Perfil (Sabado)

Mis noches en el Lido

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El cine Lido quedaba a la altura en la que la vorágine de la avenida Cabildo (con epicentro en la esquina de Juramento) ya decididame­nte declinaba (declinaba en los discretos cruces con Guayrá, con Iberá, calles así). Sus butacas no eran para nada mullidas, ni siquiera hospitalar­ias, lo que ayudaba a mirar las películas sin letargos de repantigam­iento. Fue ahí donde los vi, en una noche ya remota, a él y a ella, a John Travolta y a Olivia Newton John. Y es noche que no se me olvidará, porque marcó (luego sabría que para siempre) mi sentido del amor (el sentido que el amor puede llegar a cobrar para mí).

Recordarán segurament­e ese viraje decisivo que tiene Grease el compadrito, cuando Sandy se transforma de manera por demás impactante: deja de ser la chica retraída y modosita que había sido hasta entonces, deja de pronto los vestiditos sobrios y el pelito acomodado por atrás de las orejas, e irrumpe como una bomba de detonación continua, expansiva y desenvuelt­a, con rulos de fuego y pantalones de cuero. Entonces sí, Danny Zuko sucumbe a ella, se deslumbra, se fascina, cae rendido a sus pies. Yo por mi parte, en la oscuridad, tramitando mis casi doce años en la butaca del cine Lido, descubrí (luego sabría que para siempre) que prefería a la Sandy anterior, la sencilla, la más dulce y sin estridenci­as. Mientras Travolta en la pantalla se enamoraba de la nueva Sandy, yo en el Lido ya extrañaba a la que había dejado de ser.

Así incidieron por ese entonces en mi educación sentimenta­l por vía del cine, Grease y Olivia Newton John, en un grado que solamente alcanzaría Melody.

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