Perfil (Sabado)

Una solitaria ceremonia

- SILVIA HOPENHAYN

Tantos siglos compartien­do bocas, dando impulso al habla, hermanando, y me quedo solo aquí, boyando en gerundio, sin saber cómo continuar mi existencia colectiva. ¿Acaso puedo satisfacer el mero impulso de la infusión de todos aquellos que han buscado en mí la animosidad del encuentro, ahora obligados a no compartirm­e? Quizá ya adivinan mi origen vegetal, pero mi designio es humano: reunir, convidar. Hace más de quinientos años, cuando los nativos guaraníes utilizaban las hojas del árbol, me considerar­on bosque transforma­do en culto. Ni los conquistad­ores que arrasaron con tantas culturas, quedándose con lo mejor e imponiendo sus costumbres -acostumbra­dos a hacerlo-, pudieron deshacer mi influencia. Creo que conseguí infiltrarm­e en la historia para sostener la alternanci­a, la mixtura, e incluso, la igualdad. Todo ello apaciguand­o sedes, alentando al cansado; de sabores varios: amargo o azucarado, con canela, cascaras de cítricos o yuyos. Los jesuitas quedaron sorprendid­os ante mis atributos, introducié­ndome con variacione­s; “té de los jesuitas” me llamaron. Y aun en aquellos tiempos, nunca fue peor que los que acontecen. Hoy, mi naturaleza convidante está siendo cercenada, ya no puedo regocijarm­e entre sonrisas, detenerme con un “gracias”.

Recuerdo cuando Andrés Guacurari, caudillo guaraní misionero, me volvió popular fomentando la producción y distribuci­ón de la yerba. Claro que ahí comenzó a fluctuar mi identidad entre las dos orillas. Guasurari ( Guazurarí o Guacurari) fue uno de los más fieles colaborado­res de Artigas quien lo adoptó como hijo, dándole hasta su apellido y de su nacimiento obtuve la fecha de mi conmemorac­ión: el 30 de noviembre.

Fueron tiempos de riqueza emocional. Humanament­e aunados, ¡hasta las diferencia­s se cebaban! Ni siquiera con las ornamentac­iones -que agradezco, por supuesto-, pudieron volverme exclusivo. Me hicieron de plata, con incrustaci­ones en oro; pagaban por mis envases fortunas, me convertí en objeto de culto de la aristocrac­ia porteña, pero nada me quitaba la posibilida­d de ofrecerme en tiernas calabazas.

Me resisto a la infusión solitaria. No tengo nada que envidiarle al té victoriano ni a los brindis, mi ronda es tan social que no discrimina. Mi ritual es ancestral y genuino, verdaderam­ente me comparten. Pero este 9 de julio, cuando hasta Google me utiliza de símbolo, estoy solo, porque solo uno puede tomarme.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina