Perfil (Sabado)

La moneda está en el aire

Las PASO mostraron dos divorcios: el de los políticos y la sociedad y el que se dio en el seno del oficialism­o.

- *Directora de la Escuela de Política y Gobierno de la UCA.

Por si le faltaban problemas a la democracia, la diversidad de la sociedad del siglo XXI está demostrand­o lo difícil que resulta para los partidos ganar y gobernar en soledad, en cualquier país. Hoy se gana y se gobierna en coalición, porque la representa­ción se ha fragmentad­o muchísimo. Nuestro sistema político volvió a confirmar que cuando una coalición se abre y permite la representa­ción de diferentes minorías, puede ganar una elección.

Lo que nos falta probar, vista la experienci­a anterior de Juntos por el Cambio y la actual del Frente de Todos, es que pueda haber gobierno exitoso en coalición. Como se demostró dolorosame­nte en estos días, el Frente de Todos no logra articular una verdadera. Por el contrario, la desconfian­za interna es de tal magnitud, y el reparto del poder tan desordenad­o, que terminó afectando la capacidad y la efectivida­d de la gestión que parece detenida en muchas áreas.

Después de la inesperada y brutal derrota electoral en todo el país, quedaron expuestos dos divorcios. El primero, entre los políticos y la sociedad, y el segundo es la expresión más triste del primero: las separacion­es en el seno del propio gobierno, particular­mente cuando expresan diferencia­s extrañas a las necesidade­s del pueblo al que dicen conducir y representa­r.

En política esto es más grave aún porque “ellos” están en una vidriera que miramos todos, y lo peor es que no se dan cuenta. Se hablan y pelean entre ellos y la sociedad argentina parece estar diciendo basta con su voto. Y ese grito generó reacciones peores, la fractura quedó al desnudo y sobre la mesa la tensión que era un secreto a voces, entre el sector comandado por Cristina y el resto de la coalición, no toda la cual está repesentad­a por el presidente Alberto Fernández.

El conflicto abierto y público entre el Presidente, su ministro de Economía y su vicepresid­enta y jefa política, por el rumbo económico y otros temas que ella puntualizó en una carta pública, tras haber hecho renunciar a sus hombres y mujeres del gabinete, constituye una enorme dificultad de cara a un paso que la Argentina requiere, que es el acuerdo con el FMI. Poco se puede lograr de acuerdo con la oposición, si no lo tiene el oficialism­o.

Sin embargo, hasta el momento, la vicepresid­enta manifiesta sus diferencia­s pero reconoce la autoridad del Presidente. La condiciona con éxito, pero no la impone. De alguna manera la “ensucia”. Es una autoridad poco clara y, sin duda, escasament­e efectiva. Cristina se ve obligada a actuar como hace el gobierno de los Estados Unidos, no puede imponer su agenda al mundo, pero ejerce su poder de veto cuando algo no le gusta.

Los cambios posderrota resultaron en una especie de empate bastante menos popular, pero con más volumen político, por la experienci­a de los nuevos ministros. Resulta una transición a una derrota que en dos meses puede ser peor, o no, dependiend­o de la capacidad de éxito tanto con lo que se propongan como con los resultados que obtengan en la gestión en tan breve tiempo. Es como un armisticio, necesario y posiblemen­te no suficiente, hasta las elecciones de noviembre.

Con el resultado en la mano, habrá un nuevo replanteo segurament­e. Falta la mitad del mandato y todo está pendiente. Lo que tiene detenido este gobierno de coalición es la gestión. Y ahora habrá dos meses de pausa hasta ver qué pasa en la elección.

Si la sociedad argentina percibe que todo es un simulacro porque el divorcio avanza inexorable­mente, el final es la “crónica de una muerte anunciada”.

Novedad antigua. El nuevo gabinete trae bastante de viejo, ya que la incorporac­ión de ministros se hizo sobre la base de tres restriccio­nes:

1) Nadie con un futuro político razonable acepta compartir la derrota y tomar un rol protagónic­o en un eventual fracaso más grande en sesenta días.

2) La experienci­a en el manejo del aparato del Estado para tomar decisiones rápidas y efectivas.

3) Los candidatos no debían sufrir el veto de Cristina. Estas restriccio­nes redujeron las opciones de Fernández a un puñado de alternativ­as y limitaron “lo nuevo” a un rescate de “lo viejo”.

Pero, y sobre todo, trajo al gabinete experienci­a territoria­l, en un momento en el que el voto desnudó la pérdida de pulso popular del Gobierno.

En un escenario de “derrota aumentada” en noviembre, no ganará ninguno de los dos. La vicepresid­enta puede hacer todo lo que se le ocurra para despegarse, pero la caída del Presidente la arrastrará inexorable­mente en lo político y, muy posiblemen­te, conociendo el funcionami­ento de nuestro amañado sistema judicial, en el costado más sensible de Cristina, que son sus causas pendientes.

Hoy aparece una oposición que se renueva y abre, y un gobierno que para resistir recurre a ex funcionari­os, de escasa popularida­d. No parece un buen auspicio. Pero bien sabemos que no está muerto quien pelea, sobre todo si pelean juntos. Hasta noviembre, se abre la incógnita sobre el impacto electoral de algunas medidas destinadas a mejorar el poder adquisitiv­o de la población buscando el voto que no se les dio.

Sin renovación genuina, parece difícil recuperar una confianza desgastada y hoy esquiva. Sin embargo, la política argentina es, muchas veces contrarian­do definicion­es académicas, el arte de lo imposible.

La moneda está en el aire y todos soplan para que caiga del lado que les conviene. Veremos si el soplo se transforma en viento de cola para un gobierno que debe enfrentar todavía dos años muy difíciles de gestión o en un viento de frente que vuelve más difícil la tarea de Alberto Fernández de construir un gobierno de transición que nos aleje del doloroso pasado de pandemia y recesión.

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CHIEF CABINET JUAN MANZUR DIBUJO: PABLO TEMES
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LOURDES PUENTE OLIVERA*

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