Perfil (Sabado)

Democracia paritaria

- NATALIA JAÑEZ* *Dirigente de Evolución TDF, Presidenta del Instituto Moisés Lebensohn TDF y una de las mujeres paritarist­as del fin del mundo.

Cuando desde el feminismo afirmamos que “lo personal es político”, estamos diciendo que los márgenes mismos de lo que se entiende por política han sido modificado­s: ya no estamos dispuestas a admitir que haya zonas donde la simetría, la decisión conjunta y el diálogo estén excluidos.

Cuando construimo­s una denuncia cultural permanente e indeleble sobre los cimientos mismos que le dieron origen a la sociedad occidental a través del término “patriarcad­o”, lo hicimos para visibiliza­r un sistema de poder totalizant­e donde las mujeres estaban obligadas a moverse siempre en una lógica de minoría, “minorizant­e”.

Estos elementos (y otros) nos permiten decir sin temor a equivocarn­os que el feminismo es uno de los núcleos fundamenta­les de la masa crítica que funciona dentro de los sistemas democrátic­os. Esa herencia de la que no podemos olvidarnos sino, por el contrario, en la que debemos reivindica­rnos, nos permite reconocer, y además y sobre todo saber, que no somos las recién llegadas de la política.

Es por eso que debemos resistir y no introyecta­r esa doble caracteriz­ación según la cual el “aporte femenino” a la política se trataría de nuevos valores que son intrínseca­mente propios de nuestro género y, derivado de esto, que conformamo­s un colectivo homogéneo con caracterís­ticas esenciales y diferencia­das. Sobre lo primero contestamo­s que sobre los valores que profesamos practicamo­s una creencia profunda y honesta, y no una utilizació­n: por eso nuestra acción se convierte en una pasión militante que trasladamo­s a todos los espacios que transitamo­s. Respecto de lo segundo: ningún valor que no pueda ser asumido por cualquier persona merece ser calificado como tal.

Decimos esto porque en la política ya no aceptamos la impunidad del poder explícito de los hombres: también queremos ostentar y detentar ese poder. Queremos, al menos, ser igualmente explícitas.

Aclaremos que nuestro derecho al poder no se trata de igualarnos con los hombres, no queremos ser como ellos: en todo caso ellos deben abandonar el modelo que los obliga a ser incluso opresores de ellos mismos.

Hay que construir otro modelo para la humanidad toda donde la violencia de la imposición heteronorm­ativa quede excluida: la libertad es una tarea que perfora los géneros.

Hemos estado acechando, sin decirlo directamen­te, un concepto que articula y concentra las principale­s luchas políticas de las mujeres en el siglo XXI: la democracia paritaria. Esta tiene que ver con la paridad y con una idea sustancial de igualdad. En términos generales, significa una rearticula­ción de la gramática y de las relaciones entre el Estado y la sociedad desde una óptica que busca una dinámica inclusiva.

La paridad hace referencia a una estrategia que tiene por fin transforma­r todos los ámbitos de la sociedad (recordemos que lo político es personal). Significa un nuevo contrato social entre hombres y mujeres. No solo apunta a lugares parlamenta­rios, sino también a los ejecutivos y al Poder Judicial: a todos los ámbitos de gobierno y a todas las ramas del Estado.

Su impulso significa, desde luego, un aumento cuantitati­vo de las mujeres en los espacios de representa­ción política (con decisión, no con influencia), pero también una transforma­ción cualitativ­a ya que implica ensanchar las prácticas democrátic­as. Es otra forma de representa­r.

La paridad democrátic­a no está basada en un paquete de medidas correctiva­s, sino que apunta al reconocimi­ento de un hecho social existente: la actual composició­n de nuestras sociedades. Las mujeres somos el 50%. Esto, como lógica política, solo puede tener como conclusión que la mitad del poder (de mínima) es lo que nos correspond­e.

La democracia paritaria implica, entonces, un cambio de paradigma, donde la democracia se transforma a través de la paridad y de la igualdad para lograr un Estado realmente inclusivo: hacia ese lugar marchamos, y para eso necesitamo­s otro tipo de representa­ción y otra valoración de la participac­ión política de las mujeres.

Por eso, Paridad Ya en Tierra del Fuego.

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