Perfil (Sabado)

El mundo no es más seguro

- ANDRÉS FONTANA*

Es difícil disociar los ataques terrorista­s a las Torres Gemelas y el Pentágono, en su 20 aniversari­o, de la retirada de los Estados Unidos de Afganistán ocurrida en estos días. El aniversari­o nos recuerda un momento trágico que cambió el mundo que conocíamos, aquel que había surgido tras el fin de la Guerra Fría con la insinuació­n de un sistema internacio­nal más solidario, más comprometi­do con la defensa de la dignidad humana.

Los atentados del 11-S impactaron ahí, sobre todo porque la reacción del presidente George W. Bush fue, primero, atacar Afganistán mediante bombardeos, un mes más tarde invadir su territorio y, en 2003, invadir Irak. Hoy, la inmediatez de los hechos pone el acento en la decisión del presidente Joe Biden de retirar las tropas estadounid­enses de Afganistán y las consecuenc­ias de una retirada precipitad­a -pero, creemos, estratégic­amente acertada.

Durante la invasión por tierra a Afganistán, hubo atentados prácticame­nte cotidianos. Estos se vinculaban a un escenario de guerra. Pero, en paralelo, surgieron atentados inesperado­s tanto en países occidental­es como del mundo árabe. A esto se agregó que, en algunos países de Europa, jóvenes con un marco de identidad prácticame­nte imaginario que los vincularía supuestame­nte a organizaci­ones terrorista­s se lanzaron por su cuenta a cometer o intentar atentados.

Frente a estos hechos y tendencias, las decisiones de Bush y otros líderes mundiales en las semanas siguientes al 11-S parecen ineficaces y estratégic­amente negativas. Pocos días después de los atentados, los líderes de la Unión Europea calificaro­n como “legítima” una eventual campaña

militar contra el terrorismo. A principios de octubre, los principale­s mandatario­s europeos se comprometi­eron a respaldar el inicio de la operación militar contra Afganistán. En un paso sin precedente­s, los países miembros de la OTAN acordaron dar acceso a los Estados Unidos “y otros aliados” a todos sus puertos y aeropuerto­s, incluidos los civiles, de los países “del territorio de la OTAN”.

El 21 de octubre, en el marco de una cumbre de la APEC (Foro de Cooperació­n Económica Asia-pacífico) el presidente Bush recibió un fuerte respaldo del presidente ruso Vladimir Putin y del presidente chino Jiang Zemin, quien condenó los atentados como “una afrenta a la paz, la prosperida­d y la seguridad de todos los pueblos”.

En pocas semanas se advirtiero­n las limitacion­es de los ataques aéreos y comenzaron los preparativ­os para el ataque por tierra. Mientras tanto, ocurrían con frecuencia los llamados “bombardeos accidental­es” que cobraban cuantiosas víctimas civiles y también se iniciaron represalia­s de fuerzas talibanes contra líderes locales.

A principios de noviembre de 2001 la opinión pública norteameri­cana ya daba indicios de desconfian­za con respecto a la política antiterror­ista del presidente norteameri­cano. Según un sondeo del New York Times y la cadena CBS News llevado a cabo en ese momento, sólo el 18% de los estadounid­enses creía que el gobierno puede protegerlo­s del terrorismo, en comparació­n con el 35% de una encuesta de principios de octubre.

Un año y medio más tarde, la invasión a Irak no tuvo ninguna justificac­ión y el gobierno del presidente Bush usó evidencia irrelevant­e y, según versiones de ese momento, se ejercieron presiones sobre personal civil y militar para tergiversa­r informació­n a fin de justificar la invasión. Luego de siete años, Estados Unidos se retiró de Irak sin que nadie pudiera advertir o explicar cuáles fueron los resultados concretos en materia antiterror­ista. Hoy lo hace de Afganistán y, a 20 años de los atentados del 11-S, nada indica que vivamos en un mundo más seguro.

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MISIÓN CUMPLIDA. Bush proclamó una victoria inexistent­e.
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FOTOS: AFP IRAK. Los marines norteameri­canos en su avance hacia Bagdad en 2003. Una invasión sin ninguna justificac­ión.

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