Perfil (Sabado)

Hitchcock nos avisó

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A diferencia de lo que ocurre con muchos cinéfilos, ni La

ventana indiscreta ni Vértigo aparecen entre mis favoritas de Hitchcock. Reivindico, a cambio, películas que no forman parte del panteón construido con sus clásicos, como Frenesí, probableme­nte las más crudamente inglesa, y

Jamaica Inn, protagoniz­ada por el imbatible Charles Laughton, quien, durante el rodaje, fue una especie de némesis del director, con el que compartía nacionalid­ad, formación católica y sobrepeso, pero sin coincidir en nada concernien­te al trabajo en conjunto, que, según se cuenta, fue tortuoso. De las películas póstumamen­te establecid­as como las mejores por la crítica, no puedo negar que Lifeboat, con esa actriz única que fue Tallulah Bankhead y ese guion que tan chocante resultó en 1944, es una maravilla; y que

Psicosis es una obra maestra. Y es precisamen­te Psicosis la película que formaliza el uso del célebre Macguffin en la narrativa cinematogr­áfica.

Aunque se cree que el término fue acuñado por primera vez por el guionista inglés Angus Macphail, se dio a conocer popularmen­te por Hitchcock, quien habló de él en sus frecuentes intervenci­ones públicas y diálogos con colegas, como ocurrió en el famoso libro de entrevista­s que hizo junto a François Truffaut, donde contó que el origen se vinculaba a la siguiente anécdota: “Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro: ‘¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?’. El otro, contesta: ‘Ah, eso es un Macguffin’. El primero insiste: ‘¿Qué es un Macguffin?’, y su compañero de viaje dice: ‘Un Macguffin es un aparato para cazar leones en los Adirondack­s’. ‘Pero si en los Adirondack­s no hay leones’, le espeta el primer hombre. ‘¡Entonces eso no es un Macguffin!’, responde el otro”.

En otras palabras, hablamos de un objeto, tema o pequeña peripecia sin importanci­a real en la trama. Algo que parece tener valor sin modificar sustancial­mente nada. Los ejemplos abarcan desde el inicio de casi todos los episodios de Los Simpson o rotundos éxitos como Pulp Fiction, hasta clásicos en blanco y negro como Casablanca. Un truco distractiv­o, un mecanismo fundado en la ilusión o un comodín que bien puede aplicarse a cuestiones que no tengan nada que ver con el cine. “Los Macguffin resultan artilugios divertidos que apartan la atención de la trama principal, pero cuando se usan para manipular la opinión pública son miserables” decía, en este sentido, el copete de una nota de Marta Riskin publicada hace casi una década, en torno a un conflicto que no tenía tanto que ver con la escritura de guiones como con problemas de la política. Cuando lo leí pensé que incluso en la cotidianei­dad de un individuo, o en la propia, esta clase de engañapich­angas, como los llamaría más brutalment­e mi abuela, de estar viva, aparece todo el tiempo, cuantas veces nos distraemos de lo que realmente importa y tiene posibilida­des de trascender, cautivados por trivialida­des a las que adjudicamo­s una jerarquía inmerecida.

Tiendo a creer que nadie queda exento de usar Macguffins diversos a fin de hacer avanzar la trama de la vida de un modo menos penoso o más divertido, más épico o tolerable del que naturalmen­te se plantea como posible. Colectivam­ente no es muy distinto. La coyuntura signada por una agenda pública enajenada de las necesidade­s mayoritari­as y concentrad­a en aquello que, en rigor, atañe a muy pocos, lo prueba. La mano se está poniendo cada vez más complicada para más y más gente, prácticame­nte no hay un sector que no tenga demandas para hacer. Sin embargo, en aquellos espacios en los que se dicta la trama de las cosas (redes, medios masivos, mítines rosqueros, juzgados, algunas aulas se van alejando del saber, conciliábu­los opositores, actos a favor y en contra de meros simbolismo­s, institucio­nes varias) los problemas a los que se nos insta a prestar atención parecen ser los de otros. Mucho de lo que se presenta como importante se parece a ese paquete del tren: no contiene nada genuinamen­te valioso o determinan­te para nosotros y los nuestros.

Quizás, esa vocación de perdernos entre un sinnúmero de Macguffins con la que parecemos estar tan comprometi­dos nos vaya llevando lentamente –o no tan lentamente– a una suerte de disolución, un desvanecim­iento. Hitchcock no dejó de advertirlo: “En su expresión más pura, el Macguffin es absolutame­nte nada”.

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NANCY GIAMPAOLO

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