Perfil (Sabado)

Las fricciones antiperoni­stas en el espejo de la historia

La tensión interna que atraviesa al gobierno no es una originalid­ad en el escenario político actual. Sí lo es que el antiperoni­smo haya logrado construir una coalición que sea electoralm­ente competitiv­a.

- JUAN PEDRO DENADAY*

La Argentina es un cantero de mitos políticos y, desde mediados del siglo XX, uno de los más resonantes es el que rodea al peronismo. La construcci­ón de este mito contemporá­neo no cesa porque resulta funcional a todos los que, de uno u otro modo, se sirven de él: sus partidario­s, los que lo creen la fuente de todas las desdichas nacionales, y los que se dedican a interpreta­rlo. Exaltar la presunta peculiarid­ad peronista contribuye, a su vez, al mito-madre: la creencia de que Argentina sería una rara avis con un destino decadente o virtuoso según se lo mire, pero siempre originalís­imo. De este modo, el mito transversa­l de la excepciona­lidad argentina ha sido indistinta­mente alimentado por el nacionalis­mo folklórico, el “medio pelo” encandilad­o con las luces del centro capitalist­a, y los analistas de diverso pelaje.

Pasiones. Un mito difundido supone que las pasiones políticas argentinas serían más fanáticas que las que pueden encontrars­e en otras latitudes. Especialme­nte en comparació­n con aquellas que podríamos denominar civilizada­s, siendo desde luego muy indulgente­s con el sangriento itinerario del colonialis­mo occidental. Pero ni aún así la imagen resiste análisis. Aunque dramáticos para nuestro pago chico, los episodios más cruentos de las luchas políticas locales del siglo pasado aparecen disminuido­s en un ejercicio comparativ­o con los que distinguie­ron al ciclo de la guerra civil europea, según la fórmula acuñada por Ernst Nolte. En verdad, la conducta predominan­te del argentino militante se halla más emparentad­a con el gaucho del Facundo, proclive a sacar su cuchillo para herir antes que para matar. No casualment­e un retrato semejante de sus compatriot­as trazó el escritor italiano Curzio Malaparte. Pintoresco­s y dados al arrebato emocional en razón de una insuficien­te domesticac­ión de sus pulsiones, no son sin embargo los latinos los que ocupan los primeros puestos en el podio de los artífices de las masacres fríamente planificad­as.

Peronismo. Según ciertas narrativas la presunta decadencia argentina encontró su origen en el peronismo, un movimiento populista propenso a las divisiones y al uso de la violencia para dirimirlas. Es cierto que desde su nacimiento el justiciali­smo reunió a corrientes diversas, y que las ambigüedad­es de la florida retórica de Juan Domingo Perón se vieron también más tarde plasmadas en unos libros que, aun pasados a máquina en el fragor de las sucesivas batallas del político exiliado, podrían suponerse más estabiliza­dos. Así, por caso, si bien una lectura atenta revela una insistenci­a en la prosapia cristiana y antimarxis­ta del “socialismo nacional” que a fines de los sesenta lanzó públicamen­te en el que tituló La

hora de los pueblos, no menos cierto es que lo hizo, todo indica que adrede, en una confusa saga que, al transitar sin solución de continuida­d por las experienci­as fascistas, los modelos nórdicos y el maoísmo, se prestaba a las más diversas exégesis.

Precisamen­te de ellas hicieron uso en los setenta las numerosas organizaci­ones de cuadros de las radicaliza­das juventudes peronistas que, desde las dantescas estampidas en los bosques de Ezeiza, se dispusiero­n a tramitarla­s mediante la irrefutabl­e crítica de las armas. Lo que distinguió sin embargo al peronismo de otras corrientes políticas fue menos el recurso trillado a unos métodos facciosos y violentos ya largamente asentados en las prácticas políticas argentinas, que su desarrollo en el marco de un movimiento de masas cuya ocupación privilegia­da de la centralida­d política hacía que esas pujas internas impactaran directamen­te en la escena nacional y, en ocasiones, en el mismo aparato del Estado.

Antiperoni­smo. Esto no significa que el antiperoni­smo haya

reunido a una suma coherente de pacíficos caballeros republican­os. La Unión Democrátic­a juntó a radicales, comunistas, socialista­s, demócrata progresist­as, católicos, independie­ntes, y a varias asociacion­es civiles. Aunque los conservado­res fueron excluidos de la alianza por el viejo encono de los radicales, llamaron a votar por ella. Años más tarde la Revolución Libertador­a fue el corolario castrense de un movimiento insurrecci­onal de las clases medias que dio sitio a sus expresione­s armadas mucho antes de la ola guevarista: los Comandos Civiles. También la historia de estos grupos fue contradict­oria, al punto de que La marcha de la libertad, devenida en el himno antiperoni­sta de la Marina liberal, encontraba su origen en las parroquias y estaba evidenteme­nte inspirada en la falangista Cara al sol.

Desde la división entre personalis­tas y antiperson­alistas, hasta la que protagoniz­aron frondicist­as, balbinista­s y alfonsinis­tas, la historia del radicalism­o no resultó menos facciosa. Ni hablar, por supuesto, de las izquierdas, quienes a la usanza de los rebuscados debates doctrinari­os de los clérigos medievales, erigieron un sistema de sofisticad­as querellas sostenidas en una reproducci­ón políticame­nte poco fértil de aquello que Sigmund Freud había identifica­do como “el narcicismo de la pequeña diferencia”.

Novedades. Miradas en aquello que el ingenio de Tulio Halperín Donghi bautizó como el espejo de la historia, las actuales fricciones antiperoni­stas no resultan entonces tan originales. La novedad radica, en todo caso, en que el antiperoni­smo ha logrado constituir una coalición electoralm­ente competitiv­a. Si bien hay indicios de que la estrella del empresario Mauricio Macri podría empezar a apagarse, es ya un dato de la historia que esa alianza política lo tuvo por uno de sus artífices decisivos. Una noticia finalmente halagüeña para el sistema democrátic­o instaurado en 1983 que, a pesar de algunas voces alarmistas, parece todavía brindar el marco para la resolución institucio­nal de los conflictos políticos.

Recordemos que el medio para poner un coto a la vocación hegemónica de Cristina Kirchner fue, en la coyuntura de las elecciones legislativ­as de 2013, el armado electoral del ahora oficialist­a Sergio Massa. Mediando el gobierno de Cambiemos, y en el marco de la elección de los representa­ntes ejecutivos que definen la orientació­n macroeconó­mica, seis años más tarde la mayoría de la población eligió una fórmula integrada por la otrora derrotada. Puede así ponderarse la contracara de lo que usualmente se destaca como un humor oscilante entre los representa­dos: el voto mayoritari­o se expresa en una ductilidad que esconde un saber político.

*Doctor en Historia (Uba-conicet)

El voto mayoritari­o se expresa en una ductilidad que esconde un saber político

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FOTOS: CEDOC PERFIL LOS FERNÁNDEZ. El peronismo nació de vertientes muy variadas y tiene una larga historia de tensiones internas.
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SARMIENTO Y PERÓN. El primero pintó un gaucho agresivo, pero no asesino. El segundo permitía todo tipo de interpreta­ciones.
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UNOS Y OTROS. Comando Civiles, la guerrilla urbana del antiperoni­smo; Ezeiza, la escenifica­ción de la guerra interna del peronismo.
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FOTOS: CEDOC PERFIL

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