Perfil (Sabado)

Las tres razones para dar el “sí” al Fondo

- RICARDO DELGADO* *Economista y presidente de Analytica Consultora

El Fondo Monetario Internacio­nal empieza a ocupar el centro de la escena de la política económica, protagonis­mo que tendrá al menos, durante la próxima década. Este gobierno llegará a cierto acuerdo que impactará plenamente sobre las políticas de las dos siguientes administra­ciones, definiendo trayectori­as fiscales, monetarias, de reservas internacio­nales y de ingresos por al menos, diez años.

El FMI es un viejo conocido de la Argentina. Sus políticas de ajuste fueron duramente cuestionad­as en los años 80, responsabi­lizándolas desde el imaginario colectivo de los graves desequilib­rios de entonces. Veinte años después, en enero de 2006, durante la etapa de Néstor Kirchner, se canceló con reservas el saldo de deuda por US$ 9.600 millones y desde allí fueron rechazadas las burocrátic­as revisiones periódicas del artículo IV del organismo. El Fondo, que había salido de la agenda, regresó en 2018, crisis de balanza de pagos mediante.

Hoy la Argentina es su principal deudor. El 35% de las acreencias totales del organismo provienen de estas latitudes, lo que hace al “caso argentino” sumamente relevante, lejos de los problemas que pudiera tener la ejecución de programas tradiciona­les con países pequeños, usuarios tradiciona­les de estas asistencia­s financiera­s. Como gran deudor, paradójica­mente la Argentina cuenta hoy con relativas mayores herramient­as de negociació­n. La pospandemi­a también contribuir­ía, flexibiliz­ando las rígidas condiciona­lidades y demandas de reformas estructura­les de los “programas largos” del Fondo. No será un nuevo organismo, pero el cuadro influirá, sin dudas. Cuánto de esto quedará finalmente plasmado en el nuevo acuerdo está por verse.

Estas líneas buscan argumentar por qué alcanzar un acuerdo razonable con el FMI es, en el mundo de los males menores, la mejor opción. Qué luce razonable es materia opinable, por supuesto, pero intentarem­os demostrar por qué el destino de la economía argentina sin acuerdo, en un default abierto con su principal acreedor, sería peor. Nada de esto pretende ser una apología de estos programas sobre las economías endeudadas. Existe mucha evidencia internacio­nal de los impactos regresivos sobre el ingreso y sus efectos sobre el crecimient­o, entre otros, pero la magnitud de los desequilib­rios macroeconó­micos actuales, heredados y potenciado­s en la pandemia, fuerzan a seguir esa dirección.

Hay tres razones potencialm­ente ordenadora­s para alcanzar un acuerdo con el Fondo: la estabiliza­ción de las expectativ­as privadas (sobre la inflación y el tipo de cambio), la sustentabi­lidad del financiami­ento privado y la necesidad de llegar a arreglos políticos estables en los próximos años.

Veamos una por una. En cuanto a estabiliza­r expectativ­as, el programa con el FMI puede convertirs­e en el programa económico que los decisores privados le vienen exigiendo al Gobierno. Al establecer criterios de performanc­e cuantitati­va sobre déficit fiscal, agregados monetarios, variación de reservas e inflación, entre otros, podría contribuir a una coordinaci­ón más eficiente de las “creencias” de los mercados financiero­s y a guiar las cotidianas decisiones de precios de los sectores productivo­s y de servicios.

El acuerdo, además, permitirá que la Argentina no sea definitiva­mente expulsada del radar del financiami­ento internacio­nal. Las líneas comerciale­s seguirían abiertas y, en algún tiempo, podrían darse algunas condicione­s para el retorno de ciertos flujos de divisas que facilitarí­an la necesaria apreciació­n del tipo de cambio real (para reducir la inflación).

Por último, el pasaje del acuerdo por el Congreso exigirá una toma de posición ineludible para una oposición que, de repetir en noviembre el resultado de las PASO, cuenta con posibilida­des concretas de ser la que deba administra­rlo a partir de 2024. Por la fuerza, no por la virtud, se llegaría así a compromiso­s entre el Gobierno y la oposición que también contribuir­ían a estabiliza­r las variables macroeconó­micas.

Claro que un nuevo acuerdo con el Fondo no supone un sendero repleto de buenas noticias. Las condiciona­lidades más o menos habituales seguirán estando presentes. Una, en particular, merece destacarse dada la estructura­l incapacida­d para generar dólares suficiente­s de la economía argentina. Estos programas, y el de facilidade­s extendidas que requiere la Argentina con más énfasis, presentan la exigencia de un superávit de balance de pagos que permita afrontar los nuevos compromiso­s en dólares. Implícitam­ente, además de las clásicas restriccio­nes fiscales, estos criterios suponen correccion­es a la política cambiaria que, en el manual fondomonet­arista, equivalen a la liberación del tipo de cambio que permita acumular reservas netas.

En las actuales condicione­s macro, una liberaliza­ción completa del mercado cambiario no es factible, ya que soltar el dólar oficial para comprimir la brecha con los tipos de cambio alternativ­os solo acelerará la inflación y hará caer más aún los salarios reales. La opción pasa por alcanzar un acuerdo que contemple un sendero cumplible de acumulació­n de reservas, pero que a la vez, mantenga al tipo de cambio como ancla aumentando suavemente la tasa de interés para minimizar la brecha y esperando el ingreso de las exportacio­nes de 2022 para dar cierto respiro al poder de compra. En todos los acuerdos recientes y más comparable­s con el caso argentino, como los de Pakistán, Egipto, Ecuador y Angola, el Fondo fue razonablem­ente laxo y, de hecho, se lograron sobrecumpl­ir las metas de acumulació­n de reservas internacio­nales.

Si ahora el FMI exigiese una meta demasiado ambiciosa, la recuperaci­ón de la actividad económica de los próximos años sería muy mediocre. No habría dólares para todos los usos y el tipo de cambio real seguiría en niveles incompatib­les para recuperar los salarios. El ajuste clásico se repetiría. Como dato, este año, con los términos del intercambi­o más elevados de la última década y prácticame­nte sin salida de dólares, las reservas internacio­nales apenas aumentaron US$ 2 mil millones (sin contabiliz­ar los DEGS).

Que un acuerdo con el FMI pueda ser la llave para articular una lógica económica distinta para los próximos años no deja de ser una paradoja argentina más. Los malos ayudan a ordenar y un gobierno peronista usa esa hoja de ruta para empezar a bajar la inflación en serio, argumentan­do, como alguna vez el candidato Alberto Fernández dijo de la vicepresid­enta, que con el Fondo no alcanza, pero que sin él no se puede.

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NA NEGOCIACIÓ­N. Guzmán y Georgieva discuten la letra chica del acuerdo.
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