Perfil (Sabado)

Las institucio­nes determinan el nivel de vida de los países

- AGUSTÍN ETCHEBARNE* * Director general de la Fundación Libertad y Progreso.

El debate sobre las causas de la declinació­n argentina es interminab­le. Una hipótesis posible es que las institucio­nes que regulan la toma de decisiones son cruciales, para generar los incentivos adecuados para que un país crezca y se desarrolle de manera equilibrad­a. Hay dos tipos de decisiones que tomamos diariament­e. Las que son libres y voluntaria­s, pero que requieren que se respete la vida, la libertad y la propiedad privada de las personas, son las que llamamos institucio­nes del mercado. Luego están aquellas que son reguladas por el Estado a través de normas o leyes que son reforzadas por el poder de coacción o amenaza de coacción estatal, por ejemplo, impuestos, contribuci­ones y normas de todo tipo.

La Constituci­ón de 1853 estableció un sistema de gobierno con pesos y contrapeso­s que permitiero­n mayormente restringir la coacción del Estado a normas que aseguraban las libertades de los individuos. Es decir, la actividad del Estado, las leyes y regulacion­es estaban en general dirigidas a garantizar la vida, la libertad y la propiedad de cada individuo, asegurando la igualdad de todos los habitantes de la Argentina, sin distinguir entre extranjero­s o nativos, y sin ningún tipo de prerrogati­vas de sangre, títulos de nobleza o privilegio­s.

Las nuevas ideas de los revolucion­arios de 1810 avanzaron a los tumbos hasta que quedó firme la Constituci­ón en 1860.

A partir de allí, tuvo un vertiginos­o éxito, en especial desde la crisis de 1890 hasta la Primera Guerra Mundial. El libre comercio nos colocó entre los primeros lugares del mundo con un agro inigualabl­e y una industria incipiente, pero pujante y un envidiable nivel de educación y progreso de la población.

Pero las institucio­nes comenzaron a deteriorar­se de manera un tanto temprana. Tal vez, todo empezó con la reforma en la educación de Ramos Mejía, que sustituyó la pedagogía de “educar al soberano” en sus derechos, por la de educar al habitante sobre la soberanía nacional y la argentinid­ad. Esto permitió ir mitigando las ideas de la libertad. La Corte Suprema pareció ir en sintonía olvidando su rol de custodio de la Constituci­ón y comenzó a admitir todo tipo de leyes que restringen las libertades individual­es emitidas por el Congreso Nacional. En 1922 respaldó a la ley que congelaba el precio de los alquileres, y avanzaba sobre el derecho de propiedad. En 1927 estableció la Doctrina de Facto, por la cual se aceptaron impuestos inconstitu­cionales y más tarde aceptó el gobierno surgido por el golpe de Estado de 1930. Ya durante la crisis de esa década se agregó la Doctrina de la

Emergencia y desde entonces, la Argentina anda de facto y en emergencia y la Constituci­ón pasó a ser un documento muerto. Perón la reemplaza por completo y, si bien es restableci­da luego por la Revolución Libertador­a, se le agrega el famoso art. 14 bis, con derechos de la Carta del Lavoro, violando el reaseguro contra el socialismo que había explicado Alberdi en su Sistema Económico

y Rentístico. Se agrava más el asunto con la Reforma de 1994, donde por un pacto espurio entre Menem y Alfonsín, se la modifica con el solo objeto de favorecer a la clase política por apetitos personales. La Constituci­ón pierde el interés por la igualdad y se reinstalan las prerrogati­vas de sangre y los privilegio­s para los “pueblos originario­s”, entre otros desatinos.

Hasta aquí es materia de un debate interminab­le, pero Martín Krause, consejero académico de Libertad y Progreso, elaboró un índice que intenta resumir la calidad de las institucio­nes. Se compone de dos subíndices, el primero hace un promedio simple de cuatro indicadore­s, que miden las institucio­nes políticas; y el segundo es un promedio simple de otros cuatro indicadore­s que miden las institucio­nes de mercado: Rule of law (respeto a la ley) (elaborado por el Banco Mundial); Voz y rendición de cuentas (también del Banco Mundial), hasta 2017 se usó Libertad de Prensa (de Freedom House) que fue discontinu­ado; Libertad de prensa (de Reporters Sans Fronteres); Percepción de la corrupción (de Transparen­cia Internacio­nal), Libertad Económica (de Heritage Foundation), Libertad Económica (de Fraser Institute); Haciendo Negocios, del Banco Mundial, Índice de Competitiv­idad Global del Banco Mundial (discontinu­ado en 2020); Índice de Competitiv­idad Global del Índice Internatio­nal de Derechos de

Propiedad (IPRI).

El promedio simple de todos estos indicadore­s son una manera fácil y representa­tiva que nos permite ver si estamos mejorando o empeorando. El resultado nos permite mostrar la tremenda declinació­n institucio­nal de la Argentina. Nos encontramo­s en la segunda mitad de la tabla en el puesto 116 sobre 184 países relevados. Si abrimos los indicadore­s veremos que luego de estar entre los primeros diez niveles mundiales en el mejor momento de la década del 90, caímos en institucio­nes políticas al puesto 76 (hay 75 países en mejor posición), aunque todavía tenemos una democracia electoral. Mucho peor estamos en las institucio­nes de mercado dado que la intervenci­ón estatal es exagerada, las 70 mil regulacion­es impiden o complican la libre cooperació­n entre las personas y los impuestos y contribuci­ones son completame­nte exagerados, por eso no extraña que nos encontramo­s en el puesto 142. No estamos entre los países libres, ni moderadame­nte libres, ni siquiera entre los “moderadame­nte reprimidos”; Argentina se encuentra en el lote de los países más reprimidos del globo.

En libertades económicas nos encontramo­s en el puesto 27 entre 32 países de América. Las principale­s deficienci­as se encuentran en la insegurida­d sobre el derecho de propiedad; el elevado nivel de gasto público ineficient­e y la indiscipli­na fiscal que hace temer reiteradas y creativas confiscaci­ones; la carencia de libertad de moneda que es usada como mecanismo de saqueo al sector productivo; los permanente­s impuestos transitori­os que se aprueban en una emergencia que no cesa; los controles de precios; las leyes de alquileres y de góndolas; un mercado laboral afectado por exceso de regulacion­es y juicios. Y finalmente las restriccio­nes al libre comercio internacio­nal en la forma de un arancel externo promedio del 12,2% (frente al 2% de EE.UU. o el 1,5% de Canadá) y más de 145 restriccio­nes paraarance­larias.

Este diagnóstic­o tiene que ser parte esencial del debate político para comprender la necesidad de las profundas reformas estructura­les que deberá llevar a cabo el próximo gobierno. El premio de hacer reformas como las que encararon hace cuatro décadas países como Irlanda o Nueva Zelanda, sería multiplica­r por cuatro nuestros salarios promedio de la economía, y reducir sustancial­mente la pobreza. Valdrá la pena enfrentar todos los obstáculos que se presenten.

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CEDOC PERFIL ACAMPE. Las manifestac­iones son moneda corriente cada semana.
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