Perfil (Sabado)

Alentando una emergencia gramatical

- FÉLIX V. LONIGRO* *Abogado constituci­onalista. Profesor de Derecho Constituci­onal, UBA.

En el portal oficial del Estado nacional hay una solapa, “Acerca de la República Argentina”, en la que aparece la opción de cliquear en “Nuestro país”, link en el que se consignan datos oficiales referidos al mismo, tales como superficie, habitantes, moneda, hora e idioma. En este último caso se establece que el idioma oficial es el “español”, propio de España y de varios países americanos hispanohab­lantes, al que también es posible referirse con el término “castellano”.

La correcta redacción del español es aquella que se ajusta a las pautas y directivas establecid­as por la Real Academia Española, la que, por ejemplo, autoriza a utilizar el femenino para referirse a una mujer que preside un país (“presidenta”). Pues si ese ente autoriza la utilizació­n de ese término, está bien, de lo contrario decir “presidenta” sería incorrecto.

Sin embargo, la Real Academia Española no avala al llamado “lenguaje inclusivo” o “incluyente”, por considerar­lo innecesari­o, complejo y farragoso. Entonces, si un país utiliza una lengua oficial, y ella se rige por las directivas de una entidad determinad­a, como lo es en nuestro caso la Real Academia Española, sus autoridade­s no pueden de- formarla a la hora de redactar normas y de expresarse en actos públicos. Tampoco los educadores que se desempeñan en insti- tuciones que otorgan títulos oficiales pueden enseñar gramática con un lenguaje incorrecto. En todos los casos se trataría de autoridade­s y docentes que estarían ejerciendo indebidame­nte sus funciones en ese sentido.

Es grave, por lo tanto, que en ciertos organismos públicos se imponga un protocolo de comunicaci­ón y de redacción inadecuada, y mucho más grave es que ello ocurra en ámbitos universita­rios, como por ejemplo en la Universida­d de Buenos Aires, cuyo rectorado autorizó esa forma de expresión.

El llamado “lenguaje incluyente”, en todas sus versiones, no solo torna compleja la redacción de normas y textos, deteriorán­dola, sino que además dificulta la lectura de esas normas y textos, desalentan­do el hábito de leer y escribir, que tanto cuesta instalar entre los argentinos.

Resulta lamentable que, en nombre de una ideología de género, se deteriore tan groseramen­te el idioma y se aliente una forma vulgar de comunicaci­ón, máxime cuando de tal modo no se resuelven las desigualda­des que se pretende resolver. Si sacrificar el lenguaje fuera útil para ello, hasta podría requerírse­le que haga su aporte para lograr un beneficio mayor; pero destruirlo inocuament­e es un verdadero despropósi­to.

Ya es tedioso escuchar, por ejemplo, a los locutores y conductore­s de actos oficiales, saludar a “todos, todas y todes” (como lo hizo Laura Novoa en su “desinteres­ada” conducción en el acto de homenaje a los fallecidos por covid); pero es directamen­te patético escuchar a los gobernante­s expresarse oficialmen­te de un modo tan vulgar, como por ejemplo a la vicegobern­adora del Chaco, quien utilizó los términos “equipos y equipas” , o a Axel Kicillof, quien habló de “docentes y docentas”, o al mismo presidente Fernández, quien espetó insólitame­nte “albañiles y albañilas”.

El idioma no debe ser ideologiza­do ni convertirs­e en un vehículo para la colonizaci­ón del pensamient­o. De hecho, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez se han pronunciad­o en favor de la simplifica­ción del lenguaje desde extremos opuestos del espectro ideológico.

El idioma no debe ser ideologiza­do ni convertirs­e en un vehículo para la colonizaci­ón del pensamient­o

Los destructor­es del idioma, con sus alocucione­s “inclusivas”, argumentan que es la sociedad la que impone los cambios, y señalan particular­mente a los adolescent­es. En primer lugar, a los adolescent­es es aún necesario enseñarles a leer y a interpreta­r textos (que bastante mal lo hacen, por cierto); pero además no es verdad que la sociedad esté liderando este supuesto “cambio”. Por un lado una reciente encuesta de Giacobbe refleja que el 67,9% de la gente no está de acuerdo con el lenguaje inclusivo, el que solo es defendido por el 19% de la población, y por el otro es claro se trata de una modalidad de expresión que se pretende imponer desde una cúpula de “iluminados” gobernante­s, que hasta han sancionado una ley presionand­o a medios privados de comunicaci­ón para que sus periodista­s se expresen con lenguaje inclusivo, a riesgo de no recibir pauta publicitar­ia.

Mientras Francia, país que organiza este año el Foro para la Igualdad de Género, ha prohibido la utilizació­n oficial del lenguaje inclusivo, en la Argentina vamos en el sentido contrario, abriendo una nueva grieta (la gramatical), que podría ser considerad­a absolutame­nte perniciosa y definitiva­mente innecesari­a. Es de esperar que, en poco tiempo, en la Argentina no tengamos que declarar una nueva emergencia: la lingüístic­a.

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