“Nosotros” y los “otros”
flacionario” de términos como “diversidad cultural”, “interculturalidad”, “multiculturalidad”, “pluralismo cultural”, tal como ha sucedido con los de “descolonización”, ”decolo nización”, “poscolonialismo”, “colonialidad”.
Saludable cambio de paradigma que aún corre el riesgo de convertirse en un gigante con pies de barro si no va acompañado de una real comprensión de los problemas de fondo, hecho que revela el empleo de dichos términos casi como sinónimos, así como la desconexión conceptual entre “interculturalidad” y “descolonización” educativa, manifiesta en el uso del término “Otro”, “Otredad”, etc. que siempre tiene domicilio cultural fuera de “Occidente”.
Por ello, esta nueva perspectiva no necesariamente produjo cambios en las políticas de interpretación sobre interculturalidad, pues continuamos experimentando dificultades para incluir dentro del “nosotros colectivo actual” aquellas expresiones y prácticas asignadas o asociables a las identidades colectivas definidas como “no occidentales” según una determinada unilateralidad denominativa y asimetría narrativa de los relatos y retratos con que las representa por y para “occidentales” o para quienes aspiran a serlo.
Debido a esto, y pese a la mayor frecuencia con la que la “cuestión del Otro” aparece en los debates sociales, esta mayor visibilidad de la idea no ha hecho que desaparezcan las típicas incongruencias lógicas y asimetrías conceptuales que han caracterizado históricamente al abordaje de la temática.
Esto se hace especialmente crítico en la enseñanza, pues determina los criterios con los que las nuevas generaciones se forman.
Tomemos como ejemplo un caso ligado a la arquitectura: en una reunión reciente donde se discutía acerca de cómo mejorar la enseñanza de arquitectura (aunque podría haber sucedido en cualquier otra disciplina) se señaló como necesidad “enseñar más sobre otras arquitecturas” (aunque podrían ser “otras literaturas”, “otras historias”, etc.)
Más allá de la aparente voluntad “incluyente” de esta expresión, cabe preguntarnos que son “otras arquitecturas” y cuáles son los límites de la que consideramos “nuestra”, implícitamente definida como aquella “no otra”.
El planteo encubre un método que no pretende cambiar el egocentrismo naturalizado del sistema educativo sino al contrario, perpetuarlo. Porque esta “inclusión” de quienes previamente, al definimos como “otros”, dejamos fuera del “nosotros” colectivo, sigue una lógica aditiva que no cambia la sustancia de lo que se viene enseñando como esencial, como el “nosotros deseable”.
Proponernos comenzar a estudiar “cosas de otros”, si bien implica reconocer que