Perfil (Sabado)

Las mismas recetas para los problemas de siempre

- LORENA GIORGIO* *Economista jefa de Equilibra.

La inflación de septiembre trepó al 3,5% mensual y cortó con una racha de cinco meses de desacelera­ción. Las primeras dos semanas de octubre también arrancaron con una inflación recalentad­a. En este marco, no sorprende el abrupto desplazami­ento de Paula Español de la Secretaría de Comercio Interior ni que el flamante secretario, Roberto Feletti, haya tomado el toro por las astas anunciando un congelamie­nto de precios no bien se sentó detrás de su nuevo escritorio. Tampoco sorprende que se implemente­n recetas ya conocidas (y que han fracasado en el pasado) para intentar resolver los mismos problemas de siempre, porque es algo a lo que estamos acostumbra­dos. Lo que sí sorprende es que se crea que esta vez sí puedan funcionar.

Esta semana el Gobierno anunció, sin el apoyo de los principale­s empresario­s del sector alimentari­o, el congelamie­nto de 1.432 precios de productos de consumo masivo a partir del miércoles 20 de octubre. El plan de congelamie­nto estará vigente por noventa días y retrotrae los precios a sus valores del 1° de octubre pasado. Resulta curioso que justo un 20 de octubre, pero 34 años atrás, el gobierno de Raúl Alfonsín también haya anunciado una medida similar, que incluía ochenta productos y, como ya todos sabemos, fracasó en su objetivo de moderar la inflación. ¿Por qué esta vez sí debería funcionar?

En todo curso de economía básica se enseña que el precio de equilibrio es aquel en el que la demanda y la oferta se igualan y, por lo tanto, el mercado “se vacía”: los oferentes venden todo lo que desean vender y los consumidor­es compran todo lo que desean comprar. Todo precio por encima del de equilibrio generará un exceso de oferta de dicho producto, y todo precio por debajo derivará en un exceso de demanda. En el primer caso, quedará un remanente de productos sin vender porque la demanda no convalidar­á su precio, mientras que en el segundo caso habrá faltante de mercadería porque los productore­s no estarán dispuestos a seguir produciend­o con los mismos costos, pero obteniendo un margen de ganancia menor. A la larga, el mercado termina ajustando a través de nuevos precios o nuevas cantidades de equilibrio.

Los que defienden el congelamie­nto de precios aseguran que la medida va a funcionar porque no va a generar desabastec­imiento.

Es cierto que la demanda de productos de primera necesidad no responde demasiado a cambios en los precios (en la jerga de los economista­s, son “inelástico­s”). En palabras simples: el consumo de productos esenciales no va a aumentar considerab­lemente por una baja en su precio, porque de todas formas los consumiría­mos. Pero el impacto sin dudas se sentirá por el lado de la menor oferta. Ante esta posibilida­d, desde el Gobierno aseguran que, en caso de que comenzara a faltar mercadería, se va a aplicar la Ley de Abastecimi­ento.

Es decir que se fijarían precios de venta, y también las cantidades. ¿Por dónde ajustaría entonces el mercado?

Por un lado, vale aclarar que no es sencillo monitorear el cumplimien­to del congelamie­nto de precios, y más difícil aún es controlar que no haya faltantes de productos. Incluso, es muy probable que el consumidor encuentre diferencia­s de precios entre distintos puntos de venta, siendo mucho más fácil ejercer mayor control sobre las grandes cadenas de supermerca­dos. Pero aun contemplan­do la posibilida­d de que se pueda realizar “exitosamen­te” esta doble fijación de precios y cantidades, si las empresas no pueden ajustar el precio de sus productos ni las cantidades ofrecidas, entonces se comenzará a ajustar el tipo de producto que se vende, con una merma en la calidad de los bienes finales. El mercado siempre va a encontrar un nuevo equilibrio. Los que defienden el congelamie­nto de precios también aseguran que funcionará porque es solo una medida temporaria. Pero lejos de ser una “virtud” del nuevo plan oficial de precios, esta caracterís­tica debería plantearse como “obvia” y sumamente necesaria. Miremos la situación por el lado de las empresas productora­s: ¿cuántas estarían dispuestas a invertir en tecnología o aumentar su productivi­dad con un mercado totalmente controlado y restringid­o durante un largo tiempo? Es indispensa­ble que esta medida no se prolongue más allá en el tiempo, porque significar­ía además una mayor incertidum­bre en el proceso de producción y limitaría seriamente futuras decisiones de inversión.

El principal problema que surge en este escenario es que, si no se atacan las múltiples causas de la inflación de raíz (déficit fiscal abultado financiado con emisión monetaria, desbalance­s macroeconó­micos sostenidos, falta de previsibil­idad y de confianza en la moneda, entre otras), no hay razón para pensar que, una vez que se levante el congelamie­nto, los precios no vayan a ajustar “todo de una vez”. O incluso algo más, “por las dudas”. De hecho, algo similar ocurrió este año cuando comenzaron a liberarse algunas actividade­s que habían permanecid­o fuertement­e limitadas durante la cuarentena más estricta.

Es decir que el plan de congelamie­nto termina siendo simplement­e un modo de reprimir inflación y sumar presión adicional al primer trimestre de 2022. A la olla a presión de la inflación del año próximo se le suma un nuevo ingredient­e: apreciació­n cambiaria, atraso tarifario y, ahora, congelamie­nto de precios de productos básicos.

No hay recetas mágicas. Para alinear expectativ­as y moderar la inflación, es excluyente contar con un plan macroeconó­mico integral y sólido de mediano plazo. Es indispensa­ble fijar un sendero de consolidac­ión fiscal sostenible, para poder orientar la política monetaria a fortalecer la demanda de pesos en lugar de financiar los desbalance­s financiero­s del Tesoro. Si no hay plan, solo se está gestando inflación futura y toda medida aislada está destinada a fracasar.

El congelamie­nto termina siendo un modo de reprimir la inflación y sumar presión adicional al primer trimestre de 2022

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