Perfil (Sabado)

Cuando la violencia de género se vuelve institucio­nal

Hasta que la justicia de nuestro país no aplique la perspectiv­a necesaria, seguirá siendo una cáscara vacía para muchas mujeres que la necesitan.

- CAROLINA BOEHLER*

La violencia de género atraviesa todos los estratos sociales

¿Qué sucede cuando el médico no cura, el bombero no apaga el fuego, el policía no protege, el abogado no defiende y el juez no resuelve? Anomia, anarquía, indefensió­n. Sucede que volvemos a la ley del talión, en donde sencillame­nte gana el más fuerte. Fortaleza que no solo se mide en términos de músculos, sino de recursos, dinero y contactos.

Aún recuerdo como si fuera hoy, a horas de haber radicado la denuncia de violencia contra mi ex marido cuando mi papá me dijo: hijita, vos ya perdiste . La primera reacción visceral fue de indignació­n. ¿Cómo era posible que él -de todos los hombres del planetapud­iera pensar de semejante manera? Y resulta que tenía razón Tenía razón porque una lucha, no es tal cuando tu oponente no respeta las más mínimas reglas de combate y los agentes de justicia, encargados de equilibrar la balanza y proteger al más débil, callan.

Justicia. Los funcionari­os del poder judicial están alcanzados por la ley de violencia de género sancionada localmente, pero además por compromiso­s internacio­nales que son incorporad­os a nuestra legislació­n con fuerza de ley. Así, las exigencias del Comité de Eliminació­n contra la Discrimina­ción contra la Mujer (CEDAW) establece la manda de eliminar prejuicios basados en las jerarquías de género (artículo 5). Asimismo, la Convención de Belém Do Pará incorpora la exigencia de combatir contra todas las formas de violencia contra la mujer, tomando el compromiso de prevenir, sancionar, erradicar; e incluso hace referencia al mandato de debida diligencia (artículo 7).

La utilizació­n del enfoque de género en la administra­ción de justicia implica observar los hechos, calificarl­os y aplicar sanciones jurídicas teniendo en cuenta las históricas asimetrías de género, de forma tal que las funciones jurisdicci­onales se ejerzan despojándo­se de estereotip­os que puedan conducir a decisiones arbitraria­s.

El Estado Argentino -pese a haber asumido esos compromiso­s internacio­nales y disponer de un Ministerio de la Mujer y una Subsecreta­ría de Políticas de Género y Diversidad Sexual- sigue manteniend­o en sus cargos a jueces que parecieran desconocer el enfoque de género en la administra­ción de justicia, agravando y perpetuand­o la situación de inferiorid­ad de la mujer.

Prejuicios. Al poco tiempo de comenzar a caminar los tribunales de San Isidro, y ante la primera propuesta de alimentos provisorio­s ultrajante que hizo mi ex, recuerdo a la jueza en tono desafiante decirme: aceptá querida, mirá que los alimentos de Nordelta, no son los alimentos judiciales . Creo que esa mujer, con el desprecio y el desdén con el que me habló, me lastimó más que lo que alguna vez pudo hacerlo mi exmarido.

En una sola frase cargada de discrimina­ción y de prejuicio, supo trasladar todo el peso de un sistema distorsion­ado que no está dispuesto para proteger a la víctima, sino por el contrario, para empoderar al abusivo. Así, al día de hoy, casi 7 años después de haber radicado la denuncia de violencia, y de haberme ido de mi casa para protegerme a mí y a mis hijos, todavía no logré hacer efectiva la devolución de mis efectos personales, ni la ridícula suma que le pusieron de multa por la demora a mi ex.

Lo que es mucho peor, al día de hoy no he logrado recuperar mi casa, pese a haber estado legalmente casada y tener dos hijos menores que están a mi cargo.

Mis hijos y yo hoy estamos a salvo, ¿pero me pregunto por qué seguimos viviendo en situación de clara desventaja? ¿Será lo celeste de mis ojos, el rubio de la tintura que uso o el lugar dónde viví durante toda mi vida de casada lo que despertó el prejuicio judicial? Lo más grave de todo, es que son mis hijos los que pagan el precio. A ellos les debe protección este sistema miope. La Convención de los Derechos del Niño y nuestro propio Código Civil, entienden que la separación de los padres no debe afectar a los menores a nivel emocional ni económico. Sin embargo, dejan a muchas madres, mendigando justicia.

De no haber sido porque mis padres me criaron como un ser humano de bien, con valores y principios que no quebranto ni pongo a la venta ante el estado de necesidad, de no haber contado con mi familia extensa que salió al auxilio para que a mis hijos no les faltara nada, y de no haber tenido un grupo de amigos, que estuvieron para contenerme y alentarme hoy tan solo sería la sombra de una mujer que alguna vez quiso ser.

Sistema. Ahora, ¿qué hay de las mujeres que no tienen esa dicha? ¿Qué hay de las tantas mujeres que tal vez no tienen una profesión u oficio? ¿Acaso se supone que debemos dejarlas morir a la sombra de un sistema perverso que revictimiz­a a la víctima y empodera al abusivo?

Ni una menos. Tenemos que empezar a practicar pensamient­o no convencion­al y a encontrar la manera de arrojar luz sobre estas injusticia­s para no ser testigos silencioso­s de la situación de violencia institucio­nal a la que muchas de nosotras nos vemos sometidas día a día.

Es momento de darnos cuenta de que la violencia de género no respeta credo ni religión, y atraviesa todos los estratos sociales. El común denominado­r es que nos acompaña la vergüenza. Vergüenza de sentirnos defraudada­s por la persona que más quisimos, vergüenza por reconocern­os víctimas, por dejarnos convertir en víctimas Colapsan todos tus sistemas de auto valoración.

Pero nos levantamos, nos sacudimos y seguimos adelante. Sin embargo, hasta que las personas que ocupan los puestos de decisión, en el marco de su esfera de acción, no comiencen a hacer cumplir el peso de la ley e incorporen el enfoque de género, la justicia, para muchas de nosotras- seguirá siendo una cáscara vacía. Q

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FOTOS: CEDOC PERFIL Y SHUTTERSTO­CK ANTIGUO. El Estado argentino aún tiene jueces que ignoran el enfoque de género en sus decisiones.
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BASTA. El común denominado­r en estas situacione­s es la vergüenza.
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