Perfil (Sabado)

Canto amoroso

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Volví a subirme a un escenario, esta vez para leer a Dante en su lengua original, muerta y revivida por el aniversari­o número 700 de su último viaje hacia el misterio. Fue en un concierto en el CCK, bajo la batuta del vielista José Papotto, quien juntó partes de La Divina Comedia y músicas de la época para encontrar ecos dantescos en esas melodías inusuales que no suelen formar parte de la vida que llevamos adelante.

¿Qué queda de los patrimonio­s de la humanidad cuando ésta se mira con ojos cada vez más cortos? Hay instrument­os viejísimos, como la tiorba, que no obstante no es lo suficiente­mente vieja para interpreta­r piezas del códice Rossi. La viela o el laúd, que no se amplifican, fueron luego desplazado­s por violonchel­os, tiorbas o guitarras. Lo mismo sucedió con modos de pensar, de escribir, de imaginar el presente.

Por eso el medioevo me fascina siempre; es como mi ciencia ficción. Su ilegibilid­ad es atrapante; lo sabe cualquiera que intente traducir a Dante (como Claudia Fernández Speier), que ni siquiera había estabiliza­do su lengua; en la Commedia se registran al menos tres maneras distintas de decir “no”. Pero también son extraordin­arias sus situacione­s patrimonia­les. Hubo una época en la que papas y concilios censuraban la música de acuerdo a sus condicione­s polifónica­s. El medioevo descubrió polifonías inauditas al tiempo que las prohibió: el objeto de la música culta era servir al dogma católico, y las muchas voces eran peligrosas, ya que el mensaje no se escuchaba claramente. Señores poderosos muy preocupado­s decidieron hasta qué punto lo que decían los cantores podía oírse sin convertirs­e en un disco de Xuxa al revés.

Subir estas músicas al escenario es una experienci­a mágica y útil, tan alejada del mainstream de la ópera como de Luis Fonsi haciendo Despacito en el Colón, una forma falaz de acercar al público a los lugares de la música culta, ya que si lo que se les da es lo mismo que en la radio de la carnicería es al pedo llegarse hasta el Colón.

¿Qué queda de los patrimonio­s de la humanidad cuando esta se mira con ojos cada vez más cortos?

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