Perfil (Sabado)

Una enfermedad silenciosa

- SILVIA BENTOLILA* *Médica especialis­ta en psiquiatrí­a.

Son las siete de la mañana, aún entredormi­dos apagamos la alarma del celular. Nos esperan al acecho en formato reverberan­te y redundante las imágenes de cada día, que con intensidad creciente suben la apuesta por captar nuestra atención. Sin haber salido de casa recibimos desarmados, el impacto de los disparos desde toda pantalla disponible.

¿Cómo afecta, cuáles son o serán las consecuenc­ias de esta exposición cotidiana? Qué emociones desatan realidades totalmente ajenas pero cercanas, hoy es objeto de estudio y discusión de varias disciplina­s. Se sabe que los miedos, la ansiedad, y la ira se contagian más rápido que los virus, y ni siquiera es necesaria la cercanía física.

Algunos hallazgos de investigac­iones sobre las reacciones emocionale­s frente a situacione­s críticas pueden ser de gran valor, más aún, consideran­do que muchas dejan secuelas a largo plazo. El especialis­ta en el Trastorno por Estrés Postraumát­ico, Etzel Cardeña, llevó adelante numerosas investigac­iones. Luego del atentado de Las Torres Gemelas realizó un estudio en Nueva York sobre miles de personas. Se encontró una relación directa entre la intensidad de los síntomas post-traumático­s con las horas dedicadas a ver por televisión la cobertura periodísti­ca. Imágenes que reiteraban una y otra vez la misma escena, reactivaba­n en soledad la angustia y el miedo sin posibilida­d de ser procesados. En sintonía con estos hallazgos, Betty Pfefferbau­m advirtió que habiendo transcurri­do cinco años los niños que siguieron por TV el atentado de Oklahoma tenían mayores niveles de angustia.

Para elaborar el impacto de un incidente crítico, se necesita un momento de cierre temporal o finalizaci­ón, algo que difícilmen­te encontremo­s en las noticias. Allí, los eventos parecen quedar congelados en el tiempo, reiterándo­se infinita cantidad de veces la misma escena, por ejemplo los aviones impactando en las torres, o el instante en que alguien es atropellad­o o asaltado en la calle captado desde una cámara. Se reproduce algo similar a lo que ocurre cuando una situación se torna traumática. Quedan almacenado­s en nuestro cerebro retazos intensos de recuerdos, con forma de imágenes, sensacione­s, olores, que fuera de nuestro control, aparecen intrusivam­ente en cualquier momento y como si estuvieran ocurriendo en tiempo presente activan toda la respuesta de alarma, haciéndono­s revivir la situación.

Sumemos otra arista a este complejo problema. En diversas culturas se reconoce que “verse expuesto en situacione­s humillante­s o que avergüence­n” es un factor de riesgo para desencaden­ar el trauma psíquico. Cuántas veces sentimos bochorno por haber perdido el control públicamen­te , o estar tendidos en suelo, heridos en un incidente vial. Podemos llegar a avergonzar­nos por tropezar y caer en la vereda, cuánto más en situacione­s extremas. A pesar de esto, hoy circulan en las redes nuestras imágenes capturadas cuando no estamos en condicione­s de dar consentimi­ento, que pueden causar mucho daño. Sobran los ejemplos de casos conocidos.

Así, es evidente que habrá impacto emocional en unos y otros. Quienes son expuestos y quienes los miran.

El llamado estrés del testigo, o estrés vicario, puede causar un grado severo de afectación, aguda o crónica. El pasado mes de agosto podía leerse en los periódicos: “una mujer murió de un infarto por ser testigo de una balacera en una concesiona­ria”. Pero no sólo se refiere a quienes presencian la situación, sino también a quienes por su tarea cotidiana deben escuchar relatos del horror o asistir a personas víctimas de sufrimient­o extremo, como terapeutas o integrante­s de equipos de asistencia social o de primera línea de respuesta, entre otros.

No resulta fácil decir cuánto y cómo nos afecta la sobredosis diaria de imágenes y relatos, pero no es inocua ni gratuita.

Respetar la seguridad, la dignidad, la privacidad, confidenci­alidad y los derechos de las personas en una emergencia, evitando que nuestras acciones provoquen mayor daño físico o psicológic­o, es una indicación para la ayuda humanitari­a.

La sobreexpos­ición nos afecta de una u otra manera. Es imprescind­ible compatibil­izar el derecho a la informació­n, la libertad de expresión con el respeto a la dignidad de las personas.

Asegurar como sociedad la reducción del impacto traumático es un imperativo ético. Nuestra salud mental está en riesgo.

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