Perfil (Sabado)

El desafío de reducir la brecha cambiaria

- MIGUEL KIGUEL* *Director ejecutivo de Econviews.

Los tiempos cambian, pero los problemas son los mismos. Las discusione­s sobre el tipo de cambio y la brecha vienen de larga data, y abundan experienci­as de las cuales aprender. Segurament­e conocemos estos temas más que ningún otro país, aunque parece que no hemos aprendido mucho. En lugar de buscar soluciones de fondo utilizando estrategia­s conocidas, en general se han buscado atajos para salir del atolladero del atraso y de la brecha cambiaria cuando la solución pasaba por un programa económico que ataque los problemas de fondo.

La pregunta que ronda el ambiente es si hay o no hay atraso cambiario. Probableme­nte no se observa hoy un atraso cambiario tradiciona­l, como los que hubo al final de la tablita de Martínez de Hoz en 1980, o en el último período de la convertibi­lidad o al final del mandato de Cristina. En esos años no había duda de que Argentina era cara en dólares y en todos los casos había un final anunciado, una devaluació­n para restablece­r un tipo de cambio competitiv­o. Como ahora, los ministros de entonces decían que de ninguna manera iban a devaluar, pero la realidad tiene cara de hereje y al final sucumbían a las presiones del mercado.

La situación actual es algo diferente. Cuando uno analiza el nivel del tipo de cambio real (o sea el tipo de cambio ajustado por inflación), que es una forma de medir si el país es caro o barato en dólares, no es obvio que haya atraso cambiario. El tipo de cambio real está en el promedio de los últimos treinta años, o sea pareciera que no estamos ni caros ni baratos consideran­do el tipo de cambio oficial. Además, la economía tiene un superávit comercial de unos 14 mil millones de dólares, lo que es más que aceptable y difícilmen­te se pueda conseguir con un tipo de cambio atrasado. Una posible lectura es que el tipo de cambio oficial está en equilibrio. Si fuera así, diríamos también que el contado con liqui está superalto.

Sin embargo, lo que a primera vista parece un hecho no es necesariam­ente así. El tipo de cambio de equilibrio es un concepto teórico que solo tiene sentido analizarlo en el largo plazo. En el corto plazo, si la coyuntura es compleja, un país puede necesitar un tipo de cambio más alto que el de equilibrio y si es más benigna, un tipo de cambio más bajo. El problema es que el tipo de cambio no solo equilibra el balance comercial (que sí depende de si el país es caro o barato en dólares) si no que principalm­ente busca equilibrar el balance de pagos, que incluye además los flujos de capitales que entran o salen del país.

El tipo de cambio real actual sería un nivel razonable si las condicione­s económicas fueran razonables. Lo que pasa es que en Argentina hoy no lo son. No es razonable el nivel de reservas efectivas que están en unos seis mil millones de dólares cuando lo que hacen falta como mínimo son entre 35 y 40 mil millones. No es razonable un riesgo país de 1.600 puntos que implica que el Gobierno no tiene acceso a financiami­ento externo y que el sector privado no consigue créditos para poder realizar inversione­s. No es razonable que el MSCI nos haya calificado como país Stand Alone, una categoría similar a la de El Líbano, que es un país que está implosiona­ndo. Ni tampoco es razonable una economía que necesita imponer un supercepo y tolerar una brecha cambiaria del 80% para evitar perder las pocas reservas que quedan.

Dado que las condicione­s no son razonables, y que son momentos de turbulenci­a financiera en los que el país sufre una fuerte salida de capitales, el tipo de cambio oficial no alcanza para equilibrar el mercado de cambios en su conjunto. En otras palabras, se podría decir que el tipo de cambio para operacione­s comerciale­s está bien, pero que para operacione­s financiera­s es bajo. El problema es que en general hay un solo tipo de cambio para ambos tipos de transaccio­nes, y que en la práctica, el tipo de cambio unificado en el corto plazo suele ser determinad­o principalm­ente por los flujos financiero­s y en menor medida por los flujos de comercio. Eso no solo pasa en la Argentina, es un fenómeno universal.

En la Argentina la solución que se encontró para lidiar con esta dicotomía fue adoptar dos tipos de cambio. Por un lado, tenemos el dólar oficial, que es principalm­ente para exportacio­nes e importacio­nes y muy pocas transaccio­nes de capital (un dólar comercial), y por otro lado, el contado con liqui, que se usa para atesoramie­nto y movimiento­s de capitales (un dólar financero). Esta realidad no se puede mantener por mucho tiempo, especialme­nte con una brecha del 80% en la que hay incentivos enormes para buscar mecanismos que permitan comprar dólares al oficial y vender dólares en el paralelo. Es por esta razón que estos esquemas no duran y después de un tiempo se busca unificar el mercado cambiario o como mínimo reducir la brecha significat­ivamente.

La gran pregunta es cómo, cuándo y a qué tipo de cambio se puede unificar el mercado (o al menos achicar significat­ivamente la brecha). En la Argentina el ejercicio es mucho más complicado porque la inflación ronda el 50% anual y un paso en falso en la reducción de la brecha puede llevar a un nuevo salto en la inflación, como pasó muchas veces.

Lo ideal sería bajar el dólar paralelo, pero a menos que haya un cambio significat­ivo en el riesgo país, en las reservas internacio­nales, en la tasa de interés, y que se regenere la confianza, va a ser difícil lograrlo. Suena a misión imposible. La experienci­a indica que en la mayoría de los casos la unificació­n cambiaria se acerca más al financiero que al oficial.

Las opciones que quedarían son una salida a la Fábrega 2014, o sea una devaluació­n del 15 o 20% que sea efectiva en bajar la brecha, o alternativ­amente acelerar la depreciaci­ón diaria a tasas que estén por encima de la inflación durante varios meses hasta que se observe una baja significat­iva en la brecha cambiaria. Ambas opciones son riesgosas porque pueden terminar aumentando la inflación sin bajar la brecha.

No hay alternativ­as simples. Seguir con la brecha actual es una receta para seguir perdiendo reservas y endurecien­do el cepo cambiario que amenaza la reactivaci­ón económica y frena inversione­s. Devaluar o acelerar la tasa de depreciaci­ón de la moneda sin un programa económico puede terminar en que los aumentos de precios neutralice­n los efectos de la mejora en el tipo de cambio y no ayuden a bajar la brecha. Generar un cambio de expectativ­as para que baje el contado con liqui no parece ser viable por ahora.

Lamentable­mente no tengo la receta para resolver este tema y no creo que haya alguien que la tenga. Lo que sí es seguro, es que sin un programa integral, que mejore la confianza, reduzca el déficit fiscal, aumente las reservas y que se implemente dentro del marco de un acuerdo con el FMI, el problema cambiario se agudizará en vez de resolverse.

Cuando se analiza el tipo de cambio real, no es obvio que haya atraso cambiario

Sin un programa económico, el problema cambiario se agudizará

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CEDOC PERFIL PILOTO DE TORMENTAS. Miguel Pesce enfrenta el dilema de cómo bajar la brecha cambiaria.
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