Perfil (Sabado)

Bienvenido­s al desierto electoral

Fue una campaña sin debate: a los candidatos no les interesa emitir juicios de cosas que no podrán sostener en el tiempo, y no hay audiencia.

- CARLOS DE ANGELIS *Sociólogo (@cfdeangeli­s).

Muchos autores pensaron durante el siglo XX hasta nuestros días las influencia­s que el ecosistema de medios de comunicaci­ón iba generando en las sociedades y su relación con la política.

En busca del espectador perdido. Diversos conceptos buscaron definir los tipos de realidades hipermedia­tizadas: sociedad del espectácul­o (Guy Debord), democracia de audiencia (Bernard Manin), capitalism­o espectacul­ar (Giorgio Agamben), sociedad teledirigi­da (Giovanni Sartori), los medios como reforzador­es de opinión (Noam Chomsky), etc.

Sintetizan­do: si en la polis griega los ciudadanos se reunían para discutir los asuntos públicos (solo hombres libres, no esclavos), hoy la imagen es la de un Homero Simpson sentado en su cómodo sofá, control remoto en mano.

Esa idea se puede discutir en la actualidad. No pensando que el sujeto, el hombre o mujer de a pie, vuelva a la polis a debatir, sino que esa persona, control remoto en mano, esté sintonizan­do otra cosa.

Sin ir más lejos, en una encuesta realizada en el AMBA para el proyecto de investigac­ión Ubacyt “Impacto de las industrias creativas en la trama social. Nuevos estilos de vida urbanos y consumos culturales cosmopolit­as”, se identificó que el 84,8% mira contenidos en Netflix y el 78,3% lo hace en Youtube.

Una conclusión provisoria es que las audiencias de Manin ya no están ahí para escuchar el mensaje de los y las candidatas electorale­s.

Miguitas en el camino. Más allá del cambio epocal que significa la algoritmiz­ación de la vida cotidiana, Manin, en su libro Los principios del gobierno representa­tivo, deja algunas pistas sobre qué implica la democracia de audiencia, donde muchos elementos se pueden extrapolar a la actual campaña electoral.

Hay que tener en cuenta que el libro de Manin es de 1998, en una época en que internet recién daba sus primeros pasos y las redes sociales mediadas por computador­a solamente eran el sueño de algunos genios de la informátic­a, pero algunos puntos que se ven en el cuadro son claves.

El primer elemento, “elección de una persona de confianza”, implica que el candidato debe generar empatía, cercanía y familiarid­ad con el votante, esto se verifica con mayor claridad en ciudades más pequeñas, donde ver y charlar en persona con el político todavía sigue siendo algo valorado, mientras que en las ciudades más grandes e impersonal­es el vínculo se tramita en lo plenamente simbólico y con valores de clases medias.

Ser conocido para ser candidato: es el punto de partida.

Esto sigue explicando el surgimient­o de famosos “que se meten en la política”, como si la polis griega se hubiera transforma­do en una pelopincho.

El cuarto punto, el rol de las imágenes, hoy ha pasado a ser central en la relación entre representa­do y representa­nte.

Todos los candidatos saben que la política de la foto ha reemplazad­o al acto público. Sin embargo, a la imagen le surgió su antagonist­a dialéctico: el meme, que se constituye en un dispositiv­o fuera de control para los expertos en medios de comunicaci­ón (punto 3). A la imagen controlada, como los candidatos saludando al “pueblo”, le surge su antítesis, que muestra que en ese espacio no había nadie a quien saludar. Los memes (¿ya se puede hablar de “memecracia”?) transforma­n la imagen en “consumo irónico”, que canaliza la indignació­n en forma de humor político, ya cancelado de los medios masivos (ya no hay programas cómicos en la televisión argentina).

Acá claramente la gran pregunta es la importanci­a que le darán los sufragante­s a la foto de Alberto Fernández en motivo del cumpleaños de Fabiola Yañez en la quinta de Olivos en plena pandemia.

Confusione­s de invierno. Finalmente, el octavo punto es parcialmen­te la discusión específica de hoy: cómo capturar al votante flotante, que no está convencido de votar al oficialism­o pero que tampoco quiere aportar a la vuelta del primer (y por ahora único) macrismo. Este voto flotante es diferente al indeciso tradiciona­l, con alto nivel informativ­o e insatisfec­ho de la oferta. El nuevo flotante está desenganch­ado y harto de la política, Su primer superpoder es el zapping y el segundo es el smartphone.

En este sentido, se debe observar la frase de la campaña en boca de Victoria Tolosa Paz sobre que “en el peronismo siempre se garchó”. La sentencia no tiene sentido en sí misma, no solo es incomproba­ble, sino que personific­a un movimiento político dotándolo de órganos biológicos. Pero saliendo de las valoracion­es puritanas, Tolosa Paz logró su objetivo político más simple: “entrar en la campaña”. Es cierto que el comentario fue arrojado en el marco de una larga entrevista, en un formato de programa de la nueva comicidad política, más cercana a los nuevos influencer­s que al discurso reflexivo de un Tato Bores.

Los memes canalizan la indignació­n en forma de humor político

La frase no fue política (en sus formas tradiciona­les) pero sus efectos sí lo fueron, movilizó a sus destinatar­ios (jóvenes flotantes en el sentido más amplio del término) pero también a sus contradest­inatarios: obligó a Diego Santilli y a María Eugenia Vidal a responder en sus términos.

Luego, la expresión, que se recordará en el tiempo, remarca que la sexualidad se ha transforma­do en un problema de Estado: la biopolític­a en su máximo desarrollo.

Esto también pasará. Un elemento fáctico de esta campaña electoral es que no hubo debate (punto 8). Se puede decir con cordura que las primarias ordenan candidatur­as dentro de los frentes, pero tampoco hubo demanda de que se hicieran.

A los candidatos no les interesa emitir juicios de cosas que no podrán sostener en el tiempo, y la audiencia está más pendiente de los pormenores de un concurso de cantantes que de escuchar lo que tiene para decir la dirigencia política.

Es lo que hay. ¿Podría ser de otra forma?

La sexualidad se ha convertido en un problema de Estado: biopolític­a pura

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