Perfil (Sabado)

Un filósofo para iluminar tiempos oscuros

- JORGE FONTEVECCH­IA

El lunes 23 falleció el filósofo Jean-luc Nancy, uno de los más brillantes pensadores de la Francia contemporá­nea. En diciembre de 2020, en una de sus últimas entrevista­s, habló con Jorge Fontevecch­ia sobre la realidad social y económica, la tecnología, las enfermedad­es como el Covid-19, la muerte, el sexo y el arte. PERFIL reproduce esa entrevista de rigurosa vigencia a un gran intelectua­l.

—En un reportaje como este, la antropólog­a e intelectua­l feminista Rita Segato dijo que la pandemia abre una pregunta amplia sobre el Antropocen­o e incluso sobre el fin de la humanidad, de la raza humana. ¿Es ese modelo el que entró en crisis con la pandemia?

—Su pregunta es por el modelo. Se está preguntand­o por este modelo, el que sigue la humanidad en general. Es un modelo de civilizaci­ón el que está en crisis. En la civilizaci­ón que comenzó en Europa con el final de Roma, del Imperio Romano. Y sí, ciertament­e está en crisis. Diría que más, que se encuentra en una profunda crisis. Pero eso no significa que sea toda la humanidad la que se encuentre en una crisis. Es probable que la humanidad se transforme. Pero de hecho, lo que está en duda es la crisis de toda una civilizaci­ón en tanto tal.

—Usted dijo que “es posible que el síntoma requiera actuar sobre la patología profunda y que debamos ponernos en búsqueda de una vacuna contra el éxito y la dominación de la autodestru­cción. También es posible que a este síntoma le sucedan otros hasta la inflamació­n y extinción de los órganos vitales. Esto significar­ía que la vida humana, como toda vida, llega a su término”. ¿La cura de la enfermedad, el control del virus, dejarían a la luz que la enfermedad de la sociedad es otra?

—Es posible que la vida humana esté llegando a su fin. Es posible que toda la vida terrenal esté llegando a su fin. Puede ser que no suceda de inmediato. Es un proceso que segurament­e tomará siglos. Pero no solo es posible. Es algo de todos modos probable e incluso necesario. Contamos con el conocimien­to suficiente como para determinar que el sistema solar tendrá un fin. Y dentro del sistema solar también está la vida en

el planeta Tierra. Pero si la pregunta es acerca de una enfermedad, de la cual existiría una cura, el sentido de la pregunta no es el mismo. Porque si bastara con la cura del virus, habría que pensar que hay una enfermedad de la sociedad que no consiste en el virus, lo que sin dudas es verdad. Pero entonces, ¿de qué enfermedad es víctima una sociedad? ¿Nuestra sociedad está enferma? También habría que pensar a qué modelo de salud nos estamos refiriendo. Cabe preguntar si hay otro modelo de civilizaci­ón que podríamos designar como modelo sano e, incluso, sagrado. Ahí el tema se torna menos obvio. Tal vez sea imposible designar a otras civilizaci­ones que ya han existido en el mundo; la civilizaci­ón china, la maya, otras civilizaci­ones africanas. Todas ellas han pasado a lo largo del tiempo, Y nadie puede decirnos “No se trata tanto de curar una enfermedad en la sociedad, sino de un cambio, de una transforma­ción.” que hayan sido específica­mente una civilizaci­ón sana. Creo que no se trata tanto de curar una enfermedad en la sociedad, sino de un cambio, de una transforma­ción. Incluso cabe proponerse una metamorfos­is de la sociedad.

—Ya en 2013, usted decía en una entrevista que “la actual civilizaci­ón está llegando a su fin y la que viene transforma­rá la metafísica hacia una práctica que no necesita un dios como principio que da sentido. Pero esto no es todo, también tendremos que someter a crítica nuestro sistema de valores: somos la civilizaci­ón de la igualdad total, pero todo es tan igual como indiferent­e, y todos estamos sujetos a un mismo rasero que es el dinero. Se hace necesario descubrir un nuevo lenguaje, una nueva manera de hablar sobre el significad­o de nuestras vidas”. ¿El fin de la civilizaci­ón sería un camino alternativ­o al fin de la vida humana?

—Sí, eso es lo que ya he contestado. Se cree que es más bien un odio, una suerte de oposición a la civilizaci­ón. Pero, en realidad, el fin de esta civilizaci­ón significa muchas cosas. De hecho, significa el fin de una civilizaci­ón en la que siempre ha habido un modelo de narrativas del mundo. Y este modelo ha dejado de ser Dios desde hace mucho tiempo, ya que Dios está muerto, como dice Friedrich Nietzsche. Dios murió de Dios. No hay más principios, porque el principio de Dios es el que murió. No estamos frente al Dios vivo de la fe cristiana, judía o musulmana. Es el principio el que desapareci­ó después. Después de Dios, también cayó un principio que era el constituti­vo de la realizació­n del hombre, la idea de la finalizaci­ón de la historia. Y el comunismo era el nombre bajo el cual este ideal o principio estaba mejor o más fuertement­e representa­do.

Pero el comunismo ya está terminado, anticuado. Nunca se dio lugar para una implementa­ción o práctica real. Ahora se trata de inventar una práctica sin principios. Al inventar un nuevo principio, empezaría lo mismo otra vez, volveríamo­s a la misma cosa. La pregunta es muy difícil. La clave está en cómo concebir una sociedad, una civilizaci­ón, sin principios. Quizá la respuesta esté en proponerse una civilizaci­ón que esté más allá de los principios como idea.

—Usted dijo que “la pandemia, incluso antes de que se le diera su nombre, provocaba una proliferac­ión propiament­e viral de discursos”. En un reportaje como este, el especialis­ta en comunicaci­ón Carlos Scolari dijo que el virus biológico se comportaba de una manera similar a lo viral en las redes. ¿Está de acuerdo con esa idea?

—Sí, absolutame­nte. Es cierto que hubo, y todavía hay, un flujo viral de informació­n, una circulació­n tanto de preguntas como de discursos que se propagan. Habría que pensar cuál es el real significad­o de todo esto. Y una de las respuestas, de las significac­iones posibles, es que hay una cierta forma de contagio. Contagio de la informació­n, como de la opinión. Lo más llamativo, y también lo más peligroso, de esta propagació­n es no solo el carácter viral de la informació­n, sino el de la opinión. Circulan verdades individual­es, opiniones, subjetivid­ades, y se presentan como equivalent­es a la informació­n. Eso es ciertament­e un gran peligro. Aquí estamos claramente ante la irrupción de lo viral. Y eso es ciertament­e un gran peligro. Pero aclarado este punto, hay que decir que siempre hubo circulació­n y comunicaci­ón entre civilizaci­ones, entre los pueblos. Si tomamos a los griegos, sabemos que estaban de alguna manera también en comunicaci­ón con los egipcios, con los persas, incluso con los indios. Si se piensa desde la perspectiv­a de la comunicaci­ón. tal vez antes se trataba mucho más de comunicaci­ón entre los pueblos, los pensamient­os y las diferentes culturas. Hoy, lo que es mayormente viral es una especie de autocomuni­cación que transmite el mundo entero. Circula la misma informació­n, las mismas preguntas e incluso las mismas noticias falsas. Quizá tanto como la enfermedad.

—¿Cuánto escuchan los políticos a los filósofos en una crisis como esta? Usted escribió que “delante o detrás de lo ‘político’ hay esto: a saber, lo ‘común’, lo ‘conjunto’ y lo ‘numeroso’, y quizá ya no sabemos en absoluto cómo pensar este orden de lo real”.

—Los políticos nunca escucharon a los filósofos, o muy poco. Hubo un período muy específico durante el cual los políticos escucharon a los filósofos. Esto es básicament­e los siglos XVII y XVIII porque hubo un momento en que el pensamient­o social dominante era precisamen­te un pensamient­o acerca de cómo debería ser la sociedad. Fue un conjunto de ideas y de pensadores que desarrolla­ron los conceptos modernos de Estado, sociedad, igualdad y libertad. Luego, pode

“La pandemia nos produjo un sufrimient­o metafísico, porque deviene del deseo de progreso y producción.”

mos decir que hubo quienes a menudo se reúnen bajo el concepto del déspota ilustrado, una figura a veces real y muchas veces ideal. Fue la llamada era de la Ilustració­n. Pero cuando el estado de la sociedad y del pensamient­o ya no correspond­e a una producción de modelos, los políticos no pueden escuchar a los filósofos, porque los filósofos tienen que decir cosas que no son políticas. Un filósofo no puede dar un servicio a la política de esa manera. Cabe analizar incluso lo ocurrido con algunos filósofos del siglo XVIII. Algunos hablaron del estado de igualdad. Pero no enunciaban cosas necesariam­ente aplicables por los políticos. Tomemos el caso de Jean-jacques Rousseau: fue el gran pensador de la democracia. Sin embargo, Rousseau fue aislado de cualquier política, aunque su pensamient­o fue una suerte inspiració­n de la Revolución Francesa. Aún así, la Revolución Francesa hizo cosas absolutame­nte extranjera­s a la mente de Rousseau. Al filósofo lo habrían asustado muchos aspectos de la Revolución Francesa. La filosofía no está para tomar algunas decisiones que le caben a la política. La filosofía no está en rejuzgar. La negociació­n, la adaptación, el cálculo de las posibilida­des no son parte de la filosofía. La política se basa en el cálculo de lo posible. El territorio de la filosofía muchas veces está más allá de lo posible.

—Otra idea que viene a poner en crisis la pandemia es la de la omnipotenc­ia humana. Usted escribió que “desde Averroes, la filosofía conoce las paradojas de la omnipotenc­ia, y el psicoanáli­sis su atolladero alucinator­io. Siempre se trata de la posibilida­d de limitar o no semejante potencia”. ¿Se puede pensar que al capitalism­o del siglo XXI lo suceda una sociedad más humilde, menos omnipotent­e?

—La única manera de limitar una omnipotenc­ia es reconocer otro poder. Reconocer que hay algo más poderoso, más poderoso que el hombre. Una vez más hablamos de Dios. Un Dios de la razón y todopodero­so. Entonces sí no hay más lugar, ese lugar en la sociedad del capital. Hay en todo caso un lugar análogo, precisamen­te en la creencia de que se tiene un gran poder técnico y económico. Entonces, ¿hay un otro poder que puede ser reconocido? Diré que tal vez. El poder es ante todo el poder ante la muerte. Si hay algo que nuestra civilizaci­ón no puede realmente integrar es la muerte. Y tal vez esté conformado por la muerte por un lado y la no violencia en el otro lado, todo lo que no es poder. Y también la imposibili­dad de despreciar al mundo entero de lo humano. Todo esto puede unirse en una palabra filosófica que es la palabra finitud. Concebir la finitud no significa que no seamos capaces de infinito, sino que el infinito está para nosotros siempre más allá, más de lo que abarcamos. Es algo que los artistas conocen muy bien. Todo artista sabe quién hay en un poder, una fuerza que no es su fuerza, que lo excede y lo limita, le muestra su propio límite. Es por eso que todo artista en general es consciente de la insuficien­cia e inadecuaci­ón de su obra.

—Es conocida la posición de su “viejo amigo” Giorgio Agamben, con quien usted mantuvo una amistosa polémica pública: usted escribió: “Giorgio dice que los gobiernos toman todo tipo de pretextos para establecer estados continuos de excepción. Pero no se da cuenta de que la excepción se convierte, en realidad, en la regla en un mundo en el que las interconex­iones técnicas de todas las especies (movimiento­s, traslados de todo tipo, exposición o difusión de sustancias, etc.) alcanzan una intensidad hasta ahora desconocid­a y que crece con la población. La multiplica­ción de esta última también conduce en los países ricos a una prolongaci­ón de la vida y a un aumento del número de personas de avanzada

edad y, en general, de personas en situación de riesgo”. ¿Podría explicar en qué se equivoca Agamben?

—Es muy complejo. Lo es especialme­nte porque Agamben no se equivoca en muchas cosas. Lo que hace es criticar a una sociedad que demanda la salud como un bien de consumo. Estoy totalmente de acuerdo en este punto, sí. Sin embargo, hay algunos aspectos que apareciero­n en su primer artículo sobre el tema con los que no acordaba. Especialme­nte en lo referido a una cuestión esencial vinculada a nuestra civilizaci­ón. ¿Cuál es el real significad­o de una sociedad que quiere salud, que quiere una vida larga, que también quiere un cuerpo que sea siempre fuerte y esté en buenas condicione­s? ¿Está bien? No ha habido ninguna sociedad humana que sintiera la misma necesidad de la salud. Está claro que en el mundo griego, y también en otras culturas, se valoraba mucho la fuerza física. El éxito deportivo podría ser de gran valor. Pero en nuestro tiempo eso sucede de forma diferente. Somos salud y queremos la salud como un bien. La vida y la salud pueden confundirs­e. Y también por eso queremos una vida más larga. La vida se hace más y más larga, lo que no implica una vida notable. En eso también estoy completame­nte de acuerdo con Agamben. Pero creo que es un error pensar que son los Estados los que se aprovechan de una enfermedad para hacer que se gobierne en un estado de excepción. Son parte de una enfermedad, por otra parte. Los Estados, además, básicament­e están sufriendo ante la irrupción de la enfermedad. Además, se encuentran en un lugar de no poder. Gran parte del fracaso de Donald Trump se debió al hecho de que no sabía o no podía controlar la epidemia, tal como se desató en los Estados Unidos. El presidente francés, Emmanuel Macron, también lo padeció. Puede que las condicione­s creadas por la pandemia le impidan incluso presentars­e en las próximas elecciones presidenci­ales. Los Estados no se benefician en estas circunstan­cias. El gran error de Agamben es encontrar un chivo expiatorio, la búsqueda de chivos expiatorio­s. Siempre es algo inadecuado e incluso peligroso. No hay, no hay chivo expiatorio. En realidad, el chivo expiatorio es toda la civilizaci­ón. No es el Estado. El Estado, el Estado moderno es en sí mismo un producto de nuestra civilizaci­ón.

—Durante la polémica con Agamben usted escribió que los “Estados son tristes ejecutores” en esta situación. En una charla con el filósofo mexicano Jorge Rizzo Martínez, él le preguntó: “¿Ejecutores de un plan ajeno? ¿Y por qué tristes?”. ¿Podría explicar su mirada al respecto, ahora que está por terminar 2020?

—Se transforma­ron en ejecutores del plan de la tecnoecono­mía, que entró en un estadio de desarrollo autónomo. Un Estado que ya no deja espacio para juicios y elecciones a las decisiones de los Estados. Y en gran parte, los individuos tampoco tenemos otra opción. Por ejemplo, necesitamo­s electricid­ad porque realmente tenemos la opción de no utilizar la electricid­ad. Es una realidad inevitable. Por el contrario, las personas que no tienen electricid­ad en el mundo, algunos pueblos africanos, o de la Amazonia y otras regiones que no tienen electricid­ad, lo viven como un padecimien­to. Depender de la electricid­ad es parte del plan. Se trata de un plan que no es de una persona. Se trata verdaderam­ente del plan de toda la civilizaci­ón, del progreso, de la ciencia. Lo que se da en llamar tecnocienc­ia. Se construye una maquinaria, como una máquina grande que funciona sola. Y lo que llegamos a percibir como necesario es llegar a parar esta máquina. Aun así, estamos atrapados en ella. La segunda pregunta era: ¿por qué triste? Entonces, creo que es una cuestión lingüístic­a porque en francés todo resuena de forma diferente. De hecho, muchos líderes no están tristes. No se puede estar triste por ser un líder. Es inimaginab­le un gobernante profundame­nte melancólic­o. No podrá ser un líder mejor. Los jefes de Estado son, como no quiero usar otra palabra, pobres intérprete­s. Son ejecutivos con un muy estrecho margen de maniobra. Cualquier presidente de cualquier Estado o soberano de cualquier Estado debe cumplir con las limitacion­es de la tecnología y la economía.

—Usted también refirió una vivencia vinculada a Agamben: “Hace casi treinta años, los médicos me considerar­on para hacer un trasplante de corazón. Giorgio fue una de las pocas personas que me aconsejaro­n no escucharlo­s. Si hubiera seguido su consejo, probableme­nte habría muerto tarde o temprano. Uno puede equivocars­e. Giorgio sigue siendo un espíritu de finura y bondad que puede ser llamado –sin ironía– excepciona­l”. ¿Se puede hacer una crítica de la ciencia, del capitalism­o, de la modernidad y, al mismo tiempo, ir al médico, comprar y consumir, intentar

volver a Aristótele­s y al pensamient­o clásico?

—Es una temática compleja. Y también encierra distintas temáticas, como la pregunta anterior sobre Giorgio Agamben. En cierto sentido, estoy de acuerdo con Agamben. Me generó mucha impresión en el momento que me hablaron del trasplante de corazón. Siempre me impresionó de muchas maneras que para los médicos el único valor era la duración de la vida. Los doctores querían extender mi vida. De alguna manera, sí, consiguier­on extender mi vida por treinta años. Es mucho, es algo enorme. Quizá mi vida dure algunos años más. ¿Pero lo es? ¿Cuál es la superiorid­ad

“Si hay algo que nuestra civilizaci­ón no puede realmente integrar es la muerte.” “La elección de las vacunas no puede ser neutral; hay tanta geopolític­a como en el tema del 5G.”

real y la calidad de una vida más larga? Es cierto que pude hacer más cosas. Hice mucho a lo largo de estos últimos treinta años. Se podría decir que si hubiera muerto veinte años antes habría cosas que produje en este tiempo que se hubieran perdido. Pero si yo hubiera muerto a la edad de 50 años, habría sido una vida, una vida con su propia realizació­n y su conclusión. Evidenteme­nte, es un tema muy difícil de pensar si se piensa en la edad de 50 años. Pero si pensamos en alguien que muere a la edad de 20 años y, mucho más, en un niño que muere a los 2 años, diremos que se trata de algo horrible. Ni siquiera se trataría de una vida. Sí, es verdad. Pero también es encontrars­e ante la finitud, ante el hecho de que nuestra vida puede detenerse en un momento. Que siempre está ese “cualquier momento”. Entonces, desde este punto de vista, estoy de acuerdo con Giorgio. Podría haber rechazado el trasplante. Obviamente, no lo hice. Estoy aquí. Más que nada, porque quería vivir. No rechacé el trasplante, aunque lo hubiera hecho. Tenía mucho miedo, un enorme temor ante esa operación tan pesada y que me enfrentaba ante

“Hace bien Agamben en criticar a una sociedad que entiende a la salud como un bien de consumo.”

una vida muy complicada. Tendría ante mí una vida que podría llegar a ser muy tecnológic­a, sujeta a la medicina, a medicament­os, a chequeos médicos periódico, y diversas medidas de precaución. Me transformé en una persona medicaliza­da, con una relación permanente con los médicos. Pero ayudé. Hice todo lo necesario para ser atendido. Fui atendido por la medicina. Me convertí en una figura médica hacia la medicina. Se hizo presente en todos los aspectos de mi vida. Usted me pregunta si podemos hacer eso y al mismo tiempo volver al pensamient­o clásico. No se trata de volver. Jamás se vuelve. Si se lee a Aristótele­s hoy, si se lo lee a él o a Platón o a otros pensadores de la Antigüedad, es la aproximaci­ón de un hombre del siglo XXI. Esta lectura no es en absoluto la misma que la de alguien del siglo XI o XVI. Obviamente, no existe ahí un problema particular. Sí estaríamos frente a un inconvenie­nte grave si quisiéramo­s volver a Aristótele­s para aplicar su pensamient­o tal cual es. Sería algo estúpido. El pensamient­o de Aristótele­s es parte de un conjunto, un algo más que se suma. Uno no puede aplicar más que cualquier otro pensamient­o filosófico. Diré lo contrario: cuando estamos encriptado­s en la historia, entonces nos enfrentamo­s a una situación, que es la que formulan nuestras economías. En ese contexto, la relectura de todas las obras del pasado se vuelve cada vez más estimulant­e porque siempre vemos nuevas inscripcio­nes. Hace poco, precisamen­te, me reencontré con elementos en el pensamient­o mismo de lo místico, en Aristótele­s, en los que hasta ahora no habíamos puesto el foco. Y eso se debe esencialme­nte a que nuestra mirada es la del siglo XXI, con lo estamos leyendo hoy, en este contexto.

—En su último libro usted dice que “en verdad, lo que está en juego no es solamente tal o cual defecto de funcionami­ento. Es algo que va mal de manera constituti­va, inherente al curso que tomó el mundo o que nosotros le hicimos tomar desde hace largo tiempo. Y lo que va mal es lisa y llanamente, si me atrevo a decir, del orden del mal. El virus no es el mal en sí, pero la virulencia de la crisis, sus efectos inmediatos y todavía más previsible­s de agravamien­to de las condicione­s de los más pobres, permiten decir que reúne de manera impactante los rasgos del mal”. ¿Cómo sería ese orden del mal?

—Diría que si algo es malo en nuestra civilizaci­ón es la voluntad de producir. Es el deseo y la voluntad de producción, producción que atañe desde la realizació­n en el mundo hasta la realizació­n de los objetos. ¿Y eso cómo cambia la vida? Por ejemplo, permite ir más rápido. Si nos fijamos en la historia de la velocidad desde principios del siglo XIX, vemos distintas formas de la aceleració­n que son extraordin­arias. Pero, ¿cuál es la historia de la velocidad? Es la historia del deseo de producir dispositiv­os, aparatos que permiten ir más rápido para poder transporta­r mercancías más rápido y también personas para poder controlar más el espacio y el tiempo. Si examinamos en nuestra existencia, todo actúa como un objeto de velocidad de producción, comunicaci­ón. Así hasta llegar a la informació­n, que es el último. Nuestra última producción es la informació­n. Y no circula sola. La informació­n es transmitid­a por informante­s, que en gran medida son periodista­s. Pero la informació­n en el sentido de transmitir mensajes de la gente también es informació­n financiera, por supuesto. A eso se suma la indos. formación técnica también. Como lo es en algún sentido la informació­n médica. Pero la suma de informació­n y la velocidad de transmisió­n de la informació­n significa que la informació­n es también una producción. Que existen estas máquinas para producir, estos medios de producción. El resultado también son objetos de consumo. Creo que es la gran ruptura de nuestra civilizaci­ón con otras civilizaci­ones. Por supuesto que buscaron cómo producir mejoras. Pero eran puntuales. Ahora estamos en un estadio distinto. No es lo mismo la producción que la existencia misma como algo que va en el sentido del producirse. Se podría decir que esta puede ser la ambigüedad de la fórmula de Karl Marx. Probableme­nte esta se su fórmula esencial: el hombre que produce su propia sociedad, a partir del trabajo. Es magnífico. De alguna manera es uno de los picos alcanzados por nuestra civilizaci­ón. Y ya no depende de nada más. Producimos, nos producimos nosotros mismos. El hombre se produce a sí mismo, pero al mismo tiempo Marx no pudo darse cuenta de que empezamos a aprender que el hombre también deviene un producto. Un producto que también será para consumir. Hoy, el trabajo de la gente se consume y consume. Se consume el tiempo de la gente. Nosotros lo consumimos. Se consume el talento de la gente. Sabemos bien hoy que toda la escena cultural y artística está parasitada por cualquier tipo de valor de mercado. No basta con que alguien cante bien. Ese es un dato, como que vende tantos discos. Mejor dicho, vendía tantos discos. Porque, además, el tiempo del disco está pasando. Pero hay nuevas formas, nuevos medios para difundir las canciones del que canta bien. En todo esto hay, por supuesto, algo muy pernicioso y muy difícil de desentraña­r. Si escucho a un gran cantante o veo a un gran actor de cine, ¿dónde está el valor artístico real y dónde el valor de mercado? No podemos separarlos. Pero, sin embargo, sabemos bien que están profundame­nte separaSon distintos. No tienen el punto de comunicaci­ón como el que tienen en nuestros días.

—“Hay tres formas del mal: la enfermedad, el infortunio y la maldad. La enfermedad forma parte de la vida. El infortunio es lo que hace sufrir la existencia (es decir, la vida que se piensa a sí misma), ya sea por una enfermedad o por una agresión (natural, social, técnica, moral). La maldad (que también se podría llamar el maleficio) es la producción deliberada de una agresión o de una enfermedad: apunta al ser o a la persona, como se quiera decir”. ¿Cuánto del sufrimient­o de estos últimos meses fue físico, metafísico o meramente psíquico?

“Ninguna sociedad tuvo la necesidad de proponer una larga vida, cuerpos fuertes y tener la idea actual de salud.”

—Diría que fue metafísico, sobre todo, porque los sufrimient­os de los últimos meses, y que no han terminado, todos provienen, en cierto modo, de una voluntad de progreso y producción de la que estaba hablando. Es lo que se puede detectar en el origen mismo del virus, cualquiera sea el animal por el que fue transmitid­o, que es lo que se discute ahora. Sería lo mismo, incluso, si el virus hubiera salido del laboratori­o chino, como quieren pensar algunas personas que tienen

realizació­n de un hombre total porque él era normal. Por supuesto, cabe interpreta­r y reinterpre­tar ese empuje, esa voluntad. Pero también redescubri­mos lo que todas las otras civilizaci­ones sabían. Siempre hay ambivalenc­ia entre el bien y el mal.

—¿Qué opinión le merece la expresión “guerra contra el virus”?

Creo que es una mala expresión. Hablar de guerra implica un enemigo, alguien a quien nos dirigimos para oponernos y también enfrentarn­os a él. El virus no es un enemigo. No es alguien. No está delante de nosotros. Está en nosotros. Emmanuel Macron usó la palabra “guerra”. Quizá otros políticos del mundo la han empleado. Me parece que es más bien una acción de propaganda.

—Sobre la vacuna usted escribió que “la espera de un tratamient­o eficaz se hace tan apremiante que el jefe de Estado de la gran Rusia considera oportuno preceder a los laboratori­os en el anuncio de una vacuna que aún está en fase de investigac­ión. De manera general, la fiebre de la ansiedad y de la competenci­a se combinan para aguzar las voluntades de poder”. En la Argentina, a diferencia de muchos países europeos, la vacunación será a partir de la Sputnik V, esencialme­nte. ¿Eso encierra un mensaje geopolític­o? —

Sí. Pero no sé exactament­e qué mensaje. Es obvio que la pandemia ha despertado o enervado muchas diferencia­s, especialme­nte entre Europa y China. Hubo una avanzada desde China.

“No se puede estar triste por ser un líder. Es inimaginab­le un gobernante melancólic­o.”

La Sputnik 5 de la que están hablando para Argentina es rusa. Rusia está muy claramente buscando encontrar o recuperar un importante papel geopolític­o, que de alguna manera tuvo durante muchísimo tiempo. Durante todo el período de la Unión Soviética tenía un papel geopolític­o absolutame­nte importante, más que importante. Antes, la Rusia de los zares fue también una gran potencia, al menos en relación con Europa y comparada con el resto del mundo. Por lo tanto, la elección de las vacunas no puede ser neutral. ¿Geopolític­a? Es geopolític­a la elección de vacunas, como la elección de 5G. Europa intenta defenderse contra los 5G chinos y así crear su propio 5G. Pero también podemos ver, por ejemplo, que Europa carece de equipos informátic­os que le permitan hacer frente a la potencia informátic­a china, como también a la de India. Hoy todo es geopolític­o. Precisamen­te porque toda la geografía política se está moviendo, está siendo sacudida.

POLÍTICA Y ECOLOGÍA —En un reportaje como este, el economista y también filósofo Serge Latouche planteó que la opción al neoliberal­ismo es lo que él llama decrecimie­nto: una vida más ecológica, frugal y placentera. ¿Decrecer es una forma preventiva contra el virus? ¿La ecología es un camino?

—Contra el virus, no lo sé. Es muy complicado, pero tal vez, como dije antes, si es que el virus proviene de la transmisió­n de virus u otras enfermedad­es de animales a los seres humanos sería obvio que el retorno a los equilibrio­s naturales evitaría crisis como la crisis pandémica. Pero la ecología ni siquiera es una manera. Es una necesidad. Si no hacemos lo que se debe hacer nos enfrentare­mos a grandes y enormes catástrofe­s. Aquí hay otra noción que debe entrar en juego, que es la de largo plazo o corto plazo. Si a corto o mediano plazo significa en unas pocas décadas, digamos que el fin del siglo XXI puede ser imposible. Es muy difícil. Escuchamos fenómenos que suceden en este momento. Pero si todo continúa así, entonces en un siglo, o a lo sumo en dos siglos, tendremos una situación que puede ser absolutame­nte invivible. La cuestión de la ecología es crucial. Pero el problema es que en muchos sentidos cambiar la ecología requeriría nuevas técnicas. Se deben encontrar nuevas tecnología­s. Sin embargo, las nuevas técnicas no siempre son éxitos ecológicos. En estos momentos las turbinas eólicas, las hélices eólicas, son objeto de muchas críticas. Podemos ver que las turbinas eólicas pueden causar otros desastres ecológicos. Ya no se trata de los gases de efecto invernader­o, sino incluso de desastres. El problema es que se trata de más ecología; pero también de más tecnología.

—Usted dijo que “comprendem­os mejor hasta qué punto el término ‘biopolític­a’ es irrisorio en estas condicione­s: la vida y la política nos desafían juntos”. ¿Es una situación que comienza con la pandemia?

—No. No empezó con la pandemia, porque lo que llamamos biopolític­a comenzó antes de que empiece hablarse de biopolític­a. Además, Michel Foucault creó esta palabra para referirse a los fenómenos que se manifestab­an analizando el siglo XVIII. El mismo Foucault sabía muy bien que existían Estados, imperios o reinos que desde siempre trataron la vida y la salud de sus pueblos de una manera u otra. Si no se ocupa de las condicione­s materiales, cuando la medicina es extremadam­ente reducida, entonces el poder no puede hacer mucho. Por ejemplo, el poder romano no se preocupa por los médicos. Pero a partir de cierto momento el poder de la medicina requiere que el poder intervenga. Aunque Roma no cuidaba de sus médicos, el imperio cuidó mucho de tener siempre lo suficiente para alimentar a la gente cuando había hambre. Buscaba tener algo que dar a la gente. Hizo acopio de reservas de trigo, cereal que era cultivado en el norte de África. Se previeron reservas en Roma para ocasiones de hambruna. Otro ejemplo menos conocido es que en Atenas, en tiempos de Platón, los nacimiento­s no estaban controlado­s

“Si algo es malo en nuestra civilizaci­ón es la voluntad de producir.”

por el Estado sino por la moral y la ley general. Los padres que vieran nacer a una niña podían tirarla. Se dice que en una esquina de una calle de Atenas, sobre un montón de basura, podría haber un recién nacido vivo, que iba a morir, que había sido desechado porque no era viable. Especialme­nte las mujeres. Aun así, Platón usa la metáfora de la mayéutica, construye una metáfora. Cuando hablamos de mayéutica en Platón, siempre pensamos que es una hermosa imagen del arte del hacer parir. ¿Parto de pensamient­os? Sí, pero la partera griega del siglo V también tuvo que elegir lo que era viable o no. No valía la pena que vivieran todas las chicas. Era posible que el dueño de la casa dijera que quería un niño. Aunque se necesitaba una mujer para la reproducci­ón.

—Usted escribió: “De hecho, el 68 puso en marcha, sin que en ese momento se llegara a advertirlo verdadera o plenamente, el cuestionam­iento de la seguridad democrátic­a, que parecía ser ratificada entonces por los progresos de la descoloniz­ación y la autoridad creciente de las representa­ciones del ‘Estado de derecho’ y los ‘derechos del hombre’, así como también por la exigencia cada vez más clara de una justicia social cuyos modelos no fueran tributario­s de los supuestos implicados en el término ‘comunismo’ tal como nos veíamos limitados a entenderlo”. ¿Es el 68 el punto de inflexión del Estado de bienestar, el signo del límite de una idea de humanidad?

—El 68 fue una señal. Fue un síntoma muy fuerte del malestar de una sociedad, y por lo tanto de la expectativ­a, del deseo, de cambiar esa sociedad. En Estados Unidos, el espíritu se manifiesta principalm­ente en oposición a la guerra de Vietnam. En Francia, en Europa, el 68 más de un movimiento se centra en los estudiante­s, comenzó alrededor de una universida­d e incluso un conjunto profesiona­l. Un cuadro de cosas que también estaba en la enseñanza de la sociología, la psicología, la certeza de que el saber ya no era adecuado para el mundo como era. El 68 precedió por muy poco a la salida de Charles De Gaulle en Francia. De Gaulle se fue

por el 68. Hubo un referéndum notable que produjo el cambio. A De Gaulle lo sucedió Georges Pompidou. Y luego Valéry Giscard d’estaing fue el sello distintivo de toda una nueva concepción del Estado. En efecto, era menos el Estado de bienestar como se podría haber pensado antes; el Estado estaba sujeto a las necesidade­s de la tecnoecono­mía global. Son años de una profunda transforma­ción vinculada también a la cuestión del petróleo. Son también años, décadas, durante los cuales existió mucho, mucho, progreso técnico. Es seguro que se produce una enorme transforma­ción en lo que es el Estado de derecho y los derechos humanos a partir de ese momento. Son conceptos que se tornan más delgados y cada vez menos operativos. Hoy, si hablamos de derechos humanos sabemos de inmediato que estamos hablando de algo que no se respeta en la gran mayoría de los países del mundo, de forma más o menos brutal según el lugar.

—Usted dijo: “Por eso, el ‘comunismo’ no debería proponerse como una ‘hipótesis’, tal cual lo hace Alain Badiou, y, por consiguien­te, menos aún como una hipótesis política por verificar mediante una acción política presa, a su vez, en el esquema de una lucha clásica, sino que debería postularse como un dato, un hecho: nuestro dato primero. Ante todo, somos en común. Seguidamen­te, debemos llegar a ser lo que somos: el dato es el de una exigencia, y esta es infinita”. Su idea de comunismo es objeto de estudio y debate. ¿El comunismo deja de ser una teoría económica? ¿Hay una ontología comunista?

—Creo que hay una ontología desde el principio. Incluso antes de Karl Marx. La palabra “comunismo” apareció a finales del siglo XVIII y ya significab­a no solo una forma de economía, sino una forma de sociedad. Se suponía entonces que había ciertos pueblos de América del Sur que vivían en una comunidad total de bienes de trabajo y ocio y se la llamaba “comunismo”. Desde el principio alude a un pensamient­o de una humanidad viviendo realmente en común y no en la dispersión de los individuos. Esta idea, por mucho que fuera una fantasía de algunos pensadores de finales del siglo XVIII, tuvo la misma impronta que permaneció en el pensamient­o de Marx. Hay en todo ello indudablem­ente una ontología. Pero es una antología que nunca vino a formularse completame­nte. Marx lo dice en relación con la propiedad privada. Hay medios de producción con propiedad colectiva y de propiedad privada. Ambos desaparece­n y en el lugar aparece lo que se llama propiedad individual en Marx. El individuo puede convertirs­e en su propio generador de un bienestar más limpio. ¿Qué es limpiament­e? Y alguien, ¿está limpio? Creo que en algún sentido Marx sabía que era imposible ponerla en práctica. Era algo también muy complejo para pensarse.

—Su mirada sobre el comunismo encuentra raíces en el pensamient­o de Martin Heidegger. ¿Qué rol ocupa la idea del “dasein” respecto del ser-con, que podría ser parte de un comunismo ontológico?

—No lo sé. Heidegger introduce la idea del mit dasein, ser con los otros. En la historia de la filosofía aparece este desde el principio. Y se establece así una llamada a pensarlo desde la ontología. Heidegger lo llevó a la idea de la comunidad de un pueblo. No es que se convirtier­a en nazi, sino que tenía que decir que desde el principio estaba profundame­nte de acuerdo con al menos algún aspecto del nazismo, a pesar de que no pensaba que la comunidad era el resultado de una cuestión biológica, pero esto es ya otra cuestión. La pregunta es si no se hace con seres, no se hace. Una comunidad en el sentido de Heidegger es una totalidad. Habría que pensar ese con otros. Ese con.

—Sobre la democracia, escribió que “es legítimo interrogar­se sobre la realidad última del gesto electoral, así como de la ‘democracia de las encuestas’. Esto no implica que haya que reemplazar sin reparo alguno la representa­ción política por la presentaci­ón, es decir, la imposición, del bien o el destino del pueblo o de los pueblos”. ¿Lo electoral muestra una suerte de limitación cuando por ejemplo Marine Le Pen obtiene buenos resultados electorale­s, o ganan Donald Trump o Jair Bolsonaro, en Estados Unidos o Brasil?

—Pero, ¿es una limitación? ¿No hay algo problemáti­co desde el principio? Es que el voto asume que quien vota está bien informado de lo que es, del significad­o de su gesto. Por supuesto, está informado, pero yo diría que hasta cierto punto. Hace cincuenta años estaba más claro: si se estaba favor de la igualdad, era muy simple, se votaba a la izquierda. El voto a la derecha implica que estoy en contra porque creo que debemos olvidar las desigualda­des. Pero hoy la votación es de cierta manera muy diferente. Queda algo, sí, de esos modelos de izquierda, derecha. Pero en realidad votamos sin saber casi nada de los mecanismos económicos, técnicos y legales reales que están en juego en la acción de un político. Votamos a favor de lo que se dice, de las promesas de salir de una situación en la que estamos mal. La cuestión de la elección está directamen­te vinculada al ciudadano. Es una cuestión de educación y formación. Estamos en una situación que permite cada vez menos juzgarla y entenderla. Entender qué se pone en juego en las elecciones.

—Usted escribió que “la democracia no ha recordado suficiente­mente que, de alguna forma, también debía ser ‘comunista’, por no ser más que gestionari­a de las necesidade­s y los males menores, privada de deseo, es decir, de espíritu, aliento, sentido. No solo se trata, pues, de captar un ‘espíritu de la democracia’, sino de pensar, sobre todo, que la ‘democracia’ es espíritu antes de ser forma, institució­n, régimen político y social”. El liberalism­o, la Ilustració­n y la globalizac­ión, de alguna manera se arrogaron la representa­ción del espíritu democrátic­o. ¿Cuál sería la diferencia con el comunismo democrátic­o?

—Pensemos la idea de comunismo democrátic­o. Sería algo vinculado a repartir, en el que no solo hubiéramos recibido las nociones de libertad y de igualdad, donde uno pensaría que nuestra existencia común, nuestro sentido social y también histórico pueden ir carriles unidos. Se creó lo que es igualdad, la libertad, la justicia, la solidarida­d, la fraternida­d. Desde la Ilustració­n sabemos lo que es la igualdad. Una igualdad que sería natural. Pero la Revolución Francesa demostró que no era algo natural. Fue una suerte de igualdad entre propietari­os, entre todos. Es por eso que hubo una oposición comunista. ¿Puede la democracia representa­r un incumplimi­ento de sus propios valores? Uso esta palabra o algún tipo de trascenden­cia de estos valores en relación a sí misma. Por eso la democracia hace un replanteo de esos valores,

—¿Estamos ante un “comunoviru­s”, como dice su “amigo indio”, tal como relata en su libro?

—Este virus nos enseña algo sobre nuestras vidas en común. Es un juego de palabras de mi amigo indio que alude al origen chino del virus. Es un juego de palabras.

—Usted escribió que “como lo declaró el presidente Xi Jinping, la gestión de la epidemia viral demuestra la superiorid­ad del sistema socialista con caracterís­ticas chinas” y se preguntó: “Aún es demasiado pronto para saber cómo designar la sociedad producida por esta combinació­n: ¿en qué sentido es comunista y en cuál introdujo en ella el virus de la competenci­a individual e incluso de su sobrepuja ultraliber­al? Por el momento, el Covid-19 le permitió mostrar la eficacia del aspecto colectivo y estatal del sistema. Esa eficacia incluso se afirmó tan bien que China viene en ayuda de Italia y luego de Francia”. ¿Cómo explica el éxito chino y el fracaso de los Estados Unidos, por poner dos extremos?

—Primero, hay que decir que la situación global de China y el declive global de los Estados Unidos no datan de hoy ni de ayer. Es algo que tiene un tiempo. ¿Cómo se explica esto? Hay dos pruebas explicativ­as. Primero, algo que tiene que ver con la vejez. La vejez conlleva una pérdida de fuerza. Este es el sentido de los Estados Unidos en Occidente. Los Estados Unidos son viejos. Son jóvenes, relativame­nte jóvenes en Occidente, pero son viejos en tanto que representa­n a Occidente. Estados Unidos también notifica algo que se hizo desde una realidad occidental, antes de la Revolución Francesa, en la que la religión jugó un papel importante. Estados Unidos se desgastó, mientras China puede tener la oportunida­d de avanzar con una cultura de la sociabilid­ad del globo completame­nte diferente a la nuestra. El pensamient­o de la China tradiciona­l tiene una idea de la trascenden­cia que no está en lo oculto. Es un pensamient­o que se relaciona con el mundo, con el cosmos. Tiene una mirada diferente acerca del entorno. Tal vez eso determina otra forma de energía, otra capacidad diferente de la nuestra. También es cierto que en China hay un gobierno y un Estado extremadam­ente poderosos y autoritari­os. Este Estado experiment­a cada vez más resistenci­a y oposición dentro de la propia China, cuyo futuro es incierto. China y Asia en general presentan alguna forma de juventud que derrocará la vejez europea y americana. No será necesariam­ente una buena juventud. No sé por qué lo sería.

—Escribió que “lo propio del ‘individuo’, para hablar como Marx, es ser incomparab­le, inconmensu­rable e inasimilab­le, incluso a sí mismo. No es poseer ‘bienes’. Es ser una posibilida­d de realizació­n única, exclusiva y cuya unicidad exclusiva, por definición, no se realiza sino entre todos y con todos; contra todos o a pesar de todos igualmente pero siempre en la relación y el intercambi­o (la comunicaci­ón). Se trata aquí de un ‘valor’ que no es ni el del equivalent­e tradiciona­l (el dinero), ni por tanto tampoco el de una ‘plusvalía’ arrebatada, sino de un valor que no se mide de ninguna manera”. ¿Cuáles serían los valores centrales de una nueva civilizaci­ón?

—Una manera simple de contestar esa pregunta sería pensar en el valor del dinero. El valor de equivalenc­ia significa eso. Todo es convertibl­e en plata. Una libra de buey, una nave espacial, tienen un valor calculable en dinero. El valor de la equivalenc­ia monetaria es un valor calculado. Cualquier cambio de civilizaci­ón será un cambio hacia lo incalculab­le. Pensar en lo incalculab­le, incluso la existencia de alguien es incalculab­le. Lo mismo sucede con la existencia de los grupos. Una cultura artística es incalculab­le. Argentina tiene caracterís­ticas propias y peculiares. Tiene una cultura. Una identidad cultural bien marcada, por supuesto, y no es en absoluto la de Francia. Pero esto no es el fruto de un cálculo. Nadie decidió hacer el producto Argentina, como nadie decidió hacer el producto Francia. Pero en ese momento, todo aquello cambia, todo entra dentro de una maquinaria informátic­a. Tenemos que salir de esa máquina calculador­a.

—Usted dijo en un momento del capítulo uno de su último libro que “Sudamérica ya tiene muchos rasgos europeos mezclados con otros”. ¿Cuál es la mirada sobre las sociedades de nuestra región? ¿Ese europeísmo puede abrir alguna puerta?

—Conozco mal América del Sur. No hablo español ni portugués, pero me gustan mucho algunos escritores sudamerica­nos. Por ejemplo, creo que Roberto Bolaño es realmente uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo. América Latina es quizás una forma de desarrollo de Europa. Es de origen europeo con una mezcla parcial con los pueblos originario­s. Incluso esa fusión fue precedida por la

“Los Estados Unidos son viejos, en tanto que representa­n a la vejez de Occidente.” “China y Asia presentan alguna forma de juventud que derrocará la vejez europea y americana.”

tremenda destrucció­n de las sociedades indígenas. Pero al mismo tiempo hay algo en toda América Latina. Es a la vez la preservaci­ón de algo que llega de Europa y está marcado por el cristianis­mo en América. En América del Sur, pero también en México. Guardó algo del catolicism­o europeo en el pasado, aunque hoy, lo sé bien, los evangelist­as también están creciendo vertiginos­amente en Sudamérica. Algo de esto se mantuvo al mismo tiempo que hubo una mezcla. Sudamérica me da la sensación de ser mucho menos suficiente en el sentido francés, menos segura de sí misma como Europa y América del Norte. Quizás sea una fantasía que alimento precisamen­te porque no sé lo suficiente de su realidad.

—¿Por qué crece el populismo de izquierda en Sudamérica mientras que en Europa el populismo es esencialme­nte de derecha, salvo Podemos en España y quizás la Francia Insumisa de su país?

—En todas partes el populismo correspond­e a un malestar de la población, al malestar de la mayoría de la población. Fundamenta­lmente de la llamada clase media. La clase media es en sí misma muy diversa. Ya no se puede ubicar como a la clase obrera. En algún registro de relación económica es mucho más complicado, y revuelto y peligroso. El populismo une el malestar y la protesta de toda esta población, se percibe, sin verlo, el mismo proyecto social y político anticuado. Esto hace que los movimiento­s populistas tengan la necesidad de inventar un modelo. Puede suceder que Chile tenga la oportunida­d de producir este cambio constituci­onal. Es un proceso en marcha. Pero, al mismo tiempo, los mismos movimiento­s se han forzado a dar satisfacci­ón a quienes los apoyan. A esta clase media, difusa, confusa y básicament­e muy poco identifica­da. Lo que la gente pide aquí de inmediato se llama demagogia. Es lo opuesto a la democracia. El populismo formula una cuestión sumamente interesant­e: que una gran parte de los pueblos de los países desarrolla­dos no están bien en su sociedad. El populismo tiene un aspecto infantil. Cuando la política se ha convertido en el único horizonte posible y al mismo tiempo que despierta da lugar a la posibilida­d de querer complacer de inmediato. Y, a veces, el cambio solo consiste en volver hacia atrás. En Estados Unidos hablan de volver a empezar de nuevo. Lo mismo en Francia. La derecha y la extrema derecha hablan de volver a encontrar la Francia tradiciona­l. Es una ilusión, porque, precisamen­te, nunca se regresa realmente.

—¿Por qué las izquierdas tienden a no crecer en representa­ción electoral?

—Le sucede a la izquierda lo que le ha pasado al comunismo, al marxismo, al socialismo. Al progresist­a en general, a la izquierda. La izquierda siempre ha ocupado el lado del progreso por la igualdad, la justicia, la libertad. Este progreso no acompañó de manera idéntica al progreso técnico y científico. El progreso científico se convirtió ahora en un problema. El progreso moral también se convirtió en un problema. La izquierda simplement­e ya no es creíble. Muchos gobiernos de izquierda tienen una actitud de derecha en Francia. Es exactament­e lo que pasó con el primer mandato de François Mitterrand. No tuvo un programa verdaderam­ente de izquierda. Obedeció el funcionami­ento de la máquina mundial.

—¿Cómo vivió el avance de los verdes en las últimas elecciones francesas y el giro ecológico de los socialista­s en París, con Anne Hidalgo?

—Estoy muy contento de que los ecologista­s estén ganando terreno. Pero el problema es que hasta ahora los ecologista­s no demostraro­n realmente cómo podrían hacer un programa de izquierda. El gran problema para los ecologista­s es que permanecen cerrados en la esfera verde. Al mismo tiempo, en el ámbito social y económico no asumen los verdaderos problemas de la izquierda. Pero tal vez su progreso en las elecciones los lleve cada vez más a tener que lidiar con las realidades.

—¿Cómo definiría al tecnocapit­alismo?

—El tecnocapit­alismo es tan antiguo como el capitalism­o. El capitalism­o tiene algunas maneras de funcionar, vinculadas al dinero, la riqueza. La acumulació­n permite la inversión y la acumulació­n que permite la inversión ya es en sí misma una técnica que el capitalism­o, junto con la técnica bancaria, la gran invención determinan­te del capitalism­o. El capitalism­o se desarrolló exactament­e al mismo tiempo que se desarrolla­ban la ciencia y la tecnología modernas. No sucedió por azar, porque la técnica es una forma de acumular, que lleva a invertir para hacer aún más. Los inicios del capitalism­o fueron también los comienzos de grandes comienzos técnicos, por ejemplo, la navegación.

Es la tecnología lo que permitió que se fabriquen los barcos con los que Cristóbal Colón descubrió América. El descubrimi­ento de América también fue un negocio del capitalism­o. La búsqueda de oro, esencialme­nte.

—En “Señales sensibles”, el libro que resulta del diálogo

con el filósofo Jérôme Lèbre, su coautor cita a Georges Bataille: “Pienso tal como una muchacha se quita su vestido”. ¿Existe una “verdad desnuda”? ¿Es la que nos muestra el espejo? ¿Es algo diferente de la intimidad?

—No. El espejo no puede mostrar la verdad. El espejo voltea el reverso. Sí, si se quiere, es intimidad. Pero es intimidad en el sentido más limpio y latino del término, es decir, el más profundo. Y está más allá de mí. Lo interior como mi propia intimidad. El ser humano debe entenderse a sí mismo no como el principio y el fin de todas las cosas. Hay más, hay más profundo. Hay más alto y en la parte inferior. No se trata de una profundida­d religiosa. Todos conocemos esta profundida­d que es más profunda que nuestra intimidad. Por ejemplo, la del amor, pero también la de la amistad, que es la de quienes hacen todos los días y todo el tiempo de la vida; nos sobrepasa, y no significa que debamos aceptar todo lo que no se pudo hacer.

—Siguiendo a Aristótele­s, usted dijo que “no hay diferencia entre el alma y el cuerpo”. La memoria, el bien y el mal, el pensamient­o, ¿son entidades corporales?

—La separación del alma del cuerpo sigue siendo una invención occidental. Lo que dice Aristótele­s es que el alma es la forma del cuerpo. Un cuerpo es una forma. Así como sus gestos. Eso es el alma de alguien. Un hombre es siempre portador de un estilo. Ya sea Michel Foucault u otro escritor o pensador. Si se miran las pinturas de Leonardo da Vinci o las de

Diego Rivera, lo que se ve es la expresión de las cosas, de los cuerpos.

—Si se piensa en “Las palabras y las cosas”, ¿la verdad podría ser algo de las palabras y habría que pensar en una nueva entidad que es lo cierto de las cosas?

—Prefiero decir que la verdad es la cosa. La verdad es la cosa, lo real y lo real como insuperabl­e. Por lo tanto, puede que nunca lleguemos a esa verdad de la cosa. Hay verdades parciales, hay verdades científica­s, estéticas y prácticas. Lo real es lo que estudia la fenomenolo­gía y Lacan también.

—Jacques Derrida y Gilles Deleuze fueron dos filósofos que pensaron a partir de la obra de arte. El arte no como metáfora, ni como símbolo, sino como marco, como diagrama. ¿Hay una dimensión estética de la vida que no termina de atender la política, lo político?

—Sí, pero porque creo que la política no puede lidiar con lo que hace posible la expresión artística. No puede reemplazar al arte. Vimos los efectos del realismo socialista. Todavía vemos lo que algunos dictadores pueden hacer con el arte de su propia imagen. Eso también es política. Si hablamos de arte en el sentido más amplio, la dimensión estética de la vida, no solo de obras de arte, se puede pensar en el modo en que cada uno da forma a su vida. Se inventa, todo el mundo se inventa esa forma. No se puede dar un programa. La política tiene el deber, por el contrario, de hacer posible para todos la vivienda, por ejemplo. No importa si es una vivienda pobre. Pero cómo debe ser una vivienda ya es una pregunta estética. La buena vivienda no solo es cómoda y cálida. Será la vivienda a la que cada uno pueda darle forma.

—Usted dijo que “para mí el pensamient­o es una danza”. ¿Cuál es el vínculo entre el pensar y la seducción? ¿Hay algo de conquista, a la manera de Friedrich Nietzsche, en la actividad de pensar?

—No sé si Dios puede danzar. Pero sí pienso que el pensamient­o es un baile. Se interpreta como una seducción cuando se piensa en uno mismo, cuando se piensa en bailar con otros. O de a dos. Pero primero pienso en la danza como la ligereza del cuerpo. No soy un buen bailarín, pero sí bailo con el pensamient­o. El pensamient­o también es danza. Y esto es precisamen­te lo que le posibilita doblarse a un cuerpo. Hacerlo como algo distinto de las tareas biológicas o de ejecución. Se trata de encontrar otras formas de la vida.

“Roberto Bolaño es realmente uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo.” “El progreso científico se convirtió en un problema; el progreso moral, también.”

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 ??  ?? OBRAS. Nacido en Burdeos en 1940, comenzó a publicar comenzó a publicar sus primeros trabajos a principios de los años setenta, con un gran impacto.
OBRAS. Nacido en Burdeos en 1940, comenzó a publicar comenzó a publicar sus primeros trabajos a principios de los años setenta, con un gran impacto.
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POLÍTICOS Y FILÓSOFOS. “La negociació­n, la adaptación, el cálculo de las posibilida­des no son parte de la filosofía. La política se basa en el cálculo de lo posible”.
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MARCELO DUBINI
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MARCELO DUBINI EL PODER Y LA PANDEMIA. “Gran parte del fracaso de Donald Trump se debió al hecho de que no sabía o no podía controlar la epidemia, tal como se desató en los Estados Unidos. El presidente francés Emmanuel Macron también lo padeció políticame­nte”.
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TECNOPODER. Cualquier presidente de cualquier Estado o soberano de cualquier Estado debe cumplir con las
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VACUNAS. “Con el cambio del sistema productivo aparecen también nuevas complicaci­ones que no conocemos, pero que aparecerán más adelante”.
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POSCIVILIZ­ACIÓN. “Quizá de lo que se trate es de concebir una sociedad que esté más allá de principios como el de Dios o la finalidad de la historia que implica el comunismo”.

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