“Todxs bailan o, al menos, quisieran hacerlo”
El bailarín y gestor presenta su obra El agujero de la danza. Sostiene un centro cultural y comparte proyectos con Lucrecia Martel y Elisa Carricajo.
Juan Onofri Barbato, referente de la danza contemporánea independiente de la Argentina, es intérprete, coreógrafo, docente y, como gestor cultural, abrió su propia sala. Con un apoyo del Instituto Nacional del Teatro que comenzó en 2017, Planta se inauguró entre crisis y pandemia. Codirigido con Elisa Carricajo y Melina Seldes, se ubica en Parque Patricios y se articula con centros culturales de zona sur de Capital Federal, reunidos bajo el nombre de Trama Sur. En ese corrimiento de barrios más consagrados para las artes escénicas (calle Corrientes, Abasto, Palermo), ya hay una marca, un gesto de Onofri, que no olvida su nacimiento en Neuquén y que se manifiesta en su obra El agujero de la danza. Conferencia perforada. En este solo –cuya primera versión comenzó en el III Festival Internacional de Dramaturgia de 2017, como una performance sobre una idea de Paul B. Preciado–, él lee su propio texto, en el que interpela sistemática y provocativamente al sexismo del lenguaje, y les pone el cuerpo a diversas acciones. Se podrá ver en la web de Planta, entre el 22 de julio y el 4 de agosto, y antes, también está en el canal de Youtube del Centro Cultural Kirchner.
—Esta obra ha mutado varias veces. ¿Cómo está ahora y qué quedó de su esencia?
—La pieza transicionó a un formato audiovisual y se sumergió en un código televisivo berreta. Siempre conservó un arrojo impune de opinar, ridiculizar y cuestionar con vehemencia asuntos tan relevantes como frívolos. Pseudoconceptual, académico, periodístico, humorístico, el trabajo denuncia y expone las contradicciones de un artista de la danza local.
—Al comenzar, reconocés temas mucho más urgentes, pero decidís dedicarte a la, dicho sarcásticamente, gran preocupación de la ciudadanía argentina: ¿qué es la danza? ¿Por qué?
—Porque todxs bailan y, si no lo hacen, quisieran hacerlo, a escondidas, suavecito, como quien no quiere la cosa.
—¿Quién es esa persona, personaje, que enuncia el discurso en “El agujero de la danza”?
—Es mi otro yo, el que me habita de a ratos, que me hace reír, que se ríe de sí mismo, es un insolente y a veces infame. Este lado B es más neuquino que el otro Juan, quien ya es bien porteño y adaptado a las buenas costumbres de la clase media que construye la cultura hegemónica de esta ciudad. Este Juan “del interior” es irrespetuoso porque, en el fondo, la danza contemporánea de esta ciudad, de la que forma parte muy activa, le parece un juego esnob y endogámico, que se muerde la cola y llora con enojo e indignación.
—Si todas las creaciones caen en clichés y son esnobs, ¿qué queda, qué permite, al menos en tu caso, seguir creando?
—Intento correrme todo el tiempo. La idea de danza que me mueve busca ese corrimiento que a veces es sutil, a veces es brusco. Los proyectos que elijo (Grupo KM29, en González Catán; Cárcel Cerro Carancho, en Uruguay; Ciclo Provocantes Fiske, en Río Negro) son una excusa para huir de esta ciudad y su tradición progresista. Porque lxs porteñxs, lxs que nacieron y se formaron en la crema de la clase media blanca biempensante, políticamente correcta, que estudiaron en los colegios más codiciados (privados o públicos), arrastran unas contradicciones que me resultan ajenas, son deudorxs de vínculos afectivos, políticos y estéticos que vuelven como un bumerán que yo no lancé. A veces quiero volver en el tiempo, con el viento en contra, a todo lo áspero de la Patagonia. Y claro, también abrazo las redes, los cruces, las tramas que produce esta increíble ciudad.
“Los porteños arrastran unas contradicciones que me resultan ajenas.”