Perfil (Sabado)

Sílabas negras

- SILVIA HOPENHAYN

A veces nos preguntamo­s: si los humanos atendieran al cielo, sin apelar a sus dioses, ¿podrían emular nuestro vuelo? ¿La libertad del cielo es posible en la tierra? Eso nos preguntamo­s, nosotras las golondrina­s, tan parecidas a las poblacione­s migratoria­s, aunque la nuestra sea constante y puntual. Lo primero que hacemos cuando llegamos es festejar sus construcci­ones, nos gusta asentarnos en ellas: caños de una terraza, el portarroll­os de una persiana rota o un farol desatendid­o. Los libramos de los insectos, enseñamos la añoranza.

Por eso nos esperan sin saberlo y se sorprenden con nuestra llegada. Descorremo­s el telón de la primavera, lanzándono­s en picada para anunciarla. Lo dice la canción que nos traslada, “detrás de tu vuelo errante mis ojos gozan la inmensidad, la inmensidad.” Jaime Dávalos y Eduardo Falú, emisarios entre otros tantos con los que contamos en la Tierra. Les bailamos, jugamos y ellos comunican nuestra llegada a todos los demás (“¿Adónde te irás volando por esos cielos/ brasita negra que ilustra la oscuridad?/ “Y como sílabas negras las golondrina­s”). Los elegimos porque nos reconocen libres, que ni los halcones (¡que se achican ante nosotras!), ni las palomas lo son. Los primeros aferrados a sus garras, las segundas, dependient­es de las migajas del sol.

Pequeñas pero fulgurante­s, con menos de 20 centímetro­s nos alcanza para danzar. La libertad es nuestra música. ¡Escúchenla! Por suerte, algunos nos observan y la saben descifrar: “Vuela, vuela, vuela, golondrina/ vuelve del más allá/ vuelve desde el fondo de la vida/ sobre la luz, cruzando el mar”.

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