“En la discusión política actual aparecen ‘evidencias’ para justificar cualquier posición”
—En la discusión sanitaria vimos, por ejemplo, que en ciertos momentos el gobierno nacional y el de CABA tenían discusiones en las que ambos decían que su argumento estaba sostenido por “evidencias”. ¿Pasa lo mismo con los historiadores? ¿Hay algunos para los que algo era evidencia y para los otros no?
—Buen punto. No al nivel de la discusión política actual. Aparecen estadísticas al servicio de cualquier posición. Es lo que pasa con los fracasos de muchas encuestas en las elecciones en los últimos años, no solo en Argentina. Muchas veces la evidencia es muy sesgada. Los resultados están a la vista. En historia hay ciertos consensos profesionales acerca de que hay cosas que son evidencia. Los que trabajamos sobre períodos en los que ya todos los que los vivieron murieron, no tenemos demasiadas alternativas más que recurrir a cierto tipo de textos escritos. Se discute si las memorias de alguien son tan valiosas para entender el pasado escritas cincuenta años después los acontecimientos. Es diferente de los documentos hechos en el momento. —Sigmund Freud decía que la memoria se reconstruye continuamente.
—Totalmente. Relatás cosas de tu propio pasado convencido de que fueron así. Después alguien te dice que no fue así y lo ponés en cuestión. —Le preguntaron a Arnold Toynbee por qué estudia historia de personas y él respondió “para buscar a Dios y encontrarlo”. ¿La historia ayuda a comprender el sentido de las cosas?
—Absolutamente. No lo digo como defensor de mi gremio. Si la realidad no tiene un sentido no se puede teorizar. En el debate público sobre la historia muchas veces se cae en la lógica de buscar buenos y malos. Todo parece voluntario. —¿Una tendencia a lo contrafáctico?
—Sí. O poner en los grandes hombres y algunas grandes mujeres la clave de la historia. Por ejemplo, en el Imperio Romano si Nerón era mal emperador, el imperio caía. O si venía un buen emperador, el imperio levantaba. Quienes hacemos historia tratamos de salir de esa perspectiva. —¿Sos hegeliano en ese sentido?
—Más marxista diría yo. Sin serlo directamente. —Georg Hegel dijo que desde el balcón de su casa vio “pasar la historia a caballo, no a Napoleón”.
—En ese sentido, totalmente. La historia siempre es colectiva. Hay figuras centrales, como Napoleón. Pero para comprender un período no alcanza con Napoleón. —¿Se podría decir que solo existe progreso con la historia?
—Pensar la historia solo como progreso trajo problemas. —Ahí no sos hegeliano.
—No. Los que vivimos en esta época todavía como herederos de esta llamada modernidad, tenemos al progreso como una mirada. Se valora lo nuevo, el cambio. Los historiadores somos fanáticos del cambio. En qué momento las cosas se modifican. Creo que el problema es cuando uno exagera demasiado esos puntos y entonces a veces olvida otras permanencias. Te doy un ejemplo, la década del 60. Todo el mundo se fascina con los derechos civiles, el hipismo, etcétera, la contracultura. Pero a la vez es el momento en el cual germina la derecha conservadora que después entroniza de los 80 en adelante, en parte como reacción contra esa novedad. Antes uno se preocupaba más por la novedad que por este otro fenómeno reactivo. Si solo mirás una parte de los 60 fascinado con el cambio, te olvidás de que lo otro tuvo efectos muy duraderos en nuestra realidad actual.