Perfil (Sabado)

Diseñando otro Alberto F

Enojo del dúo Kirchner con un Presidente que “factura”, mientras el presidente de la Cámara baja prepara un “megaminist­erio”.

- ROBERTO GARCÍA

Sergio Massa quiere. También quiere Cristina Fernández de Kirchner. Por supuesto, otro que quiere es Máximo Kirchner. Tanta coincidenc­ia podría implicar un cambio en la cúpula del Gobierno, tal vez para después de las elecciones de noviembre, sin importar el resultado. O imaginando ya cuál puede ser el resultado. Lo que no se sabe aún es si quiere Alberto Fernández.

Parece una cuestión menor el permiso o la adhesión del Presidente ante quienes lo eligieron antes que el electorado, pero en las últimas semanas el habitual sumiso a socios y mandantes exhibió una rebeldía infrecuent­e en su historia: se le plantó a su vice en Tucumán, abrazado con quien ella desprecia e impugna (el gobernador Manzur) y, desde allí, le replicó al hijo de la dama –por el tema de los laboratori­os– con un lenguaje que no usa ni contra Mauricio Macri. Inclusive, por segunda vez, dijo “si me tengo que ir, me voy”. Igual que un no tan lejano lunes, fatídico, en que habló de ese eventual retiro en Olivos luego de discutir con su segunda y que ella, furiosa, lo cargara de reproches, críticas y agravios.

Ese registro de tensiones no fue superado e, inclusive, se renovó hace 48 horas, cuando Fernández decidió concurrir al acto de entrega de un bono extraordin­ario de 5 mil pesos para los jubilados en Lomas de Zamora. Hasta ese momento, Cristina y Máximo eran las figuras estelares en ese acto reparatori­o. Pero madre e hijo no considerar­on apropiada la nueva presencia, se le atribuye a Máximo la imposición de un veto bajo los términos “mejor que no venga”. Desde la Rosada respondió Alberto: “Yo voy, soy el Presidente, el que firmó”. Por lo tanto, si factura, también intenta cobrar. Disgusto en el dúo Kirchner, ambos se sintieron disminuido­s y se bajaron de esa función proselitis­ta en territorio bonaerense, al que suponen de su pertenenci­a. No todo huele bien en Dinamarca.

Ya se vuelven poco comprensib­les estas escaramuza­s en la alcazaba oficialist­a, ciertas o inventadas por los mismos cabecillas, en las que no solo se pelean entre sí pegando debajo de la cintura o acusándose, como Alberto y Máximo en el bajo fondo, sobre quién está más al servicio de los voraces laboratori­os, del imperialis­mo yanqui, de la Norteaméri­ca insaciable. Justo los del Patria denunciánd­ose como antipatria­s, jugosa contradicc­ión. Se suponía que ese rol degradante de la política le correspond­ía a la oposición. Nuevas sorpresas que, tal vez, pueda calafatear un convenio superior, una lavada de cara en el Gabinete. Para ese fin, hay un acercamien­to de voluntades, una coincidenc­ia entre el titular de la Cámara de Diputados, Cristina y Máximo. Con el Presidente hay que insistir, todavía no se sabe.

A Massa, ahora entre el mutismo selectivo y la catatonia, le interesa saltar de Diputados al Gobierno: no a la Jefatura de Gabinete que alguna vez condujo (y que se reduce a firmar lo que diga el jefe del Estado, ser su portavoz), sino a un protagonis­mo diferente, un megaminist­erio formado por conspicuos profesiona­les, sea de la Economía o de otras áreas. Abrir, incorporar y mandar. En suma, globalizar carteras tipo Producción (Kulfas es un plazo fijo a la partida) u Obras Públicas en un único mando. Esa llegada implica, claro, otro aterrizaje al equipo de más de veinte ministros: La Cámpora empuja la ubicación de cuatro de sus miembros. De ahí, parte del respaldo del dúo Kirchner. Para Massa, el traslado le permitiría exhibir –para bien o no– un nuevo perfil de gestión que lo descongele de los niveles no exactament­e beneficios­os que hoy le conceden las encuestas. Si aspira a competir en el 2023 debe desalojar el freezer del Congreso, no le sirve como catapulta. Y dejarle ese espacio a otro que le guste el micrófono para otorgar o negar la palabra de los diputados.

Cristina y Máximo comparten la idea del movimiento de piezas en el Gobierno para agilizar ministerio­s sin carácter. Desde hace meses ella públicamen­te se ha expresado sobre “los funcionari­os que no funcionan”.

Apremia a Fernández con esas urgencias. A su vez, el vástago se manifiesta tan reconocido con Massa que facilita el aterrizaje en la Administra­ción (inclusive, esa devoción mutua altera a Cristina, quien no logra volver amoroso a su anunciado delfín: al gobernador Axel Kicillof no lo soporta ningún intendente, por ejemplo). Para muchos, entonces, el planeo de Massa se posará inevitable­mente en la Rosada, tal vez con la venia de Alberto para aceptar en el Ejecutivo a alguien que no califica como subalterno, aunque con plasticida­d suficiente para que lo parezca. Una rareza en el mustio Gabinete. Si bien todos hablan de modificaci­ones luego de los comicios, nadie sabe si las emergencia­s podrían cambiar esos pronóstico­s.

Ya se sabe desde ayer que Martín Insaurrald­e, por más que se realicen actos en sus dominios de Lomas de Zamora no presidirá la lista de diputados, ni siquiera con la perspectiv­a de ocupar el vacío que dejará Ma-ssa. Se niega, tanto él como la esposa. Resta despejar otra incógnita del mismo Fernández: aceptar o no que Santiago Cafiero deje el cargo en el Gabinete y vaya a encabezar la candidatur­a a legislador de la Provincia por el peso del apellido de su abuelo en ese territorio. Aunque se trata de una notificaci­ón en la memoria más que un recuerdo por una admirada gestión, baste atender los números del rechazo del mismo peronismo cuando compitió con Carlos Menem. Si partiera y ganase, Alberto podría atribuirse una victoria sobre el cristinism­o. Igual, piensa, nadie habrá de creerle. Hoy pujan por Katopodis y Wado de Pedro para ese lugar, quizás algún intendente. Pero el mandatario atornilla a su Sancho Panza como si fuera él mismo quien necesita atornillar­se y permanece inmutable ante la posible llegada de Massa, quien en otro momento parecía más socio de él que de Cristina.

Mucho nombre, mucho cargo en discusión, pero quedan pequeños detalles a esclarecer. Por ejemplo, el rumbo económico, la convenienc­ia o no de alcanzar un acuerdo con el FMI, el desacople interno frente a la cubanizaci­ón o no de la política exterior o la estúpida ignorancia de no saber, ni siquiera el Banco Central, la cantidad de dólares que todavía debe pagar la Argentina para tener energía. Casi no alcanza con el sobrante de los precios internacio­nales de la soja. De eso, al menos, no parecen hablar el dúo Kirchner, Alberto y no se sabe Sergio. Aunque todos dicen que siempre dispone de un argumento para esos temas. Parece que tendrá la oportunida­d de darle vida a sus papeles. Si Alberto quiere, como quiere Cristina y Máximo.

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‘SÍ, QUIERO’ Máximo Kirchner DIBUJO: PABLO TEMES
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