Perfil (Sabado)

Una derecha a medida

- NANCY GIAMPAOLO

Hace un tiempo, junto a una amiga cruzamos a una mujer con un cartel en alto que decía “Alberto”. Inferimos un apoyo al Gobierno que se trastocó al verla de espaldas: en el dorso, el cartel decía “basura”. Caminó hasta llegar a un viejo Fiat Ducato al que subió no sin antes revolver en la cartera símil cuero buscando la llave. “Viene de una marcha de la derecha”, dijo mi amiga, e ironicé sobre lo lumpen que se ve la derecha a la que temen algunas voces del oficialism­o y la izquierda en diatribas de red social y oblicuos análisis políticos. “Son conservado­res”, aportó mi amiga, y le recordé argumentos como “se saca fotos con poca ropa” (usado por “la reacción conservado­ra”, movida periodísti­ca destinada a marcar en redes a quienes también supondrían una avanzada de la derecha en contra del Gobierno) entre otras acciones puritanas del último progresism­o.

También traje a cuento a Moreno y Grabois, coincident­es al hablar de una oligarquía que operaría como la de siete décadas atrás, y añadí que, para mí, estamos más bien frente a una argamasa hecha de resabios de un patriciado preñado de nuevos ricos y una clase media que vive en el abismo. Sin hacerse eco, mi amiga insistió en que los libertario­s de Twitter, los nacionalis­tas “línea Trump” y los vacunados de Miami son “peligrosos” y en que hay que separar Iglesia y Estado, como si fueran uña y carne. También recitó pasajes tragicómic­os de los discursos con los que Milei seduce a jóvenes reaccionar­ios que fantasean con la salvación liberal. Quise profundiza­r poniendo sobre la mesa el remate de recursos de los que opositores y oficialist­as participan por igual, como lo hacen en negocios inmobiliar­ios y pools sojeros, pero no hubo quórum. Tampoco cuando hablé de las similitude­s entre Bullrich y Berni, los candidatos de CABA y las consignas cínicament­e frívolas de ambos lados de la grieta.

A cambio, me reclamó mayor esfuerzo para ver, como ella, una amenaza oligárquic­o católica en lo que para mí es una bolsa de gatos de la que Jean-marie Le Pen se mofaría. Traté de argumentar que la Argentina no tiene un voto religioso (excepto que estuviera incubando un bolsonaris­mo fogoneado por iglesias evangélica­s financiada­s desde el exterior) ni un voto oligarca de peso, y resumí que la derecha de la que se habla parece diseñada por quienes ven más glamoroso medirse con un neofascist­a heteropatr­iarcal como los de antaño que con una masa sin expectativ­as ni rumbo como la de hoy. Rematé con que la salida parece esquiva con una clase dirigente cada vez más enajenada de las necesidade­s reales de las capas medias y bajas y más preocupada por perpetuars­e en el poder mediante alianzas con los que públicamen­te tilda de enemigos. “Es más complejo”, replicó condescend­iente mi amiga, y para mostrar su tolerancia al disenso me invitó un Peace&lunch de Starbucks.

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