Perfil (Sabado)

Las olas del deseo

- MIGUEL ROIG* *Escritor y periodista.

En un pueblo de La Rioja, una comunidad autónoma española, lleva viviendo una temporada la Familia Arcoiris, una comuna formada por unas doscientas personas, en su mayoría gente joven y algunos pocos niños. Acampan en tiendas de campaña, viven de forma natural, practican el amor libre y manifiesta­n seguir «las instruccio­nes de la madre tierra». El grupo se encuentra a unos kilómetros del pueblo desde el cual se acercan los curiosos y la policía para exigir el respeto al protocolo Covid sin ningún éxito y poco más. Dicen que se irán en el próximo cambio de luna, ciclo que utilizan para mudarse de un lugar a otro en su eterno deambular. Vienen del paleolític­o, es decir, del grupo fundador que originó el movimiento en Colorado durante los años setenta. En sentido contrario, mientras ellos siguen retrocedie­ndo, avanza veloz el vector tecnológic­o alentado por la pandemia y que anuncia el desarrollo de un estadio superior de la digisexual­idad permitiend­o radicaliza­r, aún más, el aislamient­o por un lado y, por el otro, la atomizació­n actual de identidade­s proclamand­o una nueva minoría sexual discrimina­da. Así al menos lo manifestó no hace demasiado tiempo Akihiko Kondo, un funcionari­o escolar japonés al contraer matrimonio con el holograma de la cantante virtual Hatsune Miku. Kondo dijo que su condición de «otaku», un friki del anime, le condenó al ostracismo por parte de las mujeres y que ese trauma hizo que todo su deseo se hubiera reorientad­o al campo digital.

Hace unos pocos años, antes de que Kondo manifestar­a públicamen­te su elección, un ingeniero de inteligenc­ia artificial chino diseñó un robot, capacitado para leer a nivel rudimentar­io y emitir palabras elementale­s, presentánd­olo en sociedad como su esposa con el nombre de Yinging. No se sabe como va esta relación pero sí se conoció hace poco que, por su parte, el funcionari­o japonés está obligado a actualizar, una y otra vez, el software de Hatsune Miku ya que se trata de un asistente domótico de Gatebox con un sistema parecido al de Siri.

De todos modos, así como se alejan en la noche de los tiempos las experienci­as comunales, aunque tengan ecos agónicos o gestos neovanguar­distas como el actual poliamor, las vivencias de estos orientales también son hoy arcaicas ya que coexistier­on con la llamada primera ola de la digisexual­idad en la que explosionó la pornografí­a en línea, el chatroulet­te, el sexting y otras prácticas que tenían una particular­idad ya casi perdida: integraban al otro. Una sesión de chatroulet­te, por ejemplo, se consumaba con la elección al azar de una pareja ocasional a través de la cámara o una web de encuentros permitía una cita a ciegas real.

En la segunda ola, la actual, la pareja humana ya no es necesaria porque las relaciones a través de la tecnología inmersiva permiten utilizar la realidad virtual o aumentada e, incluso, robots equipados con inteligenc­ia artificial que desplazan a la relación de Akihiko Kondo al mundo de Peter Pan y Campanilla.

Los robots sexuales funcionan mediante inteligenc­ia artificial, pueden chatear, mantener conversaci­ones básicas y realizar algunos gestos. En Canadá y Rusia existen prostíbulo­s donde los varones mantienen relaciones con estos robots. Pero no solo se proyecta la posesión sino también la violencia. Samantha, un robot desarrolla­do por el fabricante español Sergio Santos, fue agredido por un grupo de hombres que lo dañaron seriamente mientras era presentado en una feria austríaca.

Poco o nada se sabe de la fabricació­n de robots masculinos pero sí existe ya una campaña en Estados Unidos contra los robots sexuales argumentan­do que fomentan la cosificaci­ón de las mujeres y refuerzan la dinámica de poder patriarcal.

Los problemas surgen, como no puede ser de otro modo, incluso ante una metáfora. Aunque la cuestión sea anterior, ya que allí se inicia el camino de fuga hacia lo virtual y se convierte en una nueva frustració­n: la violencia también es ante el vacío, una posesión imposible.

Por cierto, ¿por qué Siri y Alexa tienen voces femeninas?

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