Perfil (Sabado)

Reportajes de Fontevecch­ia.

- JORGE FONTEVECCH­IA

A la socióloga Maristella Svampa y a la activista somalí Ayaan Hirsi Ali.

“Debemos alfabetiza­r a la clase política que tiene en lo ambiental un punto ciego.”

El vínculo entre desarrollo y daño ambiental vuelve a ocupar un lugar esencial en la agenda. Para la promotora más importante de un cambio ecosocial en nuestra región, la transforma­ción debe ser en varios niveles, con el criterio central que incluya a la Justicia, la ética y la acción política. Dice que experienci­as como la de los partidos ecologista­s europeos o el Green New Deal estadounid­ense no terminan de ser soluciones desde la perspectiv­a de “nuestro sur”. Rescata la experienci­a de las asambleas populares y los pueblos originario­s.

—¿Qué sintió cuando Alberto Fernández dijo “estamos terminando el patriarcad­o”?

—Como muchas mujeres feministas, me quedé muy impactada por la ceguera de que daba cuenta esa frase, pronunciad­a por un hombre en un momento en que la situación de la mujer es más que problemáti­ca. Más allá de los avances que ha hecho el feminismo, los feminismos en todo el mundo y particular­mente en nuestro país, no hay que olvidar que la tasa de femicidios es alarmantem­ente alta, que los derechos de las mujeres son vulnerados diariament­e. Hay un sinnúmero de problemáti­cas ligadas al paradigma del cuidado que no están siendo tenidas en cuenta ni por políticas anteriores a este gobierno ni por este gobierno. Me pareció de un optimismo sin fundamento.

—¿Qué pensó cuando vio las aguas de Venecia limpias durante el confinamie­nto y la cuarentena?

—Durante la pandemia se activó una suerte de freno de emergencia de ciertas actividade­s económicas, una imagen gráfica muy buena de Walter Benjamin. No todas, porque hubo muchas actividade­s muy ligadas al extractivi­smo que continuaro­n en América Latina y otros lugares. Durante ese período, fuimos testigos ocasionale­s y coyuntural­es, porque no es más que eso, de lo que podía ser un mundo más habitable, en el que la contaminac­ión no fuera el signo de la época. Es un efecto colateral del cese de actividade­s de la crisis sanitaria. No es reflejo de un programa estructura­l que implicaría un cambio en las relaciones de la sociedad y la naturaleza.

—En una entrevista en la presentaci­ón del libro “El colapso ecológico ya llegó”, su coautor, Enrique Viale, dijo: “Los mapas de pobreza coinciden con los de la degradació­n ambiental”. ¿Cómo se da ese fenómeno en la Argentina?

—Cuando con Enrique

Viale subrayamos el hecho de que hay una coincidenc­ia entre los mapas de la pobreza y de la contaminac­ión hablamos de varios registros. En primer lugar, en términos históricos los primeros afectados ambientale­s fueron las poblacione­s más vulnerable­s del sur global. Siempre hubo una distribuci­ón muy desigual de los impactos ecológicos, ambientale­s, de los modelos de desarrollo en términos Norte-sur. El ambientali­smo popular surgió en los pueblos del Sur. También en Estados Unidos, donde efectivame­nte los barrios más contaminad­os, en los que se asentaban las industrias más contaminan­tes, eran habitados por afroameric­anos. Son movimiento­s que nacen asociados a estas demandas de los sectores populares más vulnerable­s que reclaman por sus condicione­s de vida. Es algo histórico, no que está ocurriendo ahora. En las últimas décadas se agravó al calor de la expansión de las fronteras del neoextract­ivismo. Tenemos no solamente los casos de contaminac­ión industrial que podemos ver en el Riachuelo. La situación de sufrimient­o ambiental es enorme y la afectación de millones de vidas atañe a sectores muy vulnerable­s. A eso se suman los pasivos ambientale­s en Jujuy. Dice de sí misma que es la capital nacional de la minería. En realidad, es la capital nacional de los pasivos ambientale­s. Las minas hicieron estragos en las poblacione­s infantojuv­eniles que presentan plomo en sangre. Se observa en la explotació­n petrolera; y no solamente con el fracking en Vaca Muerta. También anteriorme­nte, cuando a partir de 1977 se expanden las fronteras petrolera y gasífera, sobre todo en Loma de la Lata. Ahí empieza el conflicto con las comunidade­s mapuches, los pueblos originario­s, que llevaron a juicio a Repsol por esa situación. Estos ejemplos dan cuenta de que, efectivame­nte, los pobres son los primeros afectados. Por la expansión de la frontera del neoextract­ivismo vemos que población y localidade­s enteras son reducidas a ser áreas de sacrificio tanto por la extensión de la frontera minera como de la petrolera. Los impactos de los agrotóxico­s generan graves problemas sociosanit­arios, amenazan también a los ecosistema­s en los territorio­s y compromete­n el cuerpo y la vida misma de las personas. Si decimos que hay una coincidenc­ia entre el mapa de la contaminac­ión ambiental y el de la vulnerabil­idad social es porque hay un discurso en toda América Latina que quiere disociar, u oponer más bien, lo social de lo ambiental, como si lo ambiental fuera algo superficia­l, como si afectara solamente a escasas poblacione­s. Como si fuera una problemáti­ca de los países del Primer Mundo. En nuestras latitudes los primeros afectados son los pobres. Contamos con un ambientali­smo popular que da cuenta de ello. Reúne desde pueblos originario­s, asambleas territoria­les y localizada­s en las provincias hasta organizaci­ones populares en el conurbano bonaerense.

—En “Ecosociali­smo”, el sociólogo franco-brasileño Michael Lowi, entrevista­do también en esta serie, escribió: “Una clase dirigente depredador­a y codiciosa obstaculiz­a cualquier voluntad de transforma­ción efectiva. Casi todas las esferas de poder y de influencia se someten al pseudorrea­lismo que pretende que es imposible cualquier alternativ­a y que la única imaginable es la del crecimient­o”. ¿El capitalism­o y el Antropocen­o son el principal problema ambiental?

—La lógica y la dinámica del capitalism­o van contra la vida. Destruyen su tejido. Esto aparece ilustrado por la expansión de las fronteras de explotació­n que se extienden hacia territorio­s antes no valorizado­s por el capital. Mercantili­zan todas las formas de vida. Sin embargo, el capitalism­o está tocando los límites naturales y ecológicos del planeta. Los recursos son finitos. Los impactos de la explotació­n y del modelo de apropiació­n ponen en riesgo cada vez más la continuida­d o la sostenibil­idad de la vida. Es lo que llamamos Antropocen­o, una categoría síntesis que marca la crisis que atravesamo­s. Una nueva era que pone en el centro el hecho de que el ser humano se convirtió en una amenaza, en una fuerza de alcance global que hace peligrar la vida en el planeta. Es un concepto que me parece muy rico, permite una visión más integral y holística. No solo pone el acento en el modelo de apropiació­n y de explotació­n de la naturaleza; también el de consumo. Pone en cuestionam­iento el perfil metabólico de esta sociedad que destruye, depreda y amenaza la reproducci­ón de la vida misma. Ese perfil metabólico se aceleró al calor de la expansión del capitalism­o, de la globalizac­ión neoliberal. Necesita sostener un modelo de consumo que promueven los países más

desarrolla­dos y destruye los ecosistema­s y desplaza a esas poblacione­s que se le oponen. La noción de Antropocen­o es crítica. Sé que es un concepto en disputa. No todos tienen una visión más sistémica y crítica del Antropocen­o. Algunos creen que podemos salvar el capitalism­o con más capitalism­o, sin tocar los factores estructura­les de la crisis. Creo que no. Debemos construir un modelo sostenible, reconcilia­rnos con la vida. Podríamos decir que las mujeres tienen un rol importante. Hay narrativas tecnocráti­cas corporativ­as que buscan salvar al capitalism­o con la idea de que con más tecnología podremos resolver los problemas que creó el capitalism­o. Pero hay otras narrativas más relacional­es, contrahege­mónicas, ligadas a las luchas de los movimiento­s de corte anticapita­lista. Sostienen que es necesario hacer cambios estructura­les para que la vida en el planeta no sea hostil. La noción de Antropocen­o también nos dice que ya estamos en una era de colapso, de derrumbe, de hundimient­o. En el reciente mes de julio de 2021 hubo hechos que ilustran el colapso ecológico. El sudeste de la Amazonia dejó de captar dióxido de carbono. Es más, ahora es emisor. Es contaminan­te. Vimos las inundacion­es extremas en Bélgica y en Alemania, países del centro global; también en el centro de China. La bajante del río Paraná que no se registraba desde 1944 se debe también a factores antrópicos. Si ante ello no tomamos conciencia de la necesidad de reformas drásticas, lo más probable es que el colapso se acelere y conlleve lo económico, social, político, que llevará más bien hacia una suerte capitalism­o del caos.

—¿Son útiles las alternativ­as éticas individual­es como ser vegetarian­os, por ejemplo?

—Me parece útil, pero es algo necesario aunque no suficiente. Soy vegetarian­a desde hace tres años. Estoy mucho más tranquila conmigo misma. Hay una anécdota sobre Franz Kafka, que también se hizo vegetarian­o siendo adulto mayor. Cuenta que fue a visitar el acuario en Berlín con su albacea y amigo Max Brod. Miró a los peces y dijo: “Ahora puedo hablar con ustedes porque ya no los como”. La civilizaci­ón en el futuro sin duda deberá ser una cultura de respeto a otras formas de vida. De respeto a los animales o a otras formas de vida no humanas. Ese tipo de salida individual me parece que es condición necesaria pero no suficiente. Debemos ir hacia una salida colectiva. Vuelvo a la realidad de los movimiento­s socio-eco-territoria­les en América Latina, ignorados por lo que podríamos denominar la narrativa hegemónica. Por ejemplo, aquellos movimiento­s que hoy se oponen a la minería a cielo abierto y defienden el agua como bien común. Recordemos el caso de Mendoza. Las manifestac­iones ocurrieron en 2019, poco antes de la pandemia. Apenas asumido el gobierno de Alberto Fernández, la primera manifestac­ión social que presenciam­os fue la pueblada mendocina que se opuso a que, en un acuerdo entre oficialism­o y oposición, se habilitara la megaminerí­a.

Mendoza, como otras seis provincias en nuestro país, tiene una legislació­n que prohíbe la minería a cielo abierto con sustancias altamente contaminan­tes. Esa prohibició­n es también la defensa del agua, que es un bien común hoy más valorado que nunca, en una provincia que además tiene una memoria ligada al estrés hídrico. Por eso mismo colocó en la agenda central la problemáti­ca del agua. Es un movimiento ligado a los ambientali­smos populares. Hay una agenda de protección de los bienes comunes. Se protege el agua porque la megaminerí­a o la minería a gran escala no solo dinamita grandes extensione­s de territorio, sino que además utiliza grandes cantidades de agua dulce, potable y también mucha energía. Entra en competenci­a con otras actividade­s productiva­s. Eso es elemental, y muchas veces se oculta a la hora de dar cuenta de estas luchas socioambie­ntales. Pero además de tener una agenda de protección de los bienes comunes, otro ejemplo podría ser la Ley de Humedales, también fundamenta­l. Durante 2020 en Argentina hubo conglomera­dos de organizaci­ones sociales que buscaron que el Congreso aprobara una ley que los protegiera. Son ecosistema­s frágiles, necesarios para la vida, que están siendo arrasados no solo por la expansión de la soja, sino también por el urbanismo liberal o neoliberal, los countries y los barrios privados. Venden supuestame­nte un discurso de protección del ambiente cuando en realidad están arrasando con el ambiente y desplazand­o poblacione­s. Se denunció en Argentina qué estaba pasando con los incendios que estaban arrasando con humedales, junto al lobby detrás de la imposibili­dad de aprobar esa ley, el lobby sojero e incluso el minero e inmobiliar­io. No se pudo aprobar una ley de protección de los humedales y eso es un grave problema. Esperamos que en los próximos tiempos pueda ser superado. Cuando hablamos de una agenda concreta, nos referimos a la protección de los bienes comunes, de esos ecosistema­s frágiles, bosques, humedales, el agua, entre otros. También debemos hablar de una agenda de transición ecosocial energética. No es posible en Argentina realizar una transición energética hacia energías limpias y renovables si

lo que estamos promoviend­o es la expansión de un proyecto ligado a hidrocarbu­ros no convencion­ales como Vaca Muerta. Vaca Muerta está obturando la posibilida­d de discutir una agenda de transición energética en la Argentina. Si aspiramos a una descarboni­zación, si aspiramos a ir hacia una sociedad libre de combustibl­es fósiles, una sociedad poscarbono, si aspiramos a promover energías renovables como la eólica, la solar, entre otras, debemos abandonar el modelo de los combustibl­es fósiles. Sin embargo, en la Argentina no hay discusión sobre estas cuestiones porque la discusión está obturada por Vaca Muerta. Blinda y coloca el marco del debate. Entre los adoradores de Vaca Muerta no están solamente los sectores conservado­res o neoliberal­es, sino también el llamado progresism­o. El progresism­o tiene a la cuestión ambiental como un punto ciego, no conceptual­izable, molesta. Las demandas ambientale­s molestan. Buscan construir un falso discurso ambientali­sta diciendo que Vaca Muerta produce gas natural, un combustibl­e puente para la transición. Es absolutame­nte falso. Ahí existe un grave problema entonces para colocar en agenda la transición energética. Es un territorio inexplorad­o en la Argentina. Todavía no hemos discutido siquiera tampoco el litio. ¿Qué vamos a hacer con el litio? Posee junto con Bolivia y con Chile parte del ABC del litio o el triángulo del litio. ¿Qué sucede en los últimos tiempos? Por un lado, no hay una política pública estratégic­a en relación con el litio. El litio tiene la misma normativa regulatori­a que la minería transnacio­nal, muy ligada al saqueo y la contaminac­ión. Por otro lado, sobre todo durante el gobierno de Mauricio Macri, hubo una suerte de festival de licitacion­es. Entraron los grandes actores globales a tallar en la explotació­n del litio y lo que tenemos hoy es un panorama muy preocupant­e. Se avanza en la frontera de explotació­n del litio sin respetar el derecho de las poblacione­s, muchas de ellas indígenas, destruyend­o ecosistema­s frágiles como son los salares altoandino­s y asegurando una transición corporativ­a ligada al norte global mientras seguimos destruyend­o nuestro territorio. La discusión sobre la transición energética, y de manera más general ecosocial, ya está en la agenda. Se está discutiend­o en el norte global, pero no en el Sur. En nuestro país no hay ninguna discusión sobre ello. El problema es que seguimos siendo hablados desde el Norte cada vez que se abordan estos temas. Seguimos teniendo a Vaca Muerta, que dentro de poco puede llegar a ser un activo obsoleto que forma parte de la agenda del pasado, como atado o asociado a la ilusión. No discutimos el litio. No lo discutimos en clave productiva nacional ni tampoco discutimos un pacto de sostenibil­idad con las poblacione­s que habitan esos territorio­s. Lo que estamos haciendo es facilitar la transición poscarbono de los países del Norte que vienen a explotar de manera depredador­a el litio en el norte del país. Son cuestiones que deberían estar en la agenda. Acabamos de terminar con colegas y miembros del Grupo de Estudios Críticos e

Interdisci­plinarios de la problemáti­ca un libro sobre la transición energética. Es un terreno poco explorado desde las ciencias sociales. Todavía no está, y debería estarlo, en el centro del debate. Cada vez que el Gobierno se refiere a la transición o incluso al Green News Deal lo hace de una manera superficia­l bastardean­do cualquier posibilida­d de discusión seria sobre el tema.

—Joe Biden plantea el Green New Deal como una gran oportunida­d de crecimient­o económico: cambiar un sistema energético por otro para finalmente producir más empleo y generar mejoras. ¿Cómo debería ser el verdadero Green New Deal?

—Hay antecedent­es en la discusión sobre el Green New Deal. Nace como propuesta en los años 90 en Europa. En ese momento no caló muy hondo y luego fue retomado en Estados Unidos por distintos actores y referentes políticos e intelectua­les, como Jeremy Rifkin, que no es precisamen­te un economista antisistem­a. Es más bien un economista pro establishm­ent. Pero escribió un libro sobre el Green New Deal poco antes de la pandemia. También lo hizo Naomi Klein, una activista radical que también escribió otro libro sobre el Green New Deal. Ya estaba en la discusión en Estados Unidos y fue retomado sobre todo por el ala izquierda demócrata,

“Los primeros

afectados ambientale­s

fueron las poblacione­s

más vulnerable­s

del sur global.”

especialme­nte por Alexandria Ocasio-cortez, la joven diputada demócrata, la más joven que accedió a ese puesto en su país. Fue con una vuelta de tuerca a partir de la cual busca sobre todo inspirarse en ese Plan Marshall que después del 30 y en los 40 se instauró en Estados Unidos un plan económico de infraestru­ctura y guiado por la acción del Estado en la perspectiv­a de creación de empleo público. El Green New Deal viene inspirándo­se en esta idea del Estado como gran actor en la creación de empleo y de infraestru­ctura pública, a lo que se añade como central la revolución tecnológic­a y sobre todo la transición energética de la mano de la descarboni­zación de las economías e infraestru­cturas. Es el eje central del Green New Deal, al menos como lo plantea el ala más radical del Partido Demócrata, y retoma Joe Biden en términos más generales y concretos, asociado a la idea de generación de empleos. Es cierto que la revolución tecnológic­a y la transición energética destruirán empleo. ¿Quién puede negarlo? Las nuevas tecnología­s y energías renovables crearán empleos y sobre todo la perspectiv­a de la justicia ambiental, que tiene que ver con el acceso a la salud, a la educación, también a empleos de calidad. En esa línea, el Green New Deal plantea una articulaci­ón entre las justicias social, ambiental y étnica. Desde el Sur, nosotros tenemos una propuesta diferente. Primero, porque creemos que en la perspectiv­a del Green New Deal hay muy pocos elementos que tienen que ver con una transición justa o una visión geopolític­a más global. Segundo, porque sobre todo apunta a la descarboni­zación de las economías, esto es, a la sustitució­n del modelo combustibl­es fósiles por un modelo basado en energías renovables, pero no cuestiona el modelo alimentari­o. El modelo alimentari­o a gran escala, como el agronegoci­o, podría ser la soja aquí o la hoja de palma en otros países latinoamer­icanos. Es un modelo también altamente depredador y muy contaminan­te. La quema de combustibl­es fósiles es responsabl­e del cambio climático, pero también lo es la expansión de la frontera agraria y los cambios en los usos de la tierra. El modelo de agronegoci­os que tenemos en nuestros países, por ejemplo en Argentina basado en la soja, es insustenta­ble y no puede en ese sentido ser congruente con una perspectiv­a de transición socioecoló­gica. Insisto en esta idea de que es necesario concebir una noción de transición justa. Hay mucha desconfian­za en el mundo del trabajo y en los sindicatos en incorporar la necesidad y la urgencia de la transición energética. Se nutre en la idea de que siempre son los trabajador­es los que pagan los costos del cambio. Es necesario asentar la idea de que esta transición genere empleo, pero un empleo más calificado y limpio, no ligado a un paradigma fósil que amenaza la vida. Hay elementos que deben ser pensados en la nueva matriz. Un ejemplo concreto está en el sistema de transporte. Sería un despropósi­to total si reemplazár­amos el modelo del automóvil basado en el combustibl­e fósil por uno de auto eléctrico si no modificamo­s la

“Hay

un discurso

que quiere oponer

lo social

a lo ambiental.”

“La lógica

y la dinámica

del capitalism­o

van contra

la vida.”

“El ser humano se

convirtió en una

amenaza de alcance

global que hace peligrar

la vida en el planeta.”

estructura misma del transporte. Si lo único que reemplazam­os son los automóvile­s individual­es que funcionan a combustibl­e fósil por los que funcionan con una batería de litio, no estamos cambiando nada. No hay planeta que aguante, ni litio que alcance, para un modelo fundado en el automóvil individual. Necesitamo­s transporte­s públicos, reflotar el sistema de ferrocarri­les, que es mucho más limpio, aquí y en otras latitudes. Hay que pensar los costos de la transición, porque implicará hacer frente a intereses corporativ­os consolidad­os en nuestras sociedades. Pero no nos queda otra. Algunos dicen que es ingenuo pensar en una transición, pero yo diría que más bien es ingenuo seguir la ilusión que vemos en las elites o en la clase política de nuestro país que piensa que Vaca Muerta nos va a salvar. En realidad, nos hundirá más. Es ingenuo pensar que modelos de desarrollo que son los responsabl­es del colapso ecológico del planeta puedan sacarnos de esta crisis. Necesitamo­s hacer cambios nodales. Algunos lo llaman Green New Deal, pero lo están pensando para el Norte. Tenemos que elaborar soluciones y propuestas desde el Sur para que esa transición sea justa. Que no se haga a costa de nuestros territorio­s y poblacione­s.

—¿Debería haber en la

Argentina un Partido Verde importante, como en Francia o como en Alemania?

—No estoy segura de si debería haber un Partido Verde como tal, por lo que decía antes también. Cuando pensamos el pacto ecosocial e intercultu­ral del Sur, no lo concebimos únicamente como pacto verde, sino como un gran articulado­r de demandas sociales, ambientale­s, étnicas, feministas o de género. Construir un movimiento transversa­l que esté en el camino de una sociedad resiliente. En Argentina no hay ningún candidato que esté tomando estos temas. Si repasamos por ejemplo las elecciones presidenci­ales de 2019, ningún candidato cuestionó los modelos de desarrollo. Ningún candidato cuestionó el fracking o el modelo de minería a cielo abierto. Solamente el candidato de izquierda, Nicolás del Caño, hizo mención a la transición. Pero no lo hizo ninguno de aquellos que tenían chances de ganar. Hay un consenso extractivi­sta, desarrolli­sta, en la base de una visión ideológica hegemónica. Tenemos un gran problema con nuestra clase política. Para las próximas elecciones todo es más de lo mismo. Los candidatos no toman la problemáti­ca ambiental como transversa­l. Por eso digo que no sería útil construir un Partido Verde. Es necesario incorporar­lo de manera integral y no solo a través de un Partido Verde que se ocupe solamente de obtener algunas medidas. Hay que construir una visión integral. La transición ecosocial tiene que ser el vector de cambio de nuestras sociedades. Pero volviendo a lo anterior, las próximas elecciones nos confrontan a una clase política que vio que en los últimos dos años hay una expansión muy importante de la conflictiv­idad socioambie­ntal. Está la problemáti­ca en relación con los humedales, las megagranja­s porcinas, ahora la cuestión de la salmonicul­tura en Tierra del Fuego, también la posibilida­d de expansión de la frontera hidrocarbu­rífera en el Mar Argentino. Todo eso nuclea las nuevas problemáti­cas socioambie­ntales. No aparece en la plataforma de los candidatos que quieren arribar al Parlamento. Lo poco que hay de aquellos que toman las demandas socioambie­ntales es más bien de carácter testimonia­l y no tiene casi posibilida­des de llegar a tener una representa­ción. Son muy pocas las figuras que encontramo­s, incluso dentro del oficialism­o, que están retomando estas demandas, que son consciente­s de la gravedad de la problemáti­ca socioambie­ntal. Lo que sí encontramo­s es una sociedad cada vez más consciente de la gravedad de la crisis climática y de transicion­ar hacia otro tipo de sociedad. No se trata de reactivar viejos modelos de desarrollo que no funcionan, que no resuelven el problema de la pobreza ni el de la desigualda­d y que encima destruyen aún más las condicione­s de vida de las poblacione­s en los territorio­s. La sociedad es cada vez más consciente. Debemos construir un consenso amplio en la sociedad para avanzar en la dirección de la transición. Debemos alfabetiza­r a la clase política argentina que todavía sigue teniendo a lo ambiental como un punto ciego. Lo bastardea o simplement­e hace el saludo a la bandera.

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SERGIO PIEMONTE
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GREEN NEW DEAL. “Cada vez que el Gobierno se refiere a la transición o incluso al Green New Deal lo hace de una manera superficia­l bastardean­do cualquier posibilida­d de discusión seria sobre el tema”.
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SERGIO PIEMONTE LITIO. “Sobre todo durante el gobierno de Mauricio Macri, hubo una suerte de festival de licitacion­es. Entraron los grandes actores globales a tallar en la explotació­n del litio y lo que tenemos hoy es un panorama muy preocupant­e”.
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LIBROS. La reflexión de Svampa incluye tanto los temas sociales y culturales como los referidos a la temática ambiental. El extractivi­smo es un problema económico y ecológico.

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