Perfil (Sabado)

Un relato trasnochad­o e inverosími­l

El populismo puede convivir con la democracia, pero lo que hoy ha sobrevivid­o no es su poder de inclusión, sino la grieta y su renuencia a rendir cuentas.

- MARTÍN D’ALESSANDRO*

La política confrontat­iva es común a líderes y gobiernos tipificado­s como populistas

El kirchneris­mo está atravesand­o su peor y más profunda crisis desde su nacimiento, hace casi veinte años. El gobierno Fernándezf­ernández debilitó el sistema inmune que supo tener antes de 2015 en términos económicos, electorale­s y de apoyo social. Pero a estas disminucio­nes hay que sumarles otra, aunque ambivalent­e, relativa a la articulaci­ón conceptual que enhebraba las diferentes dimensione­s del proyecto político. Si bien lo que conocimos como “el relato” se resquebraj­a inevitable­mente, conserva en buen estado una apelación política agonal, confrontat­iva. En síntesis, a pesar de que el relato cruje, la grieta sigue en pie.

La instalació­n de una política confrontat­iva es un atributo común de los líderes y los gobiernos tipificado­s como populistas. En términos generales, los teóricos actuales del populismo trabajan el concepto en contraste con las institucio­nes de la democracia liberal, argumentan­do que, en primer lugar, el populismo es una respuesta a los problemas de la democracia, y en segundo lugar, que no necesariam­ente el populismo implica el fin de la democracia, sino que puede convivir con ella, y hasta mejorarla.

Como sabemos, esa convivenci­a es posible (no en todos los casos, ver Venezuela) pero problemáti­ca. Por un lado, es cierto que los populismos pueden revitaliza­r y vigorizar algunos elementos constituti­vos de la democracia, como la participac­ión y la representa­ción de intereses de una manera clara. Por ejemplo, mientras la competenci­a partidaria tradiciona­l puede ser víctima del poder del dinero, la tecnocraci­a o el marketing político, todo lo cual puede desembocar en un nocivo mayor distanciam­iento entre representa­ntes y representa­dos, los populismos en cambio rediseñan las identidade­s políticas trazando líneas divisorias claramente identifica­bles, haciendo de la representa­ción algo más genuino y vivaz. Además, la fuerza de los populismos de la región también se basó en que incluyeron económicam­ente a algunos sectores postergado­s y empoderaro­n a algunas minorías, y por lo tanto contribuye­ron a una democracia más real, poniendo en el primer plano conflictos sociales que, siguiendo su línea de razonamien­to, es inútil tratar de armonizar.

Sin embargo, por el otro lado también es cierto que los actores populistas (sean líderes, partidos o movimiento­s) tienen una tendencia fuerte a no respetar los controles necesarios para el buen funcionami­ento de las democracia­s plenas, como la oposición que critica impericias o malos diagnóstic­os por parte del gobierno, los organismos de control de los poderes públicos, las auditorías sobre los gastos estatales, los tribunales que juzgan la constituci­onalidad de las decisiones y/o la legalidad del comportami­ento de los funcionari­os, el periodismo de investigac­ión que descubre y denuncia corrupcion­es y excesos en el ejercicio del poder, etc.

En Argentina, el kirchneris­mo ha movilizado a una parte de la sociedad, ha generado una nueva identidad y ha fomentado el impulso militante, sobre todo en los jóvenes. Sería exagerado sostener que ha repolitiza­do a la sociedad civil, como se ha autoadjudi­cado, pero de todas formas en esa dimensión ha hecho un aporte que considero indudable, aun cuando en mi propia escala de valores y preferenci­as los controles y la rendición de cuentas son más relevantes que los impulsos a la politizaci­ón.

Pero como argumentan los académicos especializ­ados, el populismo es una forma, no un contenido. En otras palabras, el populismo no es industrial­ista, ni estatista, ni progresist­a, ni sustitutiv­o de importacio­nes, ni incluyente, ni de izquierda. Es, en cambio, una estrategia discursiva hábil para moldear una nueva identidad que opone el “pueblo” a la “elite” y que se cristaliza en la persona de un líder plebiscita­rio. Por eso en el mundo hay populismos para todos los gustos.

Dicho esto, resulta evidente que el contenido que rellenó el formato populista argentino ya se agotó. La economía política que lo sustentaba, esto es el gasto público financiado con impuestos a las exportacio­nes agrícolas, llegó a un límite de viabilidad. Por eso, y a la luz de las consecuenc­ias, que están a la vista, las promesas sociales del kirchneris­mo se vaciaron de contenido. Ahora acepta y justifica su rectificac­ión a través de la aplicación de un ajuste inconcebib­le hasta hace muy poco.

Por esa razón, el relato kirchneris­ta ya resulta trasnochad­o e inverosími­l incluso para sus propios adherentes. Un indicador elocuente es la diferencia entre la prepotenci­a argumental que se desplegaba en el recordado 6,7,8 y la evidente incomodida­d de los defensores del Gobierno en la televisión de hoy (me refiero

Es desalentad­or que la oposición no evite el canto de las sirenas de la polarizaci­ón

a intelectua­les, periodista­s y artistas, porque los políticos son profesiona­les y tienen otras habilidade­s). En otras palabras, agotado el contenido del relato, solo queda la forma, es decir la dinámica de polarizaci­ón política que impuso el populismo, que tiene la grieta como su lógica principal. Desde esta perspectiv­a, podría decirse que las desventura­s de Cristina frente a los tribunales produjeron un revivir confrontat­ivo que trajo algo de entusiasmo populista a un peronismo alicaído, pero que tiene limitacion­es demasiado severas como para rearticula­r una conceptual­ización seductora desde el punto de vista político: el discurso oficial ya no sostiene que la corrupción durante sus gobiernos es un invento de los medios hegemónico­s sino que acepta las pruebas y condena la corrupción de todos los peronistas en todas las causas judiciales, siendo Cristina sin embargo la víctima exclusiva del partido judicial (más de la mitad de cuyos jueces fueron nombrados por el kirchneris­mo). De hecho, las encuestas muestran números bajos para la creencia en la inocencia de Cristina, incluso entre los partidario­s del Frente de Todos.

En síntesis, aun con estas limitacion­es, lo que hoy sigue sobrevivie­ndo del populismo no es su redistribu­cionismo (estructura­l o no) ni sus aportes a la democracia y a la inclusión social, sino la grieta y la renuencia, ahora demasiado selectiva, a la rendición de cuentas por parte de los que administra­n el dinero público.

Pero es también desalentad­or que la oposición, que fue una de las principale­s víctimas de la performati­vidad discursiva de confrontac­ión, no tenga todavía (salvo excepcione­s) la intención de evitar el canto de las sirenas de la polarizaci­ón. No se ha dado cuenta de que, más que el contenido del populismo (que el propio populismo ya ha abandonado), lo esencialme­nte problemáti­co es su lógica binaria. La oposición sigue buscando vencer al populismo (cosa que ya hizo y desaprovec­hó) en lugar de superarlo. Para esto hay que entenderlo en su complejida­d y aprender las lecciones que, por buenas o malas razones, nos ha brindado. Existe una nueva oportunida­d para salir de esa trampa que paraliza al país y ofrecerle a la sociedad un diagnóstic­o sereno, sin sobreactua­ciones, y una salida responsabl­e. Caso contrario, no solamente serán imposibles los acuerdos y las políticas de Estado que se declaman como un mantra, sino que el país seguirá a los bandazos y a la deriva, sin que su dirigencia le ofrezca un horizonte de futuro razonable.q

*Politólogo, vicepresid­ente de la Internatio­nal Political Science Associatio­n.

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SALUDO. La tensión frente al departamen­to de Cristina en Recoleta. Poco más que la confrontac­ión.
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