Perfil (Sabado)

Un triste papel

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Motivos de público conocimien­to me tuvieron alejado del teatro, que es mi vida. Bah, casi no hubo teatro por un par de años. Y ahora que los astros se realinean y que vengo a estrenar después de tanto tiempo, los indicios de apocalipsi­s (que suelen ser apenas fantasías) aparecen con más fuerza y asidero.

Un dato menor pero inquietant­e es lo que ha sucedido con el papel desde mi último estreno hasta este otro. Sufrió un aumento del 470% y no podría certificar sobre qué piso. Están los monopolios, el viraje del uso hacia el embalaje, qué sé yo. Diseñé programas, postales y una gráfica de lujo. Solo para descubrir que este año hacer programas de mano ya no está de moda ni es muy ecológico. Siempre me ha gustado pensar que el público que se sienta a ver la obra requiere a veces, o casi siempre en mi caso enrevesado, una guía, un mapa de lo que va a pasarle. Mi maestro Kartun afirmaba que las obras no debían informar de más y que aquello que fuera informació­n (y no acción) era preferible que aterrizara en el programa de mano. Pues ya no queda ni esa chance. Las imprentas se niegan a usar el poco papel que tienen, la poca cartulina, en algo que es aparenteme­nte prescindib­le. ¿Lo es? Me convenzo en voz alta de que no: mi obra tiene siete cantos, análogos a las siete virtudes, me gustaría que la gente lo notara y que tuviera en su cabeza un mapa mental del recorrido, como cuando uno entra al zoológico y decide qué ruta hacer para llegar a los gorilas, en vez de toparse con jaulas al azar. Pero tampoco hay ya zoológicos, porque les humanes no somos les de antes, y es posible que la tal guía sea una quimera.

Tampoco hay postales, que servían de propaganda y souvenir: una ocasión mixta para informar los horarios y el sitio y para regalar una pequeña pieza de arte atesorable en el fondo de un cajón para el futuro.

Solo estoy viendo el lado más inocuo del retroceso del papel en nuestras vidas. La verdad es que a este paso muy pronto no habrá libros. O solo habrá best sellers. De la misma manera que las películas independie­ntes fueron cediendo terreno a los blockbuste­rs de plataforma­s o los conciertos íntimos a los megarrecit­ales organizado­s por empresas comerciale­s o por el Estado.

Está muy mal la cultura. O eso que teníamos por cultura.

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