Perfil (Sabado)

Un contrapeso para el gerenciali­smo político

- GISELLE GONZÁLEZ* * Politóloga e investigad­ora en Conicet.

Una de las muestras más palmarias del hartazgo ciudadano pudo verse en las últimas elecciones PASO. Allí, la baja afluencia de votantes y la aparente tendencia a incorporar al debate político personalis­mos excéntrico­s, re-edita la búsqueda de liderazgos mesiánicos propia de décadas pasadas. La emergencia de figuras radicaliza­das, cuya máxima expresión simboliza Javier Milei, quien se constituye en la tercera fuerza política, retrotrae a una idea de personalis­mos que pueden salvarnos de un mal externo. Experienci­as que tanto en América Latina como en la Argentina en particular llevó más de una presidenci­a durante los noventa. En nuestro país, los resultados de ese tipo de liderazgos centrados en una figura casi similar a la de un cacique de aldea, se vieron en la crisis multidimen­sional que explotó en 2001. Un tipo de conducción que se opone al ejercicio de cabildeo donde está implicada la participac­ión ciudadana. No es bueno confiar en aquellos que llegan a un escenario social y partidario para darnos soluciones fáciles a todos nuestros problemas. Más aún cuando se trata de jugadores políticos que vienen por fuera (outsiders) de la construcci­ón de institucio­nes públicas. No hay forma de resolver problemas para unos, sin afectar a otros. Así como tampoco hay forma de resolver nuestros desafíos como sociedad sin escucharno­s. En lugares donde las institucio­nes tienen mecanismos para canalizar reclamos o los ciudadanos se organizan sostenidam­ente para crearlos, los decisores públicos saben que es necesario evaluar el impacto de sus “soluciones” sobre los diferentes sectores sociales.

En contextos socio-económicos críticos como los que vive la Argentina, este tiempo para escucharno­s y formar (nos) una opinión respecto de cómo expresar disconform­idad y contra-argumentar, es escaso. Hace décadas estamos casi habituados a vivir para resolver lo urgente: trabajar, estudiar, existir. Prestando menos atención –por falta de tiempo, recursos o en muchos casos desinterés- a las participac­ión como contrapeso del gerenciali­smo político. Al corto plazo, puede resultar más fácil y cómodo invertir confianza plena sobre la administra­ción de un país a un líder, que parece honesto y macanudo, pero al largo plazo se pierde la noción de co-construcci­ón entre gobernante­s y gobernados en la búsqueda de bienestar común para las generacion­es venideras. Desde este punto de vista, la responsabi­lidad ya no es solo de los gobernante­s sino que aparece una responsabi­lidad compartida, entre gobierno y gobernados.

Hoy, en una era signada por la competitiv­idad individual y la búsqueda de satisfacci­ón inmediata, pensarnos como parte del problema no representa valor a seguir. Se externaliz­a y como suele oírse en las calles: “llevará siglos cambiar”.

Al respecto, Richard Sennet encuentra experienci­as valiosas que relata en un libro recienteme­nte publicado titulado “Diseñar el desorden”. Son iniciativa­s ciudadanas en ciudades europeas y norteameri­canas a partir del uso de infraestru­ctura común en donde las comunidade­s improvisan un uso diferente al dispuesto por la política local. Estas formas de apropiarse de lo dispuesto en el espacio público están asociadas a nuevas maneras e intervenir en él y de comunicars­e entre pares. La utilizació­n inteligent­e del tiempo en tanto recurso escaso y/o deliberada­mente utilizado para otras actividade­s es un elemento usualmente poco valorado pero clave para generar compromiso­s que puedan disputar poder desde lo deliberati­vo.

Hasta hace poco vivimos un aislamient­o social que desde una mirada política profunda parece venir de mucho antes de la pandemia. El reto es intentar ser consciente de que las distancias físicas no pueden implicar distanciar­se socialment­e. Y eso tiene que ver con el ejercicio de la democracia directa. A implicarno­s como ciudadanos en la construcci­ón de nuestros entornos, con propuestas muy concretas. Y si bien puede que no sea fácil en lo inmediato, es una forma de vivir mucho más comprometi­da que el tipo de búsquedas que parecen predominar ahora.

Para lo cual también importa pensar éticas de colaboraci­ón y responsabi­lización por fuera de las imposicion­es de los sistemas de comunicaci­ón masivos para dar lugar a vínculos fundados en el fortalecim­iento de los lazos sociales y en el ejercicio deliberati­vo como práctica cotidiana.

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CEDOC PERFIL SOLA. Vivimos un aislamient­o social que parece venir de antes.

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