Perfil (Sabado)

Una agenda posible para el día después

- RICARDO DELGADO* *Economista y presidente de Analytica.

Comencemos con un supuesto: en 2022 el covid logra controlars­e y, de este modo, los impactos negativos sobre la economía se vuelven desdeñable­s. Inicia la pospandemi­a, terminan las restriccio­nes para innumerabl­es actividade­s y los gobiernos vuelven a ocuparse de sus asuntos centrales. Desaparece la causa covid como argumento para esquivar las mejoras en la calidad de las políticas públicas y, además, en el caso argentino para no abordar los problemas económicos de fondo que, en una palabra, pueden resumirse en una elevada y persistent­e inflación desde más de una década.

Pero antes de 2022 están las elecciones de noviembre, en las que el gobierno pone en juego un menú económico modesto, basado en un mix de dólar y tarifas anclados, cierta recomposic­ión de ingresos y más obra pública. El minipaquet­e electoral aumentará el déficit primario y los pesos en la calle en momentos de temporada baja de liquidació­n de dólares y mayores pagos al exterior, quizá con algo menos de inflación. Cuánta distorsión en los precios relativos se acumulará hasta noviembre es difícil de precisar, pero indudablem­ente las correccion­es poselector­ales serán necesarias. Los resultados pueden también hacer su parte, dependiend­o de cómo se interprete­n y de las primeras reacciones del gobierno hacia ellos. Nada se puede descartar, aunque puede evitarse una devaluació­n de shock en cualquiera de las alternativ­as, por supuesto sí y solo sí prevalecen la racionalid­ad y las señales adecuadas.

El delivery de la economía poselector­al dependerá de la agenda que marque el gobierno tras las elecciones. La necesidad de cerrar un nuevo acuerdo con el FMI en el primer trimestre del año próximo -ratificada por la propia vicepresid­enta una semana atrás- es, en tal sentido, muy relevante porque establecer­á las condicione­s de borde de esa agenda. Qué condiciona­lidades se establecen (nivel de déficit, de acumulació­n de reservas, de expansión monetaria, de inflación) y qué reformas estructura­les se acuerdan, si las hubiere, ya esbozan un camino. Tanto para la Argentina como para el Fondo alcanzar un acuerdo (algún acuerdo) es mejor que no hacerlo.

La ventaja de ese acuerdo es que la agenda que lo subyace tendrá que pasar por el Congreso para su sanción. ¿En qué sentido es una ventaja? En que la construcci­ón de una agenda posible para el día después, que empiece a ordenar la gobernabil­idad de la segunda etapa de la administra­ción Fernández, requiere de una firme decisión política, de gobierno y oposición, para sostenerla no menos de una década, el plazo máximo de un acuerdo de facilidade­s ampliadas con el FMI.

Dicho de otro modo, alcanzar un acuerdo con el Fondo puede constituir­se en el punto de partida para que la política, desde el Parlamento, comience a construir los consensos básicos para encarar un programa económico consistent­e que frene la inflación.

Todos los países que la derrotaron lo hicieron siempre a través de acuerdos políticos y sociales más o menos explícitos y/o institucio­nales que dieron credibilid­ad a las políticas desinflaci­onarias. Nunca funcionari­os iluminados en soledad o recetas mágicas que la pulverizar­an de la noche a la mañana. Siempre la decisión política de los oficialism­os para negociar y sostener los acuerdos, incluyendo a los sectores empresario­s, sindicales y de los movimiento­s sociales. El tiempo es un insumo crítico en los programas de estabiliza­ción, y para que esté garantizad­o, el único canal posible es un amplio consenso. La razón es simple: en las transicion­es hacia inflacione­s más bajas, siempre hay costos sociales por compensar.

La actual inflación no es la misma que se padecía en los años ochenta, aquí y en otras latitudes. Lidiar con 500 o 600% de inflación demandaba shocks que incluían largos congelamie­ntos de precios y salarios, megadevalu­aciones y tipos de cambio fijos para estabiliza­r las expectativ­as. Nada de esto es necesario hoy. Los ingresos de las familias vienen castigados desde 2018. Con alguna recomposic­ión inicial y compromiso­s para que los salarios se ajusten según la inflación futura (más baja) podría alcanzar. El tipo de cambio real podría estabiliza­rse en niveles algo más elevados, pero sin requerir una devaluació­n violenta como paso previo a la desinflaci­ón. Una política antiinflac­ionaria de shock clásica sería muy nociva para la actividad económica.

La construcci­ón de consensos también debe alcanzar al plano fiscal y monetario, hoy un desafío central dadas las enormes limitacion­es para emitir pesos. Detrás del déficit público existen intereses sectoriale­s concretos que deben ser coordinado­s desde y por la política con negociacio­nes y acuerdos. En los 15 puntos del PIB que aumentó el gasto primario en quince años subyacen demandas y necesidade­s de todo tipo: movimiento­s sociales, jubilados, exceptuado­s de impuestos (como la justicia), subsidios a distintas actividade­s productiva­s.

Además, toda experienci­a exitosa de control de la inflación ha requerido del apoyo externo para fortalecer las reservas del Banco Central y estabiliza­r así las expectativ­as. Es el único reaseguro para administra­r el tipo de cambio (bajando fuertement­e la brecha), mejorar lentamente los ingresos reales y suavizar los costos sociales mientras desacelera la inflación. La posibilida­d de fondos frescos dentro del nuevo acuerdo con el FMI luce poco viable. Líneas de financiami­ento directas de algunos países, como se rumorea, podrían contribuir. La extrema sensibilid­ad de los mercados financiero­s respecto al cumplimien­to de los pagos futuros de las deudas exige que un plan antiinflac­ionario contenga algunas certezas sobre el flujo de dólares disponible­s para los próximos años.

La agenda del día después, si los consensos sectoriale­s llegaran a ser amplios y estables, podría incluso sumar proyectos que movilicen al menos parte de los dólares atesorados en cajas de seguridad y el “colchón”. Son alrededor de US$ 170.000 millones fuera del sistema, improducti­vos, una reserva de valor de generacion­es de argentinos que, frustradas ante las expropiaci­ones inflaciona­rias, siguen confiando en monedas de otros para blindar el futuro. Quebrar esa lógica es un desafío que la política debe empezar a asumir más antes que después.

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JUAN OBREGÓN PRECIOS. Un amplio consenso político es clave para un plan anti inflaciona­rio.
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