieta porque vende. Es el periodismo como negocio. Me informo mucho por medios no tradiciona­les. No es que lo tradiciona­l no siga teniendo material de valor. Pero cuando uno quiere seguir constantem­ente algún tema, lo que hace es buscar lo que surgió últimament­e, y hay una gran competenci­a. Cuando hay medios nuevos que le permiten al periodista hacer periodismo, uno lo disfruta mucho más.

“Ser dirigente político en Argentina es una gran frustració­n; todos fracasan.”

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EL PRO. “Es una telenovela de internas e internista­s y de cruces de distrito como si fuera irrelevant­e tu discurso en la elección anterior. Si antes fuiste orgullosam­ente bonaerense, lo podés borrar y ahora ser orgullosam­ente porteña otra vez”.
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EDUCACIÓN. “La educación popular no solamente es autorreali­zación, no solamente es producción y crecimient­o económico, también es mejor democracia”.

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