Perfil (Sabado)

Lo espectacul­ar

- MIGUEL ROIG*

Hay pocas cosas más reales que un combate de boxeo. Cassius Clay, llamado Muhammad Ali a partir del momento que ingresó a la organizaci­ón Nación del Islam, además de ser uno de los boxeadores más talentosos de la historia tuvo siempre muy claro cuál era su terreno y cómo, dentro de este, el espectácul­o podía operar sobre la realidad. Ali fue un activista de la minoría negra americana y como tal jamás dejó pasar por alto una sola oportunida­d. Cuando se negó a luchar en Vietnam, declaró: “Ningún vietnamita me ha llamado negro”. En 1974 se organizó una pelea entre Ali y George Foreman por el título mundial de los pesos pesados, que ostentaba Foreman. Nadie esperaba que Ali ganara; aun más, el pronóstico era que sería destrozado en el intento. Sabía que no contaba con los recursos físicos suficiente­s para derrotar a Foreman, una mole de músculos que se activaban para acabar con los rivales de una manera letal, frente a lo cual, Ali puso en marcha su mejor arma, la inteligenc­ia, y abrió dos frentes que hizo confluir en uno. Por una parte, utilizó el viaje a África para su causa política, consiguien­do la adhesión total de la población congoleña, cuyo aliento volcó al segundo frente: la batalla psicológic­a contra George Foreman. Como la pelea se retrasó seis semanas por una lesión de Foreman, todos permanecie­ron en Kinshasa, la capital de la República Democrátic­a del Congo, entonces Zaire. Ali salía a la calle a entrenar y mientras corría rodeado de seguidores estos lo arengaban al grito de “Ali boma ye” (“Ali mátalo”). A los medios no se cansaba de decirles: “¿Miedo de qué?”. Su creativida­d desbordant­e se dejaba ver en cada gesto y su mayor expresión se vio en esa pelea que le ganó a Foreman, Pocos advirtiero­n que en los entrenamie­ntos Ali se dejaba golpear de manera excesiva por su sparring y esa fue su estrategia: solo podía ganarle a Foreman si este se cansaba, y la manera de agotarlo fue dejar que le pegara. Foreman se cansó después de media docena de rounds y Ali controló la pelea.

Como en el gran teatro de Oklahoma de Kafka, en el que cada uno actúa de lo que es y no como un actor que representa un rol, Ali siempre se representó a sí mismo; su versatilid­ad de registros confluye en uno solo, que es el luchador, tanto en el ring como en el campo político. Rey Mysterio es todo lo contrario.

Rey Mysterio es uno de los últimos mitos de la lucha libre profesiona­l que surgió en México y se ha hecho popular en Estados Unidos. La lucha libre tiene de deportivo el necesario entrenamie­nto para poder realizar todo tipo de acrobacias sobre el ring y posee un componente teatral, que es lo más importante porque sin él no habría espectácul­o, el cual hace de la lucha un arte de representa­ción total. El teatro aporta los roles representa­dos por máscaras: Blue Demon, Mil Máscaras, Psicosis, El Rayo de Jalisco, Máscara Sagrada o Rey Mysterio. ¿Quién no se acuerda de Martín Karadagian, el titán de Titanes en el ring? Pero Karadagian nos entusiasma­ba solo a los chicos. Rey Mysterio y los suyos forman parte de un negocio millonario que en Estados Unidos atrae a una legión de adultos.

Es lo mismo que ocurre con Trump, Bolsonaro, Le Pen, Salvini, Orbán, Abascal, Milei: son, como Rey Mysterio, ejecutores de un rol. En el gran teatro de Oklahoma estarían más cerca del espectácul­o que de la política: entran en los Parlamento­s del mismo modo que Karadagian subía al ring.

Hace poco leí una interpreta­ción de Alíen que me gustó (la he buscado para volver a leerla y citarla, pero no puedo recordar ni el medio ni quién la escribió). La reflexión apuntaba a que uno se rodea de afinidades y, a veces, nos pasa como a Ripley en la nave Nostromo al ver cómo sus compañeros de viaje se transforma­n y cuando se da cuenta ya no hay vuelta atrás. Últimament­e empieza a ocurrir con algunos políticos que nos han sido afines. Ya no son los mismos. Se alejan de la política y comienza a practicar aquello que Debord llamaba lo espectacul­ar.

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