Perfil (Sabado)

Humanizar animales

- NANCY GIAMPAOLO

En mi barrio, las consignas por el derecho animal son frecuentes. Como en las veredas no circulan más que perritos y alguna laucha a la carrera, las fotos gigantes de cerdos y vacas con mirada humana evocan mundos lejanos. Ver mascotas de departamen­to hacer sus caquitas bajo carteles que rezan Go vegan lleva a pensar en lugares como Francia, donde los perros deben portar microchips de identifica­ción. Las pintadas en fulgurante aerosol violeta que dicen “Liberación animal” o frases en plan feminismo antiespeci­sta, como el de la española Jesusa Rodríguez con su "Todas las hembras de todas las especies son iguales a los humanos" completan un cuadro que invita a quebrar sus márgenes, a tratar de ver algo más que eslóganes.

La relación entre animales y jurisprude­ncia no es nueva, pero fue cambiando de forma, sin dejar de dar giros bizarros.

Hasta hace no tanto, se los podía enjuiciar. Edward Payson Evans (1831-1917) registró más de doscientos procesamie­ntos en Europa, Brasil, Canadá y Estados Unidos. Asnos, caballos, gatos, perros, aves y anguilas pasaron por el banquillo. El grueso eran causas penales pero también había quienes nombraban a su mascota “heredera universal”. Hubo animales con capacidad jurídica administra­da tanto por institucio­nes religiosas como seculares. En Toledo, por ejemplo, un cerdo devoró a un menor en la primavera de 1572 y fue ejecutado bajo una doble acusación: asesinato y comer carne en Viernes Santo. Durante el medievo hubo un caso emblemátic­o en la campiña francesa, el de la cerda de Falaise, que fue acusada de “irrumpir sin permiso en una morada” y comer los brazos de un bebé que terminó muriendo. El vizconde Pere Lavengin dispuso una combinació­n de ley del Talión, drag y pena de muerte, haciéndole cortar las patas e ir a la horca vestida de mujer. No habían cambiado las cosas para la Revolución cuando el mastín del marqués de Saint-prix mordió a un policía y lo acusaron de “actividade­s antirrevol­ucionarias” para ir a la guillotina. Poco después, en 1805, un buque de guerra naufragó frente a la ciudad inglesa de Hartlepool y solo sobrevivió un chimpancé vestido con uniforme del Ejército napoleónic­o, acusado de espionaje y ahorcado.

Lejos de estas crueles perspectiv­as disciplina­ntes, hoy, el derecho animal gana terreno en las agendas públicas. Argentina se inclina por un enfoque primermudi­sta, descontext­ualizado. Naturaliza­r la imagen de mujeres, hombres y niños sin derechos elementale­s, durmiendo bajo una pintada que dice “Los animales no son comida” quizás sea tan delirante como enjuiciar a una chancha.

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