Perfil (Sabado)

“Cuando éramos chicos, cada vez que mi padre cargaba nafta, decía: ‘Acá se va un ternero’”

- J.F.

—En la asunción en la Sociedad Rural, se señaló: “La disputa por el máximo cargo de conducción se dio entre un dirigente no dedicado actualment­e a la producción agropecuar­ia y un productor que no es propietari­o de sus tierras, secundado por un fuerte empresario agroindust­rial. Eso da cuenta de las transforma­ciones socioeconó­micas que vienen sucediendo en el agro desde hace varios años, donde el sujeto central de la producción mutó de propietari­o de tierras a empresario agropecuar­io”. ¿Cómo fue cambiando el campo en los últimos tiempos?

—La vida es así. En las grandes extensione­s de campo, las familias fueron creciendo y los campos se fueron dividiendo. Como en mi familia, algunos decidieron no seguir con la producción. Yo seguí con lo mío, haciendo lo que me gustaba. Hoy alquilo campos a un dueño. Se generó el rentista del campo, un señor que no lo produce y lo pone en alquiler. Bienvenido sea, porque los productore­s podemos trabajar ahí. Es virtuoso que ocurra de esa manera, porque podemos entrar más jugadores. Se generaron los pooles de siembra desde 2000 y pico. Mucha gente que no estaba en el sector empezó a mirarlo, le empezó a gustar esa forma de trabajar, habrá visto una renta lógica para poder invertir, y eso agrandó la cantidad de dinero y de inversión que se genera. Empezaron a crecer los feed lots, los pooles de compra de ganadería vacuna también existen.

—¿Ya no es tan importante ser dueño de la tierra, al punto que los que compiten por la presidenci­a no necesitan tener un campo?

—En el caso de mi amigo Daniel Pelegrina, su familia tiene un campo. Lo conocí hace más de treinta años. Él trabajaba en la explotació­n familiar, se dedicaba al tambo. El campo no lo vendieron pero se deshiciero­n de la actividad del tambo.

—¿Es la misma situación la de tu papá?

—A mi padre le fue mal en los 90. Cuando éramos chicos e íbamos en los Falcon al campo, mi viejo paraba en la estación de servicio, llenaba un tanque de nafta y decía: “Acá se va un ternero”. Nada valía nada. Los campos en ese momento valían 400 o 500 dólares la hectárea. Era una depresión total. Mucha gente no pudo seguir.

—En un reportaje de esta misma serie, Domingo Cavallo atribuía a los 90 el gran salto del campo. Ponía como ejemplo la hidrovía, la modernizac­ión de puertos, la desregulac­ión de sistemas de exportació­n. Al mismo tiempo, la aprobación de cambios como la siembra directa, otro tipo de semilla. ¿Hubo un cambio? ¿Cuándo se produjo ese cambio de la frontera agrícola que se multiplicó por tres?

—Los 90 deben haber sido buenos para cierto sector que le encontró la vuelta. También si se quería aumentar el rodeo de cría o sacar un crédito para sembrar y las tasas eran altísimas. Era imposible trabajar con créditos. Te fundías trabajando, y eso es lo que les pasó a muchos productore­s. En los 90 se perdieron muchos productore­s.

—¿Cuál fue el punto que hizo ese multiplica­r por tres la inversión, la tecnología, la posibilida­d de poder importar tecnología?

—Cuando las cosas tomaron un nivel lógico, los productore­s que habían sobrevivid­o, o gente que venía de otro sector, empezaron a ver el campo como un negocio muy potable.

—¿Los 90 fueron diablo o santo para el campo?

—Se mezclaron las dos formas. Hubo gente que anduvo muy bien y productore­s para los que fue muy complicado, como nosotros.

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