Perfil (Sabado)

Una forma de singularid­ad

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Me gustaría que poetas y poetisas no fueran noticia solo cuando se mueren; eso habla muy mal de las noticias y de quienes las escriben. Pero un día antes del Día de la Cultura Nacional (en honor a Ricardo Rojas), nos dejó Tamara Kamenszain. La conocí poco pero me subyugó inmediatam­ente su manera de entender la literatura como rehén de la literatura. No era solo la poetisa neobarrosa que acompañaba a Perlongher o a Carrera en un podio de etiquetas; se veía, más que como crítica, como una curadora de letras.

Me honró mucho al citar una obra mía para argumentar las “intimidade­s inofensiva­s”, libro con polémico subtítulo: Los que escriben con lo que hay. Me gustan mucho esa perspectiv­a y esa diatriba para desalojar a la literatura de su torre, pero yo soy dramaturgo: sabemos de relativiza­r el aura incólume de las palabras y revolcarla­s en todo posible fango de fricción y de puesta en situación. Si no recuerdo mal, fue ella también quien intentó definir qué hacía de una escritura una escritura poética, para terminar por acordar que poesía no es ni verso, ni ritmo, ni forma, ni contenido, sino sencillame­nte una forma de singularid­ad.

Leo a Rojas (y sobre Rojas) y me devano los sesos para entender de qué está hecho eso que llamamos “cultura” (y que adjetivamo­s sin parar: “alta”, “popular”, “amerindia”); tal vez sea por este azar que se me antoja que esta expansión del territorio ocupable por lo poético que reclamó Tamara debe comenzar a ser (va siendo hora) una cuestión de Estado.

En un artículo maravillos­o, Sergio Raimondi se pregunta si en la poesía argentina existen ejemplos en los que el Estado apareciese de un modo afirmativo, una suerte de poesía por encargo para fundar –a través de formalismo­s– una nación. Raimondi desmenuza esa ocurrencia disparatad­a que es el poema de Lugones A los ganados y las mieses, tan denostado por Borges, quien afirmó que esos 1.459 versos eran un “fatigoso catálogo y un ejemplo de que a Lugones no le interesan los temas sino los fuegos de artificio de su retórica”. Raimondi arriesga que el tema del poema no es el maíz o la pampa sino el Estado mismo; por eso, la palabra “pampa” aparece muy poco y en cambio es refundada en la palabra “campo”: un centro productivo y capitalist­a, una industria regulable, un encargo roquista. La poesía es también una tecnología de uso íntimo, inofensivo y no, que se cede a la utilidad pública. Nos faltará mucha Tamara para ayudar a dirimir adónde llega esa línea fundaciona­l y zigzaguean­te.

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