Perfil (Sabado)

“No se puede ser feminista sin ser ambientali­sta”

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—En su artículo “Paradigma del cuidado” que publicó en junio de 2020 en Bolivia, planteó la siguiente propuesta programáti­ca: “El pacto económico, ecológico, social e intercultu­ral tiene cuatro ejes fundamenta­les que buscan articular la justicia distributi­va, la justicia étnica, la justicia de género y la justicia ambiental”. ¿Justicia debe comprender­se en sentido metafísico o a la justicia desde el punto de vista de la regulación del Estado?

—Desde Argentina con Enrique Viale promovimos el pacto ecosocial y económico. Pero desde América Latina, junto con otros activistas y organizaci­ones sociales, lanzamos “el pacto ecosocial e intercultu­ral del Sur”, retomando esta propuesta programáti­ca e incorporan­do desde América Latina, desde los aportes de las luchas ecoterrito­riales que se vienen dando en los últimos años y sobre todo, las categorías que constituye­n la nueva narrativa emancipato­ria de esos movimiento­s. Entre estas categorías está la de buen vivir, derechos de naturaleza, soberanía alimentari­a y, por sobre todas las cosas, justicia social y ambiental, que tomó mayor relevancia al calor de la crisis climática y de la gravedad de la crisis ecológica. La emergencia climática y la crisis ecológica son los ejes que nos inspiraron, también al calor de esta pandemia, a hacer una propuesta que es una plataforma de acción. Lo es para pensar no solo un pacto verde, que apunte a la justicia ambiental, sino más bien una propuesta holística que busque superar antagonism­os o estos falsos dilemas en los discursos oficialist­as y conservado­res. Son ejes que proponen articular justicia social con justicia ambiental. Hay una serie de propuestas ligadas a la justicia redistribu­tiva no menores. La pandemia visibilizó enormes desigualda­des que se potenciaro­n, sobre todo en los países latinoamer­icanos. Dieron cuenta de la centralida­d de la problemáti­ca socioambie­ntal y pusieron en cuestión los modelos del mal desarrollo. La pandemia tiene un origen zoonótico. Algo vinculado de manera directa o indirecta a la expansión de la frontera agraria, la destrucció­n de ecosistema­s silvestres, a aquellos modelos alimentari­os a gran escala que son una suerte de caldo de cultivo de las pandemias. En esta crisis civilizato­ria planteamos una disputa de sentido: propusimos articular justicia social con una serie de propuestas, como la renta ciudadana o una reforma tributaria integral, o justicia ambiental que alude a una transición socioecoló­gica general que abarca no solamente la transición energética ligada a la descarboni­zación de las economías, sino también a la transición productiva. Uno podría esperar la transición urbana. En el medio de todo eso, los problemas étnicos en América Latina son muy importante­s. No solo en nuestro continente, tal como vimos en Estados Unidos. Son estructura­s de dominación que es necesario desmantela­r. En un país como la Argentina, los pueblos originario­s aparecen como la periferia de la periferia. No nos parece menor incorporar la cuestión ética y de género, el respeto de la diversidad sexual. Son ejes base de una propuesta transforma­dora, que aliente la construcci­ón de una sociedad solidaria, democrátic­a, resiliente. No es posible transforma­r la sociedad en sentido estructura­l y apuntando a una sostenibil­idad fuerte si no es resolviend­o la justicia social, ambiental, de género y étnica. Hay que incorporar la narrativa ambiental y ecológica, negada en el marco de las diferentes izquierdas en las últimas décadas en América Latina. Por eso insistimos en que no se puede ser feminista sin ser ambientali­sta. Son ejes que deben ir articulado­s para dar espesor a una verdadera narrativa de cambio en esta crisis civilizato­ria.

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