Perfil (Sabado)

El día que Charly saltó

- CARLOS POLIMENI*

Esa noche me dijo muchas otras cosas. Hablamos hasta las cuatro. La suya no era una desesperac­ión común. Estaba en el paroxismo del que trepó tan alto que jamás encontrará cómo bajar. En ese hotel costaba dormirse, y costó levantarse. Al mediodía siguiente estaba escribiend­o la entrevista en una oficina prestada y me pareció oportuno que fuese yo quien ubicara a alguien del gobierno nacional para que por lo menos García evacuara Mendoza sin más problemas graves. El Secretario de Cultura y vocero de Fernando de la Rúa, Darío Lopérfido, me preguntó primero por su novia. Le dije que María Gabriela estaba bien, aunque asustada. Agregué que estaba preocupado por Charly:

—Siento que en cualquier momento puede tirarse del balcón —vaticiné.

—Sí… puede pasar… no sé qué espera que hagamos nosotros —contestó el funcionari­o tras un silencio inicial.

Después vino otro silencio, que se interrumpi­ó de golpe.

—Esperá un segundo… se tiró… ¡se tiró! —escuché. La sangre se me congeló. —Qué decís, Darío, ¿cómo que se tiró?

—Se tiró del balcón, cayó en una pileta y está hablando con un notero de TN mientras sale del agua —completó el funcionari­o que estaba en su despacho rodeado de televisore­s encendidos.

Volví al hotel corriendo. El ministro de Trabajo de la Nación, Alberto Flamarique, había citado ese día a una conferenci­a de Grupo Editorial Planeta 31 prensa en el segundo piso del hotel para hablar sobre los problemas de la política nacional. También estaba allí —era mendocino— por la Fiesta de la Vendimia. De frente al ventanal que da al patio interno del hotel, el ministro de la Alianza vio caer a Charly, sin recordar que abajo había una pileta. “Pasó Charly volando”, informó a los sorprendid­os cronistas, que estaban de espalda al ventanal. Por eso fue que quienes lo entrevista­ron todavía en el agua, tras bajar en busca de una primicia macabra, eran periodista­s de informació­n general. Un camarógraf­o que trabajaba para Canal 7 y que llegaba tarde a la cita ministeria­l fue el que captó, desde afuera del hotel, la imagen de García cayendo. Un poco más de una docena de curiosos intentaba trepar a una pared sobre la arbolada calle San Lorenzo, pensando que Charly se había suicidado, ya que un par habían visto caer su cuerpo escuálido rumbo a la nada.

Cinco minutos antes, el músico le había gritado a Lucas Rodríguez, el piletero, preguntánd­ole por la profundida­d, como un ingeniero que hace cálculos en pos de la precisión. El muchacho de diecinueve años le respondió que la máxima era de tres metros, pero no alcanzó a decir que estaba llenándola. Cuando recorrí el lugar, a las trece, juro que no había más de un metro y medio de agua, parejo, a lo largo de la piscina. Media hora antes, vestido con una malla roja, y llevando adelante con tranquilid­ad una ceremonia extrema, Charly tiró primero al medio de la pileta un muñeco inflable, un tentempié del Gato Silvestre de un metro de altura (con el que yo había practicado patadas la madrugada anterior) y observó cómo caía balanceánd­ose en el aire. Luego, despachó rumbo al vacío un porta compacts de madera, coronado por una cabeza de gato siamés, otra de las pertenenci­as de la hija del dueño de hotel que ocupaba el penthouse en días normales. Más pesado y rígido que el Gato Silvestre inflable, el porta compacts cayó vertical, y la cabeza del gato siamés de madera rodó hacia las adyacencia­s. Lucas intuyó lo que iba a pasar y gritó asustado: “¡No te tirés!”. Charly se rió con su ciencia, como hacía de niño cuando practicaba clavados trepándose al techo de una pequeña construcci­ón erigida al lado de la pileta de la quinta de sus padres en Moreno.

*Periodista, conductor y autor,

entre otros libros, de El día que Charly saltó (y otras crónicas salvajes del rock), de donde sale este fragmento, gentileza de editorial Planeta.

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FOTOS: CEDOC PERFIL / TELAM EL SUSTO. “¡Charly!” gritan desde afuera. Es el 3 de marzo del año 2000, recién comienza el milenio y Charly García decide dejar en claro de qué están hecho sus impulsos. La imagen es la más famosa asociada a su mito: una blureada caída desde el cielo.
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