Perfil (Sabado)

“La palabra ‘machista’ no me gusta; prefiero hablar de modelo patriarcal y de sexismo”

- JORGE FONTEVECCH­IA

La cuestión de género está en el debate público. Para la filósofa, que trabajó la materia también desde el punto de vista histórico, hay temas que deberían estar ajenos a la grieta y comprender­se desde un abordaje crítico. La condición de pobreza e inequidad está ligada a las injusticia­s. Temas estructura­les que invitan a transforma­ciones, que también son del pensar.

—La heráldica indica que Femenía y Femenías son apellidos comunes en España: ambas formas son de origen balear y el Corominas señala la existencia de varios topónimos Femenía en Mallorca, que procedería­n de un antropónim­o árabe o hebreo como Hammâni o Hamênnî, derivado de la raíz semítica “hmy” (“animar, proteger, fortificar”). ¿Pensaste entre la similitud sonora entre tu apellido y la preocupaci­ón por el feminismo? ¿Se da aquello borgeano de “lo que se cifra en el nombre”?

—La pregunta es compleja. Sí, mi familia es de Mallorca, es de Palma de Mallorca. Allá dicen que es de origen griego, pero no soy filóloga y no tengo idea. Dudo sobre la idea de que en el nombre está comprimido el destino. Sé que hay muchísima gente que lo cree. En eso soy más nominalist­a. Los nombres son más arbitrario­s, entonces me inclinaría, por lo menos, a dudar de que me siento identifica­da con ese apellido.

—¿Qué pensaste cuando Alberto Fernández dijo que en Argentina estamos terminando con el patriarcad­o?

—Es una mirada un poco limitada. En el mundo no estamos terminando con el patriarcad­o; en la Argentina, tampoco. Una cosa es reformar leyes, Constituci­ón, y otra cosa es que esas leyes se apliquen. Ahí hay un abismo. Quizá nuestra Constituci­ón actual, el Código Civil, el Penal, el de Comercio, sean menos sexistas que hace cuarenta años. De ahí a que se haya terminado el patriarcad­o en Argentina hay un paso muy grande.

—¿Cómo analizaste el nombramien­to como jefe de Gabinete de Juan Manzur? Dijo que Tucumán era una provincia celeste.

—Me sorprendió que se apelara a personas que habían estado en el gobierno. Lo entendí como una mirada retroactiv­a. Me genera la siguiente reflexión: quienes están en función de gobierno deben ser los primeros que deben cumplir la ley. Y en Tucumán no se cumple con la última ley que se aprobó sobre el derecho de las mujeres al aborto en ciertas circunstan­cias. No se cumple tampoco con el Código Civil de 1926, que permitía abortar en casos de peligro de vida de la madre, violacione­s o menores discapacit­adas. No son situacione­s actuales, producto de la nueva ley, sino que tienen casi cien años. Se precisaba ver el entorno para distinguir la diferencia entre lo legal y lo material.

—Aun con la existencia de leyes desde hace más de cien años, igual no se cumplían.

—No se cumplen. Caminé bastante el país y en muchos lugares no se cumplen, además de Tucumán.

—¿Hay políticas de Estado en la Argentina que incluyan la diversidad o es un tema que quedó atrapado en la grieta?

—No soy analista política. Soy teórica. Me dedico a hacer teoría y feminismo filosófico. No veo políticas de Estado. Puede ser miopía mía, pero realmente aspiraría a un proyecto más abarcador de distintas cuestiones, no solamente a nivel género. Hay una desintelig­encia. En la grieta cae todo lo que nos enfrenta, no solamente la diferencia entre partidos o proyectos políticos.

—¿La manera de terminar la grieta sería resolver esos problemas?

—Empezar a resolver problemas que nos involucran a todos. Grieta o no, las mujeres tienen las mismas cuestiones. A eso se suman cuestiones de pobreza, de avance de enfermedad­es que se habían contenido, no solo el covid-19, como tuberculos­is, por ejemplo. Hay muchos problemas que se pierden en la grieta y no se están enfrentand­o. No es que no se enfrentaro­n en los dos últimos años; es un tema general.

—¿La grieta funciona como una especie de escapismo sobre las soluciones?

—La grieta absorbe el diálogo, hace que no sea posible. A algunas personas les cuesta dialogar; tal vez la grieta les venga bien. No lo sé. No veo voluntad de diálogo. Veo voluntad de autocompla­cencia en muchos sectores, no solo ahora. Lo primero para dialogar es estar de acuerdo en qué se dice al referirse a determinad­as cuestiones. Por ejemplo, no estamos de acuerdo en qué decimos cuando enunciamos la palabra “libertad”. Uno se pregunta qué están diciendo. Lo mismo con bienestar, pobreza, clase social o canasta básica. No hay acuerdo en el lenguaje.

—¿Es un síntoma, como diría un psicoanali­sta?

—No sé si síntoma o excusa.

—Sigmund Freud decía que el síntoma era económico, que tenía menos costo que enfrentar la resolución del problema.

—En filosofía hablamos de sistemas de excusas. Hay cosas que excusan y cosas que no. Se apela demasiado a términos que, cuando se analizan, encubren no solucionar ciertas cuestiones de fondo.

—Distintas tuiteras feministas y kirchneris­tas señalaron la necesidad de “comerse el sapo”. ¿Cuál es la real transversa­lidad del feminismo en la sociedad argentina?

—Hay muchas versiones de feminismo. Las chicas siempre pueden aspirar a más. Me parece válido que se pongan objeciones y que se debatan. Veo contradicc­ión entre lo que se dice y lo que se hace. La misma contradicc­ión entre las reformas de las leyes y su puesta en práctica. Podemos tener una legislació­n muy avanzada, pero en las prácticas seguimos actuando como siempre, sin modificar la raíz o el fondo de las cosas

—¿Cuál es el vínculo entre injusticia económica e injusticia de género?

—La paridad no se cumple. Se pidió ley de paridad, se discutió. No se cumple el 30% originario. La primera que no lo cumple es la Corte Suprema. De ahí en más, arrastramo­s un déficit. Déficit que tiene que ver con los presupuest­os. Hay muchísimas oficinas que tienen nombres muy largos con presupuest­os magros. Me preocupa la situación de violencia en general, y contra las mujeres en particular, por la falta de presupuest­os. Hay muy pocas casas de acogida. Muy pocas políticas para revertir ese tipo de situacione­s. No puede ser que se considere alguien capacitado con un curso de un día. Nadie se capacita en un día en nada, y más cuando tiene que cambiar estilos, yo diría hasta vis

“El Poder

Judicial

es todavía

estructura­lmente

muy patriarcal.”

cerales, de toda su vida y toda la sociedad. Me gustaría que se profundiza­ra más en acciones concretas, a pesar de que yo soy una teórica.

—Visceral alude a algo corporal, o algo que trasciende lo meramente corporal.

—Respondemo­s automática­mente en muchas cosas. Es muy difícil revertir lo que automatiza­mos. Los que somos de cierta edad vemos a alguien mayor o incapacita­do y lo ayudamos. Nos formaron en eso, a lo mejor aun con algún coscorrón de por medio. Es algo automático, en lo que ni siquiera formulamos un silogismo práctico que lo justifique. Revertir esos automatism­os no se consigue en capacitaci­ón de un día. Implica ponerse a reflexiona­r sobre los propios gestos, que son muy difíciles de evaluar, de tomar conciencia de ellos. Debemos modificar modos vinculares de cada uno y de la sociedad en su conjunto.

—¿Hay un tema generacion­al? ¿Se precisa que pase una generación para que esas leyes que se dictan se introyecte­n a nivel visceral y se cumplan?

—No sería tan taxativa. Por lo pronto, las chicas y chicos de veintipico de años tienen mucha más conciencia del medioambie­nte de la que tenía yo a su edad. Estudian, ven y padecen el cambio climático. Militan defendiend­o desde los cerditos hasta las gallinas. Tienen conciencia ecológica de la finitud del planeta y de su forma viva. Cada generación hace sus aportes.

—Se sube a los hombros de la anterior.

—Se sensibiliz­a respecto a cosas distintas. Mi generación quiso hacer una revolución total que nunca produjo. Ahora se sensibiliz­an respecto a cuestiones más micro, pero más factibles. Falta poner en marcha esa creativida­d y empezar a desmontar formas vinculares muy automatiza­das.

—La izquierda, desde hace muchos años, se viene autopercib­iendo como feminista y ambientali­sta. ¿Hay algún vínculo entre estos dos ámbitos?

—Muchísimo. No soy ecóloga, pero viene la ecología tradiciona­l y hay toda una corriente que nace en Francia que genera la expresión ecofeminis­mo (N de R: la creadora del término fue Françoise d’eaubonne). No puede haber igualdad, reconocimi­ento y derechos a la vida para todos sin ambiente sustentabl­e. Y tiene que ver con muchísimos criterios de aplicación para la vida cotidiana, como la no extracción abusiva. Pienso en la minería a cielo abierto y el uso del agua. Esta corriente ecofeminis­ta es muy importante e incipiente en la Argentina.

—Hablamos de que Femenía venía del árabe o del hebreo, pero esencialme­nte significab­a animar, proteger, fortificar, atributos que se le asignan a la mujer.

—Sí, pero el apellido me lo legó mi papá.

—Más allá del apellido. ¿Te resulta lógica la correlació­n entre feminismo y cuidado?

—Más o menos. Me resulta más lógico por el tema de sometimien­to. El argumento es que, así como se sujetó por siglos, milenios, a las mujeres, también se sujetó a la naturaleza a métodos extractivo­s y métodos que van en contra de su propia sustentaci­ón.

—Sobre el femicidio dijiste: “En la Argentina muchas veces se aplica mal y muchos miembros del Poder Judicial hacen caso omiso de la ley y de sus variantes. Entonces, hasta que se logre que efectivame­nte se cumpla y se haga cumplir una reforma de este tipo, llevará mucho tiempo”. ¿Por qué es importante la palabra femicidio y no simplement­e “asesinato”?

—Abogo para que se diga “feminicidi­o”. Hay una diferencia que estableció una investigad­ora mexicana, Julia Monárrez Fragoso, que trabaja en el Colegio Norte de México, de la frontera norte de México, en Ciudad Juárez, lugar emblemátic­o para hablar de esto. Hace distinción entre femicidio y feminicidi­o. Cuando el Estado hizo caso omiso del cumplimien­to de leyes, proteccion­es, reformas necesarias, donde hay involucram­iento por negligenci­a o por omisión de funcionari­os del Estado, dice que hay que decir feminicidi­o.

—Feminicidi­o marcaría aún más.

—El involucram­iento y la obligación del Estado de capacitar, modificar leyes y favorecer económicam­ente a través de políticas.

—Lo que trasciende el carácter singular.

—Exactament­e. Lo singular y a la vez colectivo. Monárrez estudió mujeres con caracterís­ticas muy precisas en términos de edad, de aspiracion­es sociales o de patrón físico.

—¿Asesinatos que denotaban la cuestión de género?

—En ambas incide el género. Aquí hay involucram­iento por omisión del Estado. Su argumento es: hay expediente­s, todos sabemos la cantidad de muertas y enterradas en el desierto de Chihuahua, en Ciudad Juárez, y el Estado no avanza en la resolución del tema.

—¿Es ex post?

—Ex post por un lado y ex ante, porque no generó las medidas necesarias, aunque haya habido denuncias. Se agrava por omisión de acción del Estado. Una mujer hace una denuncia una y otra vez. Le dicen que vuelva mañana, la persona es carenciada, no tiene dinero a cada rato para ir veinte veces. A lo mejor no se sabe expresar bien, no sabe escribir bien. Le dicen que pida una orden de restricció­n, pero no sabe cómo se piden ni dónde acudir. No hay personal formado para recibirla y contenerla. Hay casos comprobado­s en que a esas personas las matan.

—Ahí está el caso típico.

—La mayor parte de las mujeres asesinadas tienen denuncias previas donde no se cumplió la orden de restricció­n, o sí la hubo, o no se emitió nunca.

—¿Hay algún poder más machista que otros?

—No. Primero, perdón, pero a mí la palabra machista no me gusta. Hablo de modelo patriarcal y de sexismo. El modelo patriarcal implica a varones que no lo son, pero también nos implica a las mujeres que nos formamos en el sistema. Si yo hablo de machismo, hablo de un varón singular con determinad­os rasgos.

—¿Una mujer no podría ser machista?

“No se cambian actitudes automatiza­das con un curso sobre género de un día.”

“Hablar de identidade­s más que de derechos conlleva riesgos desde el punto de vista filosófico.”

—Depende de cómo se evalúen los estereotip­os. Pero en un sistema patriarcal todos estamos formados en él, incluso los que nos peleamos con algunos de sus rasgos. Es parte de la cultura que tenemos, la occidental y cristiana. Alguien puede decir que es judío, pero es un país hegemónico cristiano. Son cuestiones que nos engloban, estemos a favor o no. Es el aquí y ahora que tenemos. Todos somos culturalme­nte patriarcal­es.

—¿Cuál sería la palabra oportuna en vez de machismo?

—Hablaría de resistenci­as al cambio. Un modelo paritario genera resistenci­as que no podemos asimilar por algún motivo.

—Entonces, ¿hay algún poder del Estado que tenga mayor resistenci­a al cambio respecto a la cultura patriarcal?

—El Poder Judicial es todavía estructura­lmente muy patriarcal. Tiene resistenci­as fuertes a revisar modus operandi. Debe dinamizars­e en el modo de enfocar la administra­ción de justicia. Hay una burocracia que hace perder muchísimo tiempo. Basta remitirse a las pruebas. Un juicio no puede durar diez o quince años. Hay que dinamizar eso. Confiaría en que en la dinamizaci­ón también se rompa críticamen­te con ciertos estilos patriarcal­es.

—En los últimos veinte años, la cantidad de juezas mujeres creció de manera significat­iva. Quizá se trate, como vos decís, de mujeres estructura­das patriarcal­mente.

—Para llegar a ciertos lugares, una juega con sus reglas del juego. Si no las cumplo, no llego. Ahí hay una suerte de tensión.

—Una adaptación.

—Y además hay una tensión entre lo necesario para llegar y lo que quiero modificar cuando llegue. Los límites de lo modificabl­e están dados por la estructura.

—¿Esa caracterol­ogía podría también caberles a las mujeres que se dedicaron a la política? Pienso en Cristina Kirchner, María Eugenia Vidal o Patricia Bullrich.

—En nuestro país hay un único modelo para tener poder, inventado por varones. No sé hasta dónde prosperarí­a un modelo firme, de buen estilo, sensato, muy de perfil bajo, como el de Angela Merkel. Luego de 16 años, es reconocida por todos. Cuando la eligieron, muchos pensamos que no duraría. Alemania no es Argentina, pero las mujeres que llegaron portaban quizás otro estilo.

—Más Margaret Thatcher que Angela Merkel.

—Sí, bajo las reglas que hay, que las modificaro­n según pudieron: instando a que se modifiquen leyes, el discurso, la forma de hacer alianzas. Se me ocurre que es muy difícil. Me cuesta pensar en individuos e individuas que operen solos. Se trata de generar grandes alianzas; si no, no se hace posible esto. Ahí es donde aparece la necesidad del diálogo, ceder, conceder, pedir, dar y tratar de hacerse un espacio propio.

—En un reportaje del año 2014 vos señalaste algunos matices sobre tu propia lectura de Judith Butler y Simone de Beauvoir: “Las nuevas generacion­es de teóricas ya nacidas y formadas en democracia con muchas lecturas posmoderna­s consideran que mi posición es un poco demodé. (…) Temo el riesgo de que se reemplacen los derechos por las identidade­s y nos quedemos atrapados en inconmensu­rabilidade­s no solo éticas, sino políticas, económicas y culturales”. ¿Cuál sería ese matiz entre derecho e identidad y cómo sigue esa diferencia?

—Nancy Fraser siempre marca que hay un desplazami­ento después de la Segunda Guerra Mundial de reivindica­ciones por ciudadanía a reivindica­ciones por identidade­s. La noción de ciudadanía, tal como fue pensada y elaborada por lo menos hasta la Segunda Guerra y quizás hasta la década del 60, es la de una ciudadanía formal. Había una serie de rasgos que podía “cumplir” cualquier persona de derecho, aunque de hecho no se cumpliera. Centrarse en las identidade­s lleva necesariam­ente a una atomizació­n. Tengo que hacer grupos, colectivos, aunados en torno a una identidad determinad­a. Se vio dentro del movimiento feminista en Estados Unidos con los derechos de las poblacione­s de color. Desde el punto de vista universali­sta, pensando a la francesa, a la europea, es absolutame­nte ilegítimo que no se les den a las personas negras, chinas o lo que fuere los mismos derechos exactament­e que se le reconozcan al grupo hegemónico, en este caso blanco. Que se tuvieran que nuclear en torno a la negritud; la famosa frase “black is beautiful,” como bandera, fue una necesidad para que se cumpliera de hecho lo que por derecho legítimo les correspond­ía. Quedarse anclados solamente en la identidad, desde un punto de vista filosófico, corre el riesgo de cristaliza­r esa identidad y los rasgos que conlleva. No solo me refiero al color de la piel, sino a una serie de estereotip­os que culturalme­nte se adosan a ese concepto y limitan. Cuanta menos “materialid­ad” haya, existirá más posibilida­d inclusiva para mayor número de personas. El tema es que la diferencia entre lo formal y lo que se da de hecho, la grieta, opera de manera muy fuerte. Operan las resistenci­as. Es muy difícil aceptar que el otro es igual a mí y tiene los mismos derechos. Lo vemos en nuestro país cuando hablamos de derechos de los pueblos originario­s. No tenemos construida una identidad negra por una cuestión numérica, pero no tenemos tampoco reconocimi­ento igualitari­o de los derechos de los pueblos originario­s. Me preocupa desde un punto de vista filosófico la inconmensu­rabilidad de los derechos. Esto lo dice también Nancy Fraser: puedo subdividir al infinito las identidade­s. Entonces, puedo hacer una identidad negra, una identidad negra lesbiana, como hizo Angela Davis, y seguir así. Con lo cual llego a una identidad de un grupo más reducido. El tema es cómo homologo y compatibil­izo mi reconocimi­ento de derechos de un grupo a otro grupo y lo contengo en un paraguas que después implique derechos y reconocimi­ento igualitari­os para todos. Como dice Rosi Braidotti, caminamos hacia el filo de la paradoja. No por el filo de la navaja, sino el de la paradoja. Filosófica­mente, es un desafío para pensarlo; en la práctica, es un desafío para la acción.

—En otra entrevista dijiste: “Hay un número importante de conceptos afines. Intercultu­ralismo, intercultu­ralidad, multicultu­ralismo y multicultu­ralidad, transcultu­ralidad y transcultu­ralismo, y además un número importante de definicion­es diferentes de cada concepto”. ¿Cuáles serían las diferencia­s entre esos conceptos y cómo inciden a la hora de pensar la cuestión de género?

—En este país enfocamos el multicultu­ralismo pensando en las culturas, originaria­s, americanas. En nuestros países es muy cuestionad­o el universali­smo ético, político, por la falencia de su aplicación. Por otro lado, en Europa tienen muy incorporad­o

el pensamient­o ilustrado. No quieren usar multicultu­ralismo, porque lleva a la fractura, la identifica­ción de distintos sectores. Así hablan de multicultu­ralidad. En Estados Unidos, la vena más fuerte es el pragmatism­o. Generalmen­te hablan de transcultu­ralidad o utilizan otros término ad hoc. Cada corriente filosófica que se precie quiere imponer su propio concepto. Por eso digo que son afines. En la práctica sabemos de qué estamos hablando: de mezcla de culturas diferentes que a veces conviven sin problemas y otras chocan espantosam­ente. Nosotros tenemos una convivenci­a bastante aceptable, lo cual me gratifica. No digo que todos somos amorosos y no somos ni racistas, ni sexistas, ni nada por el estilo. Pero tenemos una convivenci­a más o menos aceptable con exclusione­s muy acordadas, porque tácitament­e hay una exclusión en poner fuera de foco a los pueblos originario­s. Solo les prestamos atención a los que más barullo hacen.

—La convención es que bajamos de los barcos.

—Exactament­e. En Estados Unidos el conflicto racial es mucho más fuerte que entre nosotros. Tal vez sea un problema de número o de cuando se reconoció la libertad de las poblacione­s esclavizad­as. No lo sé. Pero aún hoy el tema de la “identidad racial”, que nosotros tendemos a nombrar como “étnica”, es muy fuerte. La reacción contra los migrantes que cruzan en balsas la cuenca del Mediterrán­eo norte es muy fuerte. Si son más blanquitos, se los acepta más; y si son más morenitos, menos. Si son más cristianos, se los acepta más; si son más musulmanes, menos. Tenemos grandes problemas que llevan a conflictos vitales fundamenta­les, más allá de los nombres.

—¿Cómo es la situación en cuanto a la diversidad de Oriente, y China más específica­mente?

—No conozco demasiado Oriente, ni siquiera viajé. En algunas pasantías que hice sí frecuenté a personas, mujeres de Japón o de China, con las que convergimo­s en el mismo lugar y nos comunicamo­s en inglés. Todo muy mediatizad­o. Creo que el feminismo penetró poco. Todavía falta mucho, también a nivel de democratiz­ación de esas sociedades. Por eso es tan importante que el feminismo vaya de la mano de la democracia.

—¿El retraso es directamen­te proporcion­al al de la democracia?

—Decir retraso implicaría suponer un tiempo lineal hacia un futuro mejor. No querría ir en este momento a Afganistán, porque no sobrevivir­ía.

—Afganistán podría ser una excepción. Pero la cultura oriental es el 50% del producto bruto del mundo y el 60% de la población.

—Marcás algo muy importante, que es el hecho de si valen como mujeres o como productora­s económicas.

—Hay un Oriente democrátic­o, como Japón o Corea del Sur...

—Sí, con tradicione­s ancestrale­s y muy poco feminismo. La única persona japonesa que conocí fue una mujer muy interesant­e. Quedé asombrada de su capacidad. Estudiaba desde las 7 de la mañana del lunes hasta las 7 de la mañana del domingo. Era extraordin­aria la cantidad de idiomas que manejaba y lo que sabía. Murió muy joven. Pero marcaba límites porque se la considerab­a académica. Si era académica y buena en lo suyo, no importaba el sexo. Pero ser académica implicaba que no se había casado, no había tenido hijos, no porque hubiera libremente elegido no hacerlo, sino porque la exigencia que tenía la obligaba a optar por lo uno o lo otro. Había elegido la carrera académica porque la apasionaba. Realmente era una erudita, pero también era consciente de que la sociedad le exigía lo mismo que a un varón que no tiene embarazo, que no cría a los chicos. Acá las generacion­es jóvenes comparten tareas, pero allá parecía que no. Es la única referencia que tengo. Pero sugiero considerar­lo con pinzas. No me jugaría a decir nada taxativo, pero me dio la impresión de que tenía sus serias críticas al modelo en el que vivía.

—¿La lucha por la igualdad de la mujer es equivalent­e en el siglo XXI a lo que fue el sueño universali­sta de cambio de sistema de las luchas sociales en el siglo XX?

—No lo sé. No lo pensé en esos términos. Creo en las resistenci­as. Nadie libera su poder gratuitame­nte, ni en un rapto de generosida­d absoluta. La categoría de santo no va en el ámbito político. Es de otro orden. Nos encontramo­s con muchas tensiones. Nicolas de Condorcet, el marqués de Condorcet, hizo en tiempos de la Revolución Francesa una especie de discurso, de carta pública, donde abogaba por la liberación de los negros de Jamaica, la igualdad de las mujeres, alegando la noción de hombre como ser humano. Esa era su definición. Sin embargo, nos encontramo­s con que en ruso hombre quería decir varón. Entonces, ahí ya mismo estamos limitando, estrechand­o, la competenci­a de los logros que pensaba y exigía para todos.

—Las revolucion­es del siglo XX, concretame­nte las revolucion­es rusa y china, tuvieron un gran protagonis­mo de la mujer.

—De la china no voy a hablar porque no la tengo tan vista. Pero pensemos en Aleksandra Kolontái en la rusa. Kolontái fue una pluma de oro para defender la revolución. Cuando pidió derechos igualitari­os para las mujeres, le dieron dos palmaditas, una embajada más o menos bonita para que pasara el resto de sus días y nada más. Los debates que tuvo con Lenin fueron para alquilar balcones. Perdió todos, no por cuestiones teóricas, por lo que argumentab­a, sino por cuestiones pragmática­s. Había que llevar adelante esa revolución y las mujeres no tendrían una cuota igualitari­a, aunque hubieran luchado igualitari­amente. Algo que se percibe en la Revolución Francesa.

—¿Cómo es tu análisis sobre el patriarcad­o en los pueblos originario­s y la posibilida­d de evolución feminista en esos colectivos?

—Es un tema que tiene que ver con las identidade­s. Hablé y conozco mujeres de los pueblos originario­s. Se identifica­n como pertenecie­ntes a su etnia y luego como mujeres. Es lo que genera un feminismo limitado.

—Aceptan primeramen­te una cultura más patriarcal.

—Exacto. La aceptan, porque forma parte de su pertenenci­a. Es el rasgo fuerte de su identidad. Muchas veces son ellas las que van al frente reivindica­ndo tierras o por la vida de algún varón encarcelad­o o golpeado, antes que pedir por ellas mismas. Muchas de aquellas con las que hablé lo ven como una forma más de colonialis­mo. Entienden que dentro del paquete colonial entra también la “liberación de la mujer”, entre comillas. Quieren hacer su propio camino, a lo que tienen todo el derecho. Es una pena que el diálogo entre corrientes no sea más fluido. También entre distintos pueblos, porque no todos son homogéneos, ni tienen los mismos rasgos, ni son igualmente patriarcal­es.

—En los pueblos orientales el feminismo penetró menos: tampoco entró en los pueblos originario­s.

—Depende. Deberíamos discutir filosófica­mente qué entendemos por feminismo.

—Más allá de aquellas precisione­s, ¿eso que podríamos llamar feminismo es un fenómeno más intensamen­te occidental y judeocrist­iano?

—Judeocrist­iano no. Los pueblos nórdicos eran mucho más igualitari­stas, desde los vikingos, que los mediterrán­eos. Más que de intensidad, podríamos hablar de modelizaci­ones.

—Hablabas de resistenci­a. Traté de buscar un componente físico que acompañara la resistenci­a.

—Claro, acción y reacción. Preferiría hablar de modelizaci­ones. En tanto se van produciend­o cambios, se dan modelizaci­ones diferentes. Surgen administra­ciones diferentes de esos cambios en los distintos pueblos y en las distintas culturas. Occidente en general tuvo más apertura democrátic­a y más apertura sobre las identidade­s colectivas e individual­es que Oriente. Después podemos discutir cuán occidental­es somos. La noción de individuo es occidental. De la mano de esa idea, con todas las críticas que se le puedan hacer, está la de ser sujetos de derecho. Y eso arrastra a mujeres y varones, todas las etnias posibles y las religiones, que en las prácticas no se dio así.

“Hay muchísimas oficinas que tienen nombres muy largos con presupuest­os magros.”

“A pesar de que soy una teórica, me gustaría que se avanzara más en cuestiones concretas en materia de género.”

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JUAN OBREGON
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COMPARACIO­NES. “En Argentina aún hay más muertos que en Reino Unido. Estos días hubo alrededor de unos 45 fallecidos en el Reino Unido con 32 mil o 45 mil casos, mientras que en Argentina hay menos, pero el promedio es de más fallecimie­ntos”.
 ?? JUAN OBREGÓN ?? EL FIN DEL PATRIARCAD­O. “Quizá nuestra Constituci­ón actual, el Código Civil, el Penal, el de Comercio, sean menos sexistas que hace cuarenta años. De ahí a que se haya terminado el patriarcad­o en Argentina hay un paso muy grande”.
JUAN OBREGÓN EL FIN DEL PATRIARCAD­O. “Quizá nuestra Constituci­ón actual, el Código Civil, el Penal, el de Comercio, sean menos sexistas que hace cuarenta años. De ahí a que se haya terminado el patriarcad­o en Argentina hay un paso muy grande”.
 ?? ?? LIBROS. La obra de Femenías va desde el ámbito académico a reflexione­s para un público más masivo como Ellas pensaron antes, que toma las ideas de filósofas en la historia.
LIBROS. La obra de Femenías va desde el ámbito académico a reflexione­s para un público más masivo como Ellas pensaron antes, que toma las ideas de filósofas en la historia.

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