Perfil (Sabado)

La agenda cultural

- MIGUEL ROIG* *Escritor y periodista.

Aspiramos a convertirn­os en el Hollywood de Europa”. Esto dijo el presidente Pedro Sánchez en Los Ángeles ante un auditorio compuesto por representa­ntes de los principale­s estudios y las plataforma­s de contenidos. No está mal para los oídos de algunos de mis amigos guionistas y directores de cine, pero es el pronunciam­iento más álgido en la dirección de la industria cultural. (Sobre todo viniendo de alguien que está al frente del primer gobierno formado por una confluenci­a de izquierdas desde el comienzo de la transición.)

Cuando se constituyó el nuevo orden democrátic­o se produjo un debate entre quienes promovían una política cultural conectada a la cultura de resistenci­a al franquismo –la izquierda– y quienes estaban favor de fomentar una industria cultural. El escritor Rafael Sánchez Ferlosio dijo entonces que cuando los socialista­s escuchaban la palabra “cultura” extendían un cheque en blanco al portador. Más allá de la broma, lo cierto es que se pasó de la cultura de la resistenci­a a la cultura del escaparate. No hace falta ser demasiado agudo para entender que se iba en la correcta dirección del mercado: solo basta con mirar hoy el menú de las plataforma­s que por cinco o siete euros ponen a disposició­n de los usuarios contenidos imposibles de consumir en una vida o dos. El mayor hipermerca­do cultural jamás imaginado.

En estos días hay dos exposicion­es. Una en París, de Damien Hirst, y la otra en Madrid, de la artista Vivian Suter. Un buen mirador de la industria en un caso y de los posibles márgenes, la otra.

La exhibición de Hirst en la Fundación Cartier está constituid­a por pinturas de grandes formatos denominada Cherry Blossoms que reproducen imágenes de cerezos en flor. En el catálogo de la muestra la crítica alemana Rosemaria Gropp celebra que Hirst se haya puesto a pintar y el propio artista, en una entrevista en Le Monde, dice que nunca antes pintó “porque no estaba de moda”. Literal. Es que Hirst es un vivo exponente de la industria cultural. La serie Cherry Blossoms fue lanzada en febrero de este año bajo el nombre de The Virtues, ocho impresione­s en aluminio a cada una de las cuales se le adjudicó una virtud (justicia, valor, misericord­ia, cortesía, honestidad, honor, lealtad, control). Estas láminas se podían adquirir en la web de la galería HENI Leviathan y el pago debía hacerse en bitcoin o ether, por sugerencia de Hirst, quien en la misma página confesaba depositar toda su confianza “en el mundo de las criptomone­das”.

Las relaciones de Hirst con el mercado son un paradigma de la industria cultural: cada obra suya es fruto de una estrategia mercantil calculada con la misma pericia que el algoritmo de Netflix.

En Madrid, en el Palacio Velázquez que el Museo Reina Sofía tiene en el parque del Retiro, expone su pintura Vivian Suter (1949), artista argentina pero formada y residente muchos años en Basilea. La exhibición consta de unas 500 telas producidas en los últimos diez años. Suter, después de consagrars­e como joven promesa en Suiza, desapareci­ó del mapa del arte, deambuló por Estados Unidos y México para terminar a los 34 años en Panajachel, un pueblo de Guatemala enclavado frente a un lago y rodeado de montañas. Sus padres tenían en Buenos Aires una estampería y pareciera, viendo las telas colgar de una suerte de tenderetes o adheridas a las paredes de las salas del Palacio Velázquez, que ha reconstrui­do momentos de su infancia. Al flujo estimulant­e del color en cada obra se suman elementos matéricos: barro, maderitas, algún insecto, y es que las tormentas tropicales, alguna muy violenta, han intervenid­o de manera espontánea en la obra: “Las cosas son como son, la vida hace lo que hace, el resto somos nosotros”, dice Suter en una entrevista en El País. En 2011 el comisario de la Documenta de Kassel, Adam Szymczyk, fue a visitarla y allí comenzó su proyección. Sin perder la calma, reservando su espacio, conteniend­o el tiempo con la lentitud de los días.

Peter Handke, otro artista que consigue eludir la estética del circuito comercial, rescata la virtud de un día logrado; no una vida ni un momento, una jornada ganada. No hay muchas. Suter las aguarda entre volcanes y telas frente a un lago. Hirst les pone precio.

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