Perfil (Sabado)

La incertidum­bre

- MIGUEL ROIG* *Escritor y periodista.

Nadie se explica las razones por las cuales en Reino Unido, después de liberar a sus ciudadanos de todo tipo de cuidados ante el covid, las cifras de contagio han descendido como nunca antes frente a la ausencia de precaucion­es. Habría que matizar que, a pesar de la reducción de casos, la cota sigue siendo sideral: el desplazami­ento es desde lo peor a lo muy malo.

Aunque no es solo la cuestión británica, similar a la sueca en muchos aspectos de apertura, sino también ante la opción de una tercera dosis: ¿es realmente eficaz? Los criterios epidemioló­gicos son dispares y es lógico que así sea, pero pareciera que no hay tiempo para atender las opiniones científica­s, o mejor: no hay atención. Ya no interesa porque se ha observado su falibilida­d. Su accionar ya no responde al rol que le adjudicamo­s en nuestro imaginario.

Nadie pareciera aceptar que la epidemiolo­gía, como pasa con todas las ciencias biomédicas, no es una ciencia exacta. Un test PCR da positivo; una segunda y tercera muestras, negativas, lo cual demuestra el error de la primera. Esto genera miedo e incertidum­bre. El miedo es de todos y la incertidum­bre es del campo científico ya que opera, como no puede ser de otro como, con hipótesis y no con certezas. Las certezas las dejan para la oquedad de nuestra cabeza. Caminar hoy por una calle de París o de Amsterdam es una prueba de ello.

Los franceses, a regañadien­tes, exhiben su certificad­o de vacunación para acceder a cualquier espacio público, sea este un museo o un sitio con juegos infantiles; muestran su fastidio por las colas a las que los someten estos protocolos y circulan sin mascarilla, con esta recogida debajo del mentón o tapándose solo la boca. También los mozos de los bares y los funcionari­os públicos van así por la vida. En Amsterdam los superan: el simple hecho de llevar puesta la mascarilla por la calle te hace objeto de curiosidad o, también, de aprehensió­n: ¿estarás contagiado?

Se niega el virus, aunque sea de manera inconscien­te, porque ante el titubeo y la lógica incertidum­bre científica no se obtienen las respuestas a las que nos ha habituado, como en un videogame, la virtualida­d tecnológic­a. También al dolor se lo asimila a esta dinámica.

El filósofo Santiago Alba Rico sostiene que no estamos preparados antropológ­icamente para el dolor ni para el duelo, ya que en los días que corren los pensamos en términos de enfermedad y no como consecuenc­ias de un proceso natural que no es otra cosa que la vida. Dice que pretendemo­s que se supere “el” tiempo y no “con” el tiempo. La tecnología y la ciencia han dejado fuera, en nuestro imaginario, a las enfermedad­es que, más allá de nuestras fantasías, no tienen cura. Como las relaciones humanas, que salvo en el caso de los misántropo­s, están sujetas a conflictos y se sostienen con un compromiso. Una muerte, una separación sentimenta­l, implica un duelo. No existe el derecho a la felicidad.

Durante la primera ola, hubo en Italia dos hechos simultáneo­s en el tiempo. Por un lado, en Varese, comenzaron a utilizar robots en los hospitales para reducir el riesgo de contagio del personal sanitario. En Roma, en esos mismos días, el papa Francisco creó un fondo para ayudar a las familias necesitada­s mientras se hacía cada vez más larga la cola diaria de los comedores sociales romanos. ¿Cuál noticia ocupó el primer plano? Obviamente, pocos repararon en que, en una acción inédita, el Vaticano se involucrab­a en el rescate de sus vecinos más próximos, habitantes de un entorno supuestame­nte incluido en el mapa del bienestar social.

John Gray, politólogo de la London School of Economics, sostiene que con la “nueva normalidad” algunas cosas pueden mejorar, pero observa que “la automatiza­ción y la inteligenc­ia artificial eliminarán franjas enteras de empleo para la clase media. La tendencia que está en marcha desde hace décadas se acelerará, y los restos de la vida burguesa desaparece­rán”.

He aquí otra incertidum­bre que el smartphone y la tablet ayudan a eludir.

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CEDOC PERFIL CÓDIGOS. Los franceses exhiben su certificad­o de vacunación en cualquier espacio público.

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