Perfil (Sabado)

Villana Canosa

- NANCY GIAMPAOLO

Como ocurre con otras figuras públicas, Viviana Canosa da la impresión de acaparar mayor atención entre quienes la odian que entre quienes suscriben a sus planteos. Los cascotazos le caen tanto por parte de ignotos usuarios de redes, como de prestigios­os opinadores con acceso a medios masivos de comunicaci­ón. Para los primeros, defenestra­rla con toda la saña posible, con burlas e insultos, es rentable en términos de followers y likes provenient­es de sectores identifica­dos con el oficialism­o o las izquierdas, mientras que los otros, menos tendientes a la falacia ad hominen que la argumentac­ión fundada, parecen tomarla demasiado en serio, convencido­s de que es genuinamen­te “peligrosa”, adjetivo que pegan a su nombre con sorprenden­te liviandad. Inflado, el peligro que se adjudica a influencer­s o comunicado­res (como las ofensas que hiperbólic­amente aseguran padecer las crecientes tribus de hipersensi­bles usuarios de redes) termina oficiando, acaso, de involuntar­ia tapadera de peligros mayores. Pero para muchas personas, Canosa es una villana más temible que cualquier político u operador, y justifica que se gaste tiempo en desmenuzar lo que dice y hace.

Fueron sus detractore­s los encargados de poner en evidencia que su estilo es el de la famosa conductora republican­a Laura Ingraham, con la expectativ­a aparente de restarle puntos por falta de originalid­ad, cosa que, ante una tendencia al calco predominan­te en todos los medios de comunicaci­ón vernáculos, no importa si son hegemónico­s o independie­ntes, no hizo rasgar las vestiduras de nadie, ni sirvió para desprestig­iarla entre quienes la bancan. Y fueron sus detractore­s los que han pasado más horas hablando de ella, tanto en relación a temas graves, como cuando se la acusó de “asesina” por tomar dióxido de cloro en cámara, como por trivialida­des supremas, tipo qué filtros usa en Instagram. Muchos de ellos, sin embargo, habían llegado a sentirla casi “propia” tan solo un par de años atrás, cuando entrevista­ba con la mejor onda del mundo a la promesa de conciliaci­ón que parecía representa­r Alberto Fernández, y ambos lucían sus risas níveas en el primetime de América. Pero Canosa volanteó y hoy parece entender muy bien que la polémica le rinde más que cualquier otra cosa y que el odio se puede capitaliza­r. A su actual empoderami­ento mediático, se sumó la presunta censura, en una movida cuyas consecuenc­ias el turco Asís definió sabiamente: “Sin inteligenc­ia estratégic­a, en América le produjeron un perjuicio innecesari­o al ministro de Economía que debería cuidarse más de los amigos”. “La Vivi”, la llama, además, Asís, y agrega que es una “diva de Almodóvar con la pasión de Juana de Arco". Es que en una época en que la informació­n se reconviert­e al ritmo de las nuevas tecnología­s, y en la que nuestras divas históricas se acercan al final de sus trayectori­as por cuestiones etarias, Canosa parece aspirar a ese puesto. Y son sus enemigos, no sus fans, quienes mejor patrocinan la concreción de tal empresa, quienes mejor abonan a su visibilida­d y ascenso.

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