Perfil (Sabado)

La maldita inflación y su origen

- CAMILO E. TISCORNIA* *Economista. Director de C&T Asesores Económicos. Profesor de Economía Monetaria y Economía Argentina en la UCA

Una de las funciones del dinero es ser unidad de cuenta. Esto quiere decir que el valor de los bienes y servicios disponible­s se expresa en términos de dinero, en el caso argentino en pesos. Una consecuenc­ia interesant­e de esta función es que el precio del dinero expresado en sí mismo es uno, esto es: el precio monetario de un peso es un peso. A partir de este hecho puede realizarse una pregunta muy relevante: ¿cómo se logra el equilibrio del mercado de dinero si el precio del dinero está fijo en uno? Y en forma relacionad­a, ¿cómo se restablece el equilibrio del mercado de dinero si hay un exceso de oferta en el mismo?

Para responder esto lo primero que debe tenerse en cuenta es que, ante un desequilib­rio en cualquier mercado, lo que debe ajustar es el precio relativo del bien o servicio en cuestión frente al resto de los bienes y servicios de la economía; en el caso de un exceso de oferta, debe bajar en relación al resto de los bienes y servicios. Dependiend­o de las circunstan­cias, esto puede lograrse porque el precio monetario del bien en cuestión baja, porque el precio monetario del resto de los bienes y servicios sube, o una combinació­n de ambos ajustes. Con esto en mente, la respuesta a la pregunta planteada respecto del mercado de dinero es clara: ante un exceso de oferta de dinero, como el precio de éste es fijo, deben subir los precios monetarios de todos los otros bienes y servicios. En la práctica, esto se manifestar­ía como un salto de alguna medida de todos esos precios, es decir, de un índice de precios, como el Indice de Precios al Consumidor (IPC).

A priori, uno podría verse tentado en esta instancia de pensar que de esta forma se justifica la famosa frase de Milton Friedman acerca de que “la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario”, pero nótese que hemos dicho que ante el exceso de oferta de dinero sube el nivel de precios, no que haya inflación. Esto parece una sutileza, pero no lo es: no cualquier aumento del nivel de precios es inflación. Además, el mencionado desequilib­rio monetario no es la única causa posible de un aumento en el nivel de precios; un ejemplo interesant­e de esto sería el famoso ajuste de tarifas de servicios públicos implementa­do por el gobierno de Mauricio Macri en cuanto asumió.

Como éste, uno podría encontrar numerosos ejemplos y así concluir que la frase de Milton Friedman es incorrecta, pero sería un error nuevamente. Sería volver a asociar que cualquier cosa que deriva en un salto del nivel de precios es inflación. La caracterís­tica clave de un proceso inflaciona­rio es que el nivel de precios crece en forma sostenida en el tiempo (no solo una vez) y a un ritmo “elevado”. ¿Cuánto es elevado? Es difícil de precisar pero, tomando como referencia lo que ocurre hoy en la mayor parte del mundo, un ritmo superior al 10% anual, o sea, 0,8% mensual, es bien alto.

Con esta perspectiv­a, explicar la inflación requiere encontrar algo en el sistema económico que tenga la persistenc­ia suficiente en el tiempo como para generar el alza sostenida del conjunto de precios. Pero una gran cantidad de variables económicas podría tener esa persistenc­ia; el desafío entonces está en tratar de identifica­r si entre ellas hay alguna que cause a las demás.

En esta lógica, un candidato muy relevante es la expectativ­a de inflación. En efecto, si quien tiene que establecer un precio tiene una expectativ­a de inflación “alta”, es esperable que trate de que su precio siga la evolución de esa expectativ­a, de modo de no perder poder adquisitiv­o. Así, en tanto y en cuanto persista en el tiempo esa expectativ­a de inflación “alta”, de alguna manera, la inflación será “alta”, es decir, los precios subirán a un ritmo “rápido” y sostenido en el tiempo.

Una explicació­n relacionad­a con ésta es la de que la persistenc­ia en los precios la da la puja distributi­va. Cada sector intenta mejorar su precio en relación al de los demás para ganar más, tratando de subirlo a un ritmo “alto”, obviamente en relación a la expectativ­a de inflación; en la medida en que todos hacen lo mismo, el conjunto de precios se mueve muy “rápido”, y como la puja no cede, ese movimiento persiste en el tiempo.

Estas explicacio­nes logran dar cuenta de la persistenc­ia en la suba del nivel de precios que caracteriz­a a la inflación, pero surge un interrogan­te: ¿de dónde sale la expectativ­a de inflación?

Puede pensarse una situación en la que a cada uno se le ocurre su propia expectativ­a de inflación y actúa en consecuenc­ia, por lo que cualquier inflación sería posible. Pero esto no luce razonable ni sostenible: la competenci­a hace que este esquema sea poco probable en gran escala porque quien fije un precio exageradam­ente alto debería quedar fuera del mercado. Es mucho más razonable pensar que quien fija un precio tiene en cuenta las condicione­s de su demanda y que, por lo tanto, para que un determinad­o conjunto de precios para la economía en su totalidad sea viable, el estado de la demanda total de la economía es un determinan­te importante. Y es en este punto en que la emisión monetaria vuelve a ser central.

Un aumento sostenido y fuerte de la oferta de dinero da las condicione­s para que la demanda de la economía se comporte de igual forma, lo que validaría los precios derivados de unas expectativ­as “altas” de inflación, resultando en un aumento “alto” y sostenido en el tiempo de los precios efectivos, o sea, en inflación en sentido estricto. Esta conclusión permite también entender qué debe hacerse para bajar la inflación: es inevitable reducir el ritmo de creación de dinero, pero ¿alcanza? No. La menor creación de dinero tiene que llevar a una reducción de la expectativ­a de inflación; si no lo logra, la inflación no bajará. Para ello es clave que sea duradera.

Pero llegado este punto aparece otra pregunta inevitable: ¿por qué la oferta de dinero crece sostenidam­ente y a ritmo “alto”? Hay tres grandes usos de la emisión monetaria: la compra de divisas, el crédito a los bancos y el crédito al sector público. En la Argentina, el único que muestra enorme persistenc­ia, no solo hoy sino en gran parte de nuestra historia, es el último. Es el único cuya persistenc­ia en el tiempo no tiene más límite que el deseo político de abandonar el déficit fiscal que lleva al mismo, y ese deseo raramente está presente. De aquí se deriva la elevadísim­a inflación argentina; desde 1945, salvando la convertibi­lidad, solo hubo cinco años con inflación anual menor al 10%: aumento sostenido de los precios a tasa “alta”. Así, puede concluirse con una afirmación de Thomas Sargent, quien, parafrasea­ndo a Milton Friedman, dijo que “la inflación alta y persistent­e es siempre y en todas partes un fenómeno fiscal en el que Banco Central es el cómplice monetario”.

Esto mismo nos da la clave para poder terminar con la inflación en la Argentina: es necesario reducir o directamen­te revertir el déficit fiscal. Y esta conclusión no solo surge de un análisis meramente teórico sino de la experienci­a de los países que enfrentaro­n el problema de la inflación a lo largo de su historia. El desafío es de enorme magnitud, llevará tiempo y por eso requiere de un amplio consenso político. ¿Lo lograremos?

 ?? CEDOC PERFIL ?? GÓNDOLAS. Los alimentos subieron 30,7% en los primeros siete meses del año.
CEDOC PERFIL GÓNDOLAS. Los alimentos subieron 30,7% en los primeros siete meses del año.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina