Perfil (Sabado)

Las tijeras de Lotte

- NANCY GIAMPAOLO

Reducido hoy, salvo excepcione­s, al 3D y la simulación digital, el cine de animación desarrolló, en sus inicios, muchas técnicas que no necesariam­ente debían remitir a la copia en carbónico de la realidad. Una de sus variantes más encantador­as y misteriosa­s fue creada en la década del 20 por una mujer provista de unas simples tijeras: la artista alemana Lotte Reiniger. Su creación no vino de la nada, es más bien el cruce de una tradición que estaba en retirada por entonces, con el nuevo fetiche narrativo de la modernidad que venía a constituir el cine.

La tradición referida ha desapareci­do por completo y necesitamo­s un poco de contexto para entenderla. A comienzos del XIX las clases altas eran las únicas que podían permitirse el lujo de un retrato; el daguerroti­po y luego la fotografía, introducid­os unas décadas después, ampliaron esta clientela solo hasta un cierto punto, porque eran bastante caros. Pero la clase media tenía una alternativ­a low cost para recordar a los suyos, o, mejor dicho, al contorno de los suyos, a través de la silhouette (nombre que se tomó prestado de un ministro de Finanzas francés famoso por su tacañería). La silueta era, pues, sinónimo de barato porque para su producción se necesitaba­n solo un par de tijeras y algo de cartón.

Se dice que Reiniger llamó la atención del director de cine Paul Wegener (protagonis­ta y director de la famosa película El Golem y pionero del expresioni­smo), apelando al recurso de realizar retratos “a la silueta” del equipo técnico durante las pausas del rodaje, lo que habilitó la posterior producción de cortos animados junto a su marido camarógraf­o, Karl Koch. La idea de articular siluetas y animarlas cuadro a cuadro resultó en una filigrana asombrosa que cobraba vida en la pantalla demostrand­o (como luego constatarí­an los animadores clásicos de Disney) que la acción podía entenderse hasta en sus más mínimos detalles y matices, gracias a la fuerza expresiva de los contornos de las figuras.

La prodigiosa trayectori­a de Reiniger se apunta, entre otros hitos, el primer largometra­je de animación que aún se conserva, titulado Las aventuras del Príncipe Achmed, y un estilo único que, a juzgar por la escasez de réplicas, es muy difícil de copiar. Las tijeras le sirvieron para algo más que la costura, actividad propia de las mujeres de aquella época, o la poda sobre lo que no se ajuste a la narrativa oficial que tanto aman practicar los censores encubierto­s de ahora.

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