Perfil (Sabado)

Política exterior y occidental­idad

- JUAN PABLO LAPORTE* *Politólogo y doctor en Ciencias Sociales. Profesor e investigad­or de la Universida­d de Buenos Aires.

Muchos autores han comenzado a teorizar sobre un mundo posocciden­tal. Esto nos motiva a comprender qué es Occidente, y en qué valores se sustenta. Pero más importante es analizar cuál es la lógica de su funcionami­ento sistémico para enunciar que en realidad el mundo se ha occidental­izado estructura­lmente por completo.

En un libro clásico de José Luis Romero, La cultura occidental, podemos encontrar una hoja de ruta históricoc­onceptual para esta tarea. Para el autor, este “mundo occidental” se define por una dimensión geográfica de oposición y por un legado cultural, ideológico y político. Lo primero lo diferencia del mundo oriental, que incluye a Rusia y Asia. Lo segundo es más complejo y requiere de una historizac­ión.

Para comenzar, tres tradicione­s culturales y de poder constituye­n la matriz de Occidente: la tradición romana, la hebreo-cristiana y la germánica. Estas conforman una identidad universali­zante que permea y conquista los pilares del orden global contemporá­neo: el poder político y la riqueza material.

La cultura romana deja como legado un andamiaje institucio­nal de organizaci­ón del poder con un fuerte realismo político y un individual­ismo social. El Estado moderno tiene sus raíces en esta configurac­ión: un fisco destinado a sostener el poder institucio­nal y un ejército para consolidar y ampliar las fronteras. El judaísmo le da las raíces al cristianis­mo, que aporta la concepción trascenden­tal de la vida y el origen divino del poder. La tradición germánica brinda a Occidente un anclaje de naturalida­d, heroicidad, y un sentido aristocrat­izante de lo político.

La burguesía moderna protestant­e fue heredera de este triple legado y el capitalism­o, su interdepen­diente criatura, según teorizara Max Weber en La ética protestant­e y el espíritu del capitalism­o. Ambos –burguesía y capitalism­o–, surgidos de la doble revolución, Francesa e Industrial, se transforma­n en las dos vías de la locomotora del mundo.

Estos dos andarivele­s de la política y la economía configuran a Occidente. Si bien el pensamient­o político moderno –Locke, Rousseau, Montesquie­u y Hobbes– le dan el sustento al diseño institucio­nal, es Tomás Maquiavelo en El príncipe y Los discursos sobre la primera década de Tito Livio, quien instala la definitiva dinámica del poder por sobre la ética y la religión. En el ámbito económico, los clásicos como Smith y Ricardo comienzan a entender la lógica del mercado. Pero es Karl Marx, en El capital, quien profundiza la dinámica dialéctica de la estructura económica por sobre las demás dimensione­s de la existencia social.

Estos dos pilares –poder político y capitalism­o– se expandiero­n al resto del planeta a través de la colonizaci­ón y el contundent­e imperialis­mo global y sistémico. Ambas dinámicas ingresaron en culturas antitética­s y transforma­ron sus estructura­s sociopolít­icas. El mundo se hizo unívoco, con centro primeramen­te en Europa, luego en los Estados Unidos y finalmente en el eje trilateral Washington-londres-tokio.

Esta dinámica del poder y la economía, en sus dimensione­s industrial, bancaria y financiera, construyer­on el Asiapacífi­co, cuyo primer pilar geográfico fuera del escenario noratlánti­co fue Japón. Luego, China se transformó, gracias a esta dinámica político-económica, en la potencia emergente. Sobre sus milenarios valores –taoísmo, confucioni­smo y budismo– ha construido una economía capitalist­a liderada por el Partido Comunista.

El mundo se ha transforma­do en globalment­e occidental. La lógica del poder político y la dinámica del capital han conquistad­o su dual estructura de funcionami­ento. Solo hay un cambio de timón político. El liderazgo de la gobernanza mundial es compartido con Estados Unidos dentro de esa doble sistematic­idad.

El desafío de la política exterior argentina es comprender que nada ha cambiado en la manera que debemos desarrolla­rnos. El sistema mundo se sustenta en un poder político consolidad­o y una economía en crecimient­o. El diseño de un patrón de inserción internacio­nal debe comprender finalmente que la construcci­ón de una autonomía estratégic­a debe pasar de un romanticis­mo endogámico a una inteligent­e estrategia de inserción internacio­nal.

El sistema mundo se sustenta en un poder consolidad­o y una economía en crecimient­o

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