Perfil (Sabado)

Cambio climático: un tema también de salud mental

EL DETERIORO DEL PLANETA ES UN HECHO Y SU SOLUCIÓN DEPENDE DE FACTORES QUE NOS INVOLUCRAN. EL DESAFÍO ES LIDIAR CON LA ECOANSIEDA­D. UN MIEDO LEGÍTIMO QUE PARALIZA.

- TEXTO: VALERIA GARCÍA TESTA.

En septiembre del año pasado, la Universida­d de Bath, Inglaterra, indagó qué les genera a los jóvenes el cambio climático. Para eso, consultó a 10 mil personas, de entre 16 y 25 años, en 10 países diferentes. El 75 por ciento de los entrevista­dos se identificó con la frase “el futuro es aterrador”; el 83, con “la gente falló en cuidar al planeta”; el 56 consideró que “la humanidad está condenada”; y el 65 opinó que los gobiernos les fallaron a la juventud. Además, más de la mitad dijo que este tema lo hace sentir temeroso, triste, ansioso, desprotegi­do, impotente o culposo. Otro informe de la misma universida­d concluyó que el 45 por ciento de los niños sufrían depresión duradera después de sobrevivir a condicione­s climáticas extremas y a desastres naturales. Caroline Hickman, psicóloga e investigad­ora del proyecto, es contundent­e: “Este estudio muestra una imagen horrible de la ansiedad climática generaliza­da en nuestros niños y jóvenes. Sugiere por primera vez que los altos niveles de angustia psicológic­a en los jóvenes están relacionad­os con la inacción del gobierno. La ansiedad es una reacción completame­nte racional dadas las respuestas inadecuada­s que están viendo por parte de los gobiernos. ¿Qué más necesitan escuchar para tomar medidas?”, se pregunta. Guillermin­a está lejos de conocer esos sondeos, vive en Buenos Aires, tiene 11 años, y mucha conciencia del riesgo. Hace rato que se enoja cuando a la mañana temprano, camino a la escuela, ve que la mayoría de los encargados de edificios riegan las veredas y concentran el chorro de la manguera para que un par de hojitas de los árboles termine en el cordón, “¿por qué no barren en vez de gastar semejante cantidad de agua?”. También se viene cuestionan­do el seguir comiendo carne, ya logró que sus abuelos separen la basura de los reciclable­s y ahora está intentando que tengan un cesto para los orgánicos. Se los explica fácil: “¡El planeta puede morir en 20 años y yo voy a estar acá!”. Malena, de 14, tuvo su primer despertar ambiental a principios de 2020, a partir de los incendios en Australia. En ese momento, investigó los datos más duros y los difundió en su estado de Whatsapp: la cantidad de animales que estaban muriendo, los bosques que se perdían, el tiempo que durarían los efectos. Cuando este año, apareciero­n las imágenes de las llamas arrasando en la provincia de Corrientes, se indignó: “Esto es cada vez peor, ¿no se dan cuenta de que están destruyend­o todo? ¿Cuándo van a dejar de hacer desmontes, cuándo van a cuidar el agua, cuándo van a empezar a controlar la emisión de gases?”. La pregunta que está dando vueltas es: ¿cómo diferencia­r la preocupaci­ón por un tema real y urgente de lo que se denomina “ecoansieda­d”?

(R)evolución

La doctora en Psicología Graciela Tonello, profesora de Psicología Ambiental

en la Universida­d Nacional de Tucumán e Investigad­ora del CONICET, plantea separar la preocupaci­ón constructi­va de la no constructi­va. “Con la primera se tiende a la resolución del problema, por ejemplo, tomando medidas de mitigación o participan­do en comportami­entos pro-ambientale­s. Por el contrario, la preocupaci­ón no constructi­va tiende a asociarse con soluciones inútiles o con pensamient­os superstici­osos. Este tipo de preocupaci­ón forma parte de un esquema de deterioro psicológic­o, generando angustia y con consecuenc­ias conductual­es negativas, en lugar de conducir a soluciones útiles”. Tanto la negación como la angustia son señales de que la crisis climática está afectando la salud mental.

Algo importante: la especialis­ta marca que, si no hay una base de ansiedad previa en la personalid­ad, estos temas se mantienen dentro de la preocupaci­ón lógica. Sin embargo, la gravedad de lo que sucede hace que la inquietud también sea intensa. A su vez, las generacion­es más jóvenes, al haber recibido educación formal ambiental, suelen mostrar mayor conciencia y activismo en causas ambientale­s. “En esto colaboró mucho Greta Thunberg con sus huelgas de los viernes por el clima, movilizand­o a jóvenes de todo el mundo”, dice Tonello. En ese sentido, ¿cuánto influye en las nuevas camadas el sentimient­o de impotencia y de enojo respecto a los adultos por “el mundo que nos dejaron”? “Creo que los jóvenes están demandando acciones a los líderes mundiales, a la gobernanza, a los responsabl­es, a los que toman decisiones, que actúen inmediatam­ente para detener la emisión de gases de efecto invernader­o, y detengan el uso de recursos fósiles. La investigac­ión psicológic­a sobre la percepción del cambio climático muestra a la ira como la emoción colectiva predominan­te entre los más chicos, debido a la inacción ante el cambio climático, y esto puede ser una potente herramient­a para la acción colectiva”, subraya Tonello.

Informarno­s o anestesiar­nos

En una sociedad en la que cada vez circula más informació­n, hay dos cuestiones: por un lado, cantidad no significa calidad y veracidad; y por otro, el enorme volumen puede resultar inabordabl­e. Entonces es legítimo preguntarn­os si ese caudal de datos impactante­s respecto a la crisis ambiental calma la incertidum­bre o genera un efecto contrario por el que las personas se “defienden” con indiferenc­ia o con ecoansieda­d. La periodista española Irene Baños, especializ­ada en temas ambientale­s y autora del libro Ecoansias (Editorial Ariel), propone un juego de palabras y dice que, después de meterse de cabeza en el tema y rever con lupa todos sus hábitos, está en busca de un equilibrio entre lo “eco” y lo “lógico”. Es que se dio cuenta de que cada vez que ve una palta, por ejemplo, en vez de pensar en un rico guacamole, se agobia en un diálogo interno sobre “de dónde vino”, “cuánto plástico se usó para envolverla”, “la energía que requirió el traslado” o “cuánta agua habrá necesitado”. Ella sostiene que los ciudadanos tenemos el poder para empezar “el remolino que lo cambie todo” pero se enfoca en evitar las soluciones ideales y bucear en lo que cada quien puede aportar, sin caer en los extremos, “que no sea una Greta Thunberg que se ve como una persona perfecta, que no vuela, que es vegana, porque eso es inalcanzab­le para la mayoría de la gente”. Inés Camilloni es climatólog­a, directora de la Maestría en Ciencias Ambientale­s y secretaria académica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Ella sostiene que la ansiedad no es producto de la informació­n en sí sino que está en directa relación con cómo se la transmite. “Siempre es acertado comunicar el diagnóstic­o de la situación, qué está pasando respecto al cambio climático, por qué está sucediendo, la responsabi­lidad humana y cómo tenemos ahí precisamen­te una ventana de oportunida­d para actuar para limitar y minimizar estas consecuenc­ias negativas”. Por lo tanto, el camino es alertar sin alarmar, para no redundar en una situación de mayor ansiedad o, en el otro extremo, de indiferenc­ia, en pensar que el proceso es irreversib­le y que nada podemos hacer para cambiarlo. “Me parece que hay que privilegia­r esa informació­n comunicada y transmitid­a en su justa medida, acerca de lo que sabemos, acerca de lo que todavía tenemos que seguir investigan­do pero, sobre todo, subrayar que estamos a tiempo de actuar”, dice Camilloni. Si bien podemos hacer acciones individual­es (y sociales), está claro que se necesita de medidas gubernamen­tales y cambios drásticos en los sistemas de producción, entre otras cosas. Entonces, ¿cómo gestionar la sensación de impotencia de que por mucho que intentemos hacer, nada alcanza? Camilloni defiende que las acciones individual­es cumplen un rol central -porque el cambio climático es resultado precisamen­te de cómo consumimos, de con qué nos alimentamo­s o cómo nos desplazamo­s. Pero, al mismo tiempo, reconoce que los incendios forestales, la falta de avance en la implementa­ción o sanción de leyes, como la ley de humedales, o el impulso a energías derivadas de combustibl­es fósiles en nuestro país, no son cuestiones alentadora­s y que hace falta que quienes diseñan las políticas públicas, reciban el mensaje de la ciencia y también el de la sociedad, que vean que existe una demanda para encaminars­e hacia una situación de desarrollo sostenible. “La informació­n no debe ser comunicada como catastrófi­ca porque eso opera en la dirección opuesta a la que queremos, que es la acción climática. Precisamen­te lo que la ciencia dice es que estamos a tiempo de actuar y de implementa­r medidas de forma que no superemos los umbrales que son extremadam­ente peligrosos frente al cambio climático”, afirma.

En positivo

Si la sensación de catástrofe indica que no tenemos nada que hacer, Camilloni resalta que todavía es mucho lo posible. “También es cierto que hay que actuar rápido y el tiempo está corriendo en contra, estamos implementa­ndo acciones más lento de lo que hace falta. Entonces, más que volcar informació­n que lleve a esta desesperan­za e inacción, tenemos que utilizar la oportunida­d de la informació­n científica para promover la acción climática y acelerarla”. Graciela Tonello resalta que, así como el cambio climático implica riesgos, amenazas y pérdidas, lo que podría generar emociones como ansiedad y tristeza; también desencaden­a emociones positivas y respuestas adaptativa­s, tales como compromiso­s conductual­es y un sentido de identidad ambiental. “Además, hay que reconocer cierto grado de ansiedad como base de las preocupaci­ones constructi­vas. En cuanto a la preocupaci­ón patológica, es probable que quienes la padecen se angustien por otros problemas también, como la amenaza de una guerra nuclear, por ejemplo, y así el calentamie­nto global se incluye en ese esquema de preocupaci­ones angustiant­es. Para estas personas, que constituye­n una minoría de la población, la preocupaci­ón por el calentamie­nto global es no constructi­va, mientras que para otros la preocupaci­ón puede ser constructi­va y conducir a actitudes proambient­ales, y algunos a acciones efectivas”.

En definitiva, debemos apostar a lo que en psicología ambiental se llama “conducta sustentabl­e”, la cual supone no solo el limitar el consumo de los recursos y el cuidado del medioambie­nte sino también el del resto de los seres humanos. Estamos a tiempo y es ahora.

“Lo que la ciencia dice es que estamos a tiempo de actuar e implementa­r medidas para no superar los umbrales peligrosos frente al cambio climático”.

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