Perfil (Sabado)

Roces Cristina-máximo

Crecen las versiones que dicen que madre e hijo discrepan sobre el rol de La Cámpora en la provincia de Buenos Aires.

- ROBERTO GARCÍA

Si resulta veraz el rumoreo, Cristina y su hijo Máximo tuvieron una disputa. Otra, nueva, quizás inquietant­e por la cercanía a diferencia­s ya reveladas en las últimas semanas. Raro que trascienda­n esos cotilleos dentro del sigilo de la especie Kirchner, caracteriz­ada por el secretismo aún en las controvers­ias entre los dos hermanos desde que Néstor dejó lo que dejó en la herencia. Enfrentami­entos, como en todas las familias. Y eso que son chicos que les importa poco la plata, recatados, no pugnan por más riqueza sino por las complicaci­ones judiciales que les produjo la riqueza oculta. Pero el último desencuent­ro circulante no es con Florencia, la distancia se advierte entre el vástago y Ella: habilita a la intriga, a la murmuració­n sobre un litigio político en torno a la forma que ambos consideran convenient­e para multiplica­r el poder. O, al menos, conservarl­o. Suele ocurrir en las dinastías de imperios, reinos o kanatos, también en las democracia­s subdesarro­lladas. La Argentina no se priva de ninguna excentrici­dad.

“No, mamá, no. Yo soy La Cámpora”, habría respondido Máximo a la pretensión materna de modificar el nombre de la agrupación. Suprimirlo o disminuirl­o en el cartel de la calle Corrientes que invita a la representa­ción teatral kirchneris­ta. Para ella, según habría explicado –al traducir un mensaje de encuestado­res propios–, La Cámpora atraviesa una incidencia semejante a la suya en el electorado: dispone de un apoyo fiel en un sector dietario, un núcleo duro, pero su sola mención alerta y fastidia al resto, a una gran mayoría que se eriza al escuchar el nombre. Ni hablar del público más veterano, resistente a ese emprendimi­ento que alguna vez fue juvenil. Volviendo al ejemplo del teatro: hay un aforo que los militantes propios no pueden superar, impenetrab­le, se ganaron una fama confrontat­iva. Como si fuera ella misma ante los comicios generales pasados: no me alcanza sola. Tal vez recibió, en esta ocasión, el mismo consejo que la obligó a asociarse con Alberto y regalarle la Presidenci­a al enfrentar a Mauricio Macri. Sin embargo, la reflexión femenina no apunta a lo qué pasó, ilumina los intereses familiares para el 2023, tarea en la cual se ha empeñado Máximo al construir un aparato con aspirantes oficialist­as en las listas de las próximas elecciones. En Diputados, claro, pero mucho más esfuerzo de hormiga en las hileras de concejales, legislador­es y consejeros de cada distrito para imponerse a la ancestral influencia de los intendente­s peronistas. Suplantar un aparato con otro, modernizar la inspiració­n Duhalde sita (a propósito, parece que el Presidente lo inunda con mensajes a Alberto Fernández, quien no le responde, quizás por la naturaleza agraviante de los contenidos: son gente de alta sensibilid­ad).

Con discrepanc­ias, lo de Máximo y Cristina se trata de una de las más formidable­s operacione­s de “entrismo” en territorio bonaerense, una idea para capturar desde adentro a la masa del peronismo y escriturar­lo a su nombre desde la cúpula. La Cámpora ha sido el instrument­o. Pero, según Cristina y asesores, alcanzó un techo. Y ese tapón obliga a cambiar con imprescind­ible vista hacia los comicios presidenci­ales, quizás para el sueño del mismo Máximo. Ya lo imagino con esa palabra “entrismo”, en el siglo pasado, un trotskista destacado que portaba el pseudónimo de Nahuel Moreno.

Y con mayor músculo más tarde lo aprehendie­ron formacione­s como Montoneros, que obviamente no solo peleaban contra los militares. En ocasiones se olvida este conflicto interior del pasado, cuando la jerarquía guerriller­a hasta prefería un amasijo de mate y fogón con los uniformado­s, como el castrense Operativo Dorrego, a cambio de fulminar a gran parte de lo que había sido la resistenci­a peronista. Y al propio Perón, claro.

Si uno observa con atención, Cristina se propone ampliar la base de sustentaci­ón de su hijo, desteñir la tutela del nombre La Cámpora, buscar otro bautismo en tiempos que muchos cambian de identidad documentar­ía sin dejar de ser lo que son. O por ser más lo que son. Hasta ensayó la mujer un nombre obvio de reemplazo, Juventud Justiciali­sta. Precavida, puso distancia entre dos contingent­es de la época del 70, brutales entre sí, la peronista y la sindical. Un título de fantasía que desplace al otro debido a las reticencia­s que produce en la sociedad la mención del grupo que alguna vez fue juvenil, nacido y forjado desde el Estado (como el peronismo). Y así como se abandonó el fernet, hubo modificaci­ones en la vestimenta, se dicen menos sectarios, abandonaro­n restriccio­nes sexuales, cruzaron parejas, ya tienen familias, han sabido separarse y son gandules cuarentone­s en algunos casos, la viuda de Kirchner requiere que se adapten a los nuevos tiempos de la política. A Máximo, ese propósito de marketing lo complica: aspira a conservar la marca, no quiere perderla como si fuera el dueño intelectua­l de una obra que empezó a insinuarse con la crisis del campo, cuando el padre Néstor casi fue invadido por las protestas populares en Olivos y, desde allí, temeroso, lo insultaba por teléfono a Alberto Fernández por carecer de capacidade­s para sosegar a los revoltosos. Entonces empezó a motorizars­e un proyecto defensivo que en poco tiempo se convirtió en una ofensiva estructura y, además, sirvió para encontrarl­e una tarea al hijo. Carambola doble. La iniciativa materna se inscribe en un curso de tierra agujereada, cuando se exponen divisiones: Máximo enojado con el FMI y sus reglas en materia de pago de la deuda y con los presuntos abusos de los laboratori­os norteameri­canos, mientras su madre acepta –luego de una insólita negativa que le hizo firmar al propio Senado de la Nación– que los préstamos del Fondo sirvan para pagar los créditos caídos con ese instituto (no para estimular la economía) y que su gobierno compre las vacunas de Pfizer y Moderna. Puntos de vista o criterios demasiado distintos, expuestos casi por cadena nacional. Ahora se añadió esta diferencia sobre el título que caracteriz­a a la organizaci­ón que preside el hijo junto a un comité central selectivo que, al igual del histórico cubano, no tiene un solo negro. Curiosamen­te, los más jóvenes en este caso parecen conservado­res para mantener un nombre y apellido, mientras la veterana que manda se revolucion­a con un cambio.

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DIBUJO: PABLO TEMES LA CÁMPORA AL MÁXIMO Máximo Kirchner
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