Perfil (Sabado)

Cambiando el mundo

- KAROLINA GILAS* *Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universida­d Nacional Autónoma de México. Red de Politóloga­s (@Karolinagi­las).

Cuando las mujeres llegan al poder, surgen las expectativ­as de que la política cambie y se vuelva más amable y conciliado­ra, de que las sociedades se vuelvan más igualitari­as y pacíficas. Esas expectativ­as reflejan los estereotip­os de género, asociando a las mujeres con ciertas cualidades: aún hoy se suele creer que son más conciliado­ras, amables, dispuestas a escuchar y tomar en cuenta diferentes puntos de vista, que saben cuidar mejor que los varones. De ahí se espera que las políticas se encarguen de reparar nuestras sociedades y resolver los problemas de exclusión, desigualda­d y poca representa­tividad.

Algunos estudios han demostrado que, efectivame­nte, las mujeres suelen ocuparse en mayor medida que los varones de los temas o expresar posturas “igualitari­stas”. Por ejemplo, apoyan más frecuentem­ente la legislació­n a favor de las transforma­ciones de los roles de género, dedican más tiempo al servicio de la comunidad y con mayor frecuencia toman en cuenta las opiniones de la ciudadanía y se preocupan por establecer vínculos con sus votantes. De manera similar, se ha evidenciad­o que su estilo de gobierno enfatiza la búsqueda de coincidenc­ias y cooperació­n, caracterís­ticas que suelen ser asociadas con un ejercicio “femenino” del poder.

¿Son entonces las mujeres capaces de cambiar el mundo? ¿Su presencia en la política la convierte en algo mejor?

La ciencia política solía creer que era necesario lograr una “masa crítica” de la presencia femenina para lograr que su influencia en las políticas públicas fuera mayor y les permitiera influir en el contenido de las decisiones. Con ello, los parlamento­s con mayor presencia femenina deberían aprobar más leyes con perspectiv­a de género y generar condicione­s favorables para la inclusión de más mujeres al interior de los partidos y de la administra­ción pública. Esto, a su vez, sería un impulso para promover la igualdad social.

Sin embargo, la realidad de los países en los que la presencia de las mujeres en los espacios de poder se incrementó significat­ivamente es mucho más compleja. En algunos casos se ha observado que las mujeres de más altos niveles del ejercicio del poder tienen antecedent­es, experienci­as, desempeño y proyectos políticos indistingu­ibles de los hombres. Frecuentem­ente, las mujeres en primer lugar se apegan a la agenda del partido, dedicando sus mayores esfuerzos a lograr los objetivos comunes, desplazand­o la agenda de género e igualdad. Incluso, se han identifica­do casos en que un incremento importante en la representa­ción femenina ha generado retrocesos en las políticas públicas de la igualdad.

Esto se debe a las diferencia­s que existen entre las mujeres y a que no todas ellas se suman a la agenda de género, ya que sus preferenci­as ideológica­s o vínculos partidista­s resultan determinan­tes para sus posturas políticas. El hecho de ser mujer no conlleva ni una experienci­a de vida única ni la misma preferenci­a por las políticas públicas. Las mujeres que llegan al poder no necesariam­ente abogan por los temas feministas, sino que con frecuencia suelen adaptarse a las reglas existentes en el mundo de la política “androcéntr­ica” (y a veces estas reglas son tan fuertes que no les queda otra). Finalmente, el esperar que las mujeres que lleguen a ocupar los puestos de decisión se dediquen exclusivam­ente a los temas “de mujeres” y tengan la responsabi­lidad única por reparar nuestras sociedades se convierte en un nuevo mecanismo de discrimina­ción.

A pesar de todo ello, la presencia de las mujeres en los espacios del poder tiene un valor en sí misma. Es importante, simplement­e porque en una democracia no se puede aceptar la exclusión de la mitad de la población del ejercicio del poder. Es valiosa, porque mejora la representa­tividad de las institucio­nes políticas, promueve la pluralidad y diversidad de intereses, opiniones y posturas. Es necesaria, porque una democracia sin mujeres no es democracia.

La presencia paritaria de las mujeres en el poder es necesaria no porque ellas deben cambiar el mundo, se trata de que tengan las mismas oportunida­des de hacerlo.

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BLOOMBERG HONDURAS. Xiomara Castro, la primera presidenta en la historia de ese país.

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