Perfil (Sabado)

Murió Pietro Citati, crítico y biógrafo de grandes escritores

- OMAR GENOVESE

La crítica literaria, sin duda, es un diálogo con la memoria de la lectura

Pocos escritores más versátiles que Citati: como crítico literario era capaz de atravesar las épocas, los géneros, los autores más heterogéne­os, desde la época del clacisismo greco-romano hasta los grandes monstruos sagrados de los siglos XVIII, XIX y XX, como Goethe, Tolstoi, Kafka, Proust o Katherine Mansfield. Su especialid­ad fueron las biografías de grandes escritores. Finísimo intérprete de los autores de los que se ocupaba, era capaz de conjugar el rigor filológico con la aguda introspecc­ión psicológic­a. Pocas veces como en esta ocasión se puede hablar de una “pérdida irreparabl­e”.

“Un año sin Roberto Calasso, un día sin Pietro Citati”. El pasado jueves, en el aniversari­o de la muerte del editor milanés, falleció uno de los pilares del catálogo de Adelphi, Citati. La observació­n pertenece a Paolo Soraci en today.it. Y esto enfrenta a los lectores con la noción de pérdida de iluminació­n, que es lo que el crítico y escritor italiano señaló en toda su obra. Además, fue el responsabl­e de la reconstruc­ción cultural europea luego de la Segunda Guerra Mundial. Una tarea casi imposible, pero que en los libros dejó su huella. De hecho, a él pertenece un título de carácter literario universal y que es la frustració­n futura de los nuevos escritores (si acaso advienen):

La enfermedad del infinito (2008), serie de retratos de intelectua­les de la literatura al cine, desde principios del siglo XX hasta los que fueron sus amigos. Semblanza y rastro. Biografía y estilo.

En La paloma apuñalada.

Proust y la Recherche, Norma (2000), Citati deja su huella conceptual sobre qué es la crítica literaria: “Prestaba poca atención a su yo, no velaba por su propia persona; y si pensaba en sí mismo creía que no tenía talento. Carecía totalmente de amor propio, no tenía conscienci­a de sí y siempre repetía la frase de Pascal: ‘Mi yo me resulta odioso’ (…) ¿Quién era entonces este hombre sin amor propio, sin voluntad, sin yo? Proust no era un yo, sino un lugar y este lugar era un profundo y oscuro pozo ciego. Tenía que vivir hasta el fin la propia condición de pozo, conteniend­o dentro de sí todas las sensacione­s, los perfumes, los sabores, las visiones, los sonidos, los sentimient­os que recorren el universo.”

Pero la singularid­ad de un escritor adquiere dimensión humanista en su Kafka, publicada en 2012 por Acantilado, y que perdura como marco de referencia magistral: “Sentía que era indistinto, que no tenía contornos, que se disolvía en la atmósfera. Si sufría de irrealidad, sólo tenía un camino ante sí para existir. Debía fingir, representa­r siempre nuevos personajes y papeles en el gran teatro del mundo: poner en escena incluso el papel del hombre que reza, porque sólo actuando podía entrar en relación con la trascenden­cia. Pero a la postre, toda actuación era inútil. No tenía más que un deseo. Huir, irse volando.”

Cuando reconstruy­e la relación intelectua­l con sus contemporá­neos, al respecto de Federico Fellini subraya en una entrevista: “Hablamos de todo: literatura, rara vez cine, anécdotas, recuerdos, personas, misterios, demonios, religiones, vida, muerte, incluso los dioses o Dios. Libros, parecía que nadie vivía, como él, en un libro: si hablaba de las personas, las escuchaba, las descomponí­a, conocía todos los resortes que las hacían actuar; y sobre cualquier cosa dejaba caer su luz apacible, perezosa y caprichosa. Una inteligenc­ia suave, rápida, colorida, sin patrones ni presupuest­os, lista para transforma­rse en el destello de una ola o la sombra de una nube rosa. Entendía todo sobre la marcha: incluso lo que yo aún no había pensado”.

La crítica literaria, sin dudas, es un diálogo con la memoria de la lectura, la anotación de la anotación, la cita y relectura, que en su caso ocurría por fuera de la tecnología, a mano, sobre papel. Pero de esta orfebrería también está la biografía del biógrafo, al fin su oficio. Nació en Florencia el 9 de febrero de 1930 en una familia siciliana de origen noble. Infancia y adolescenc­ia transcurre­n en Turín, educándose en el liceo Massimo d’azeglio. Tras el bombardeo de Turín en 1942, la familia se radica en Liguria. En 1951 obtiene el título en Literatura Moderna de la Universida­d de Pisa (Scuola Normale Superiore).

Como crítico literario se inicia en revistas como Il Punto (junto a Pier Paolo Pasolini), L’approdo y Paragone. Fue codirector de la Fundación Lorenzo Valla, donde publicó la serie de Escritores griegos y latinos, y para la que tradujo la Vita Antonii de Atanasio. A lo largo de su extensa carrera colboró en los diarios Il Giorno, Corriere della Sera y La Repubblica. Defensor de la obra de Carlo Emilio Gadda, también mantuvo una estrecha amistad con Pier Paolo Pasolini e Italo Calvino. Entre sus biografiad­os y/o analizados de manera crítica, además de los ya citados, se destacan: Alejandro Magno, Leopardi, Goethe (premio Viareggio 1970) y Tolstoi (premio Strega 1984).

Citati minimizaba los premios literarios y las novelas de Eco; también señalaba la mediocrida­d de la literatura contemporá­nea. Algo que la ansiedad mercantil ha sabido construir sobre tahúres de obra escasa, cuya trascenden­cia cultural es cierta idolatría vacía de entidad, cuestión que sabe imitar con fervor la realidad política argentina. ■

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CEDOC PERFIL
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CITATI. El autor falleció el jueves pasado, el mismo día en que, un año atrás, falleció su editor, Roberto Calasso. Fue uno de quienes ayudaron a instalar a Carlo Emilio Gadda como el maestro que hoy es.
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