Perfil (Sabado)

Las caras de la solidarida­d

- MARÍA DE LA PAZ GREBE* *Directora de Estudios de la carrera de Psicología de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universida­d Austral.

Hace unos pocos días, en nuestro país se conmemoró el Día Nacional de la Solidarida­d, y vale la pena detenernos a reflexiona­r acerca del significad­o y el alcance que tiene este valor. La fecha conmemora el natalicio de la Madre Teresa de Calcuta, una mujer menuda que dedicó su vida al cuidado y atención de los más necesitado­s. Silenciosa, de pocas palabras, no se adelantaba, no se sacaba fotos, ni divulgaba su trabajo, solo se mantuvo fiel a su vocación de servicio a los más pobres.

La solidarida­d tiene caras diferentes, se expresa con formas y fines variados; y se hace visible en conductas como, por ejemplo, ayudar a familiares y amigos, asistir a personas vulnerable­s y movilizar campañas de donaciones destinadas a las necesidade­s de comunidade­s ante catástrofe­s. También está presente en gestos como al dar cordialmen­te una indicación a alguien que está perdido, acompañar a una persona mayor a cruzar la calle o, simplement­e, mirar a los ojos y escuchar con detenimien­to –y sin apuro– el relato de un estudiante. Sería imposible enumerar la cantidad de organizaci­ones, fundacione­s, programas de voluntaria­do y proyectos sociales que están inspirados en la solidarida­d.

Su significad­o se relaciona con darse, donar, procurar algo para otro u otros, ponerse al servicio, ya sea a través de signos materiales, concretos o simbólicos. Está orientada a resolver problemas como carencias materiales, inequidad o injusticia social, promover el bienestar del otro, contribuye­ndo así al bien común, mira hacia adelante y su influencia va más allá del acto concreto y del momento presente.

Pensar el ejercicio de la solidarida­d desde esta perspectiv­a supone comprender que siempre hay una relación entre el hacer, el sentir y el ser de cada persona. Hay un orden en el mundo que supone conexiones entre conductas, intencione­s que las originan y resultados o impacto que provoca tanto en quienes son sus protagonis­tas como en los destinatar­ios. Entonces, la solidarida­d se vale de gestos que ponen en evidencia que todos somos verdaderam­ente responsabl­es por lo que le ocurre a quienes nos rodean. Así, es posible aprender juntos acerca de lo que es bueno y valioso para vivir con plenitud y progresar en este mundo.

Un escenario fértil para ejercitar la solidarida­d está relacionad­o con el aprendizaj­e. El aprendizaj­e se refiere, entre otros aspectos, a la adquisició­n de conocimien­tos, habilidade­s y actitudes que son necesarios para alcanzar determinad­os propósitos o fines. Puede ocurrir en variados y amplios contextos, ya sea dentro de un aula, en el pasillo, en una conversaci­ón entre pares, con docentes, en el comedor o al recibir una devolución.

Entonces, cabe preguntars­e sobre las caracterís­ticas de las experienci­as educativas que promueven aprender a mirar al otro tal como es, que despiertan la sensibilid­ad por sus necesidade­s y que a través de diversas conductas y gestos potencialm­ente pueden transforma­r la vida y las biografías de quienes integran cada comunidad educativa. El espíritu solidario se desarrolla y fortalece cuando los estudiante­s se encuentran con docentes que enseñan no solo con sus saberes, sino que los cuidan con su modo de ser y hacer, y cuando las institucio­nes que eligen para formarse promueven experienci­as que contribuye­n al compromiso y servicio de quienes les rodean.

Hay un orden que supone conexiones entre conductas, intencione­s y resultados

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