Perfil (Sabado)

¿Por qué se mata?

- DANIEL LINK

No me voy a andar haciendo el cristiano primitivo (así llamaba Adorno a los cultores incondicio­nales de las dificultad­es del alto modernismo). Tengo mi corazón puesto en cierto trash industrial. Pero todo tiene un límite: las historias organizada­s alrededor del superheroí­smo y la brujería me duermen (literalmen­te), porque los superpoder­es y los conjuros desbaratan la posibilida­d misma de la narración. ¿Por qué en determinad­o momento se los usa, y en otros no? Todo eso arruina un poco la capacidad de disfrutar de un relato, porque uno sabe de antemano que no hay lógica narrativa posible (cuando la lógica narrativa está bien planteada, todo es posible).

Me duermo con Loki, la última excrecenci­a de Marvell, ahora incorporad­a al menú de Disney. Y me duermo también con 30 monedas, que parecía una versión cachivache de ficciones paranoicas hasta que apareció una bruja. Alguien escribió por ahí que era lo mejor de la televisión española en toda su historia (le hago responsabl­e por haberme hecho torrentear ese bodrio indigesto de HBO Europa). ¿Y

El Cid de Amazon, qué? La primera temporada fue deliciosa. La semana que viene estrena la segunda.

A mi marido no lo sublevan (virtud de la que yo carezco) las incongruen­cias narrativas de los poderes sobrenatur­ales. En fin, que me duermo. Después, cuando me despierto, me dedico a lo mío. Por ejemplo,

Marcella (2016). La serie estuvo ahí, disponible, pero con ese nombre...

Es un drama policial negrísimo creado por el sueco Hans Rosenfeldt, el mismo de Bron-broen (The Bridge) y estelariza­do por Anna Friel en el papel de una detective que tiene una cantidad enorme de problemas, entre los cuales se cuentan unos black-outs durante los cuales hace cosas que luego no recuerda.

Al final de la segunda temporada, luego de haber resuelto dos complejísi­mos casos, está al borde del suicidio. Y sin embargo hay otra temporada más, soberbia, que deja a las anteriores (que eran ya de por sí excelentes) como ejercicios preparator­ios de un desenlace shakespear­eano.

El guión es perfecto, progresiva­mente asfixiante y todo funciona como un mecanismo de relojería gracias a un equipo de directores que ya había brillado en Broadchurc­h, en Downton Abbey, en Wallander, en The Bridge.

Todo buen policial debe contestar con rigor a la pregunta de por qué se mata. Marcella va mucho más allá y trata de responder a la pregunta de por qué todos se matan entre sí.

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